San Ignacio, el Mártir, dice que el sacerdocio es la cumbre de todas las dignidades que puedan existir en este mundo. Y San Efrén subraya: "Es un milagro admirable la inconmensurable dignidad sacerdotal". Bartolomé Caneo escribe apoyándose en San Agustín:"Oh sacerdote de Dios. Si contemplas lo alto del Cielo, más elevado eres tú... si contemplas la sublimidad de los señores terrenos, más sublime eres tú; sólo eres inferior a tu Creador”.
El Padre Nkamuke, Misionero en Lagos
San Crisóstomo, recordando las palabras de Jesús: "Quién los escucha a ustedes, me escucha a mí", escribe: "Quien honra al sacerdote, honra a Cristo y quien injuria al sacerdote a Cristo injuria". Los sacerdotes son los dispensadores de las gracias divinas, son colaboradores de Dios. Por eso declara San Máximo de Torino que el juicio del Cielo está sometido a la voluntad del sacerdote porque ”el señor obedece al siervo y todo lo que aquel indica aquí abajo, lo cumple aquel arriba", se atreve escribir San Juan Crisóstomo.
Si bajase el Redentor mismo a Su Iglesia y se sentase en el confesionario para perdonar los pecados diría Jesús: "Yo te absuelvo", y si estuviese sentado un sacerdote en el confesionario al lado también diría: "Yo te absuelvo", y ambos penitentes serían perdonados de la misma manera. ¡Qué honor sería si el jefe de gobierno le diese a alguien el poder de sacar de la cárcel a quien quiera! Pero más grande es el privilegio y el poder que el Padre le ha dado a Cristo y Éste a los sacerdotes de liberar a las almas del poder del infierno como dice San Crisóstomo: "Todo juicio del Cielo les ha sido entregado".
Por eso podemos comprender que San Ambrosio afirma sin dudar: "No hay en este mundo nada que sea más elevado." O para utilizar las palabras de San Bernardo: "A ustedes los sacerdotes el Señor los ha puesto por encima de reyes y emperadores, encima de los mismos Ángeles". Continúa diciendo San Pedro Damiani: "Los Ángeles están al lado de los que ellos guardan y esperan la palabra del sacerdote; ni uno de ellos tiene el poder de atar o desatar".
Se cuenta una historia de los tiempos de San Francisco de Sales. Éste había ordenado sacerdote a un joven clérigo. El Santo había observado antes cómo llegando a la puerta el joven solía siempre pararse como quien cede el paso a alguien. Después de la ordenación vio que ya no cedía al paso. San Francisco le preguntó al joven sacerdote al respecto y éste le respondió: "Tengo el privilegio de ver continuamente a mi Ángel de la guarda. Este siempre caminaba a mi derecha y delante de mí. Pero después de mi ordenación sacerdotal el Ángel camina a mi izquierda y ya no quiere pasar delante de mí por la puerta". Algo similar enseña San Francisco de Asís: "Si veo al mismo tiempo a un Sacerdote y a un Ángel, saludaría primero al Sacerdote y luego al Ángel."
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia
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