En la Cuaresma de 1923, Nuestro Señor reveló a Sor Josefa Menéndez los sentimientos de Su Corazón durante su Sagrada Pasión. Sor Josefa recibía de rodillas las confidencias de su Maestro y mientras El hablaba, las escribía. Estas páginas contienen, en parte, esas divinas confidencias.
Josefa, Esposa y víctima de Mi Corazón,
voy a hablarte de Mi Pasión,
para que sea el objeto constante de tu pensamiento
y de Mis confidencias con las almas.
En el momento de instituir la Eucaristía vi presentes a todas las almas privilegiadas que habían de alimentarse con Mi Cuerpo y con Mi Sangre y los diferentes efectos producidos en ellas. Para unas, sería remedio a su debilidad; para otras, fuego que consumiría sus miserias y las inflamaría en amor. ¡Ah!... Esas almas reunidas ante Mí serán como un inmenso jardín en el que cada planta produce diferente flor; pero todas me recrean con su perfume. Mi Sagrado Cuerpo será el sol que las reanime. Me acercaré a unas para consolarme, a otras para ocultarme, en otras descansaré. Si supierais, almas amadísimas, cuán fácil es consolar, ocultar y descansar a todo un Dios! Este Dios que os ama con amor infinito, después de libraros de la esclavitud del pecado, ha sembrado en vosotros la gracia incomparable de la vocación religiosa, os ha traído de un modo misterioso al jardín de sus delicias. Este Dios Redentor vuestro se ha hecho vuestro Esposo. El mismo os alimenta con Su Cuerpo purísimo, y con Su Sangre apaga vuestra sed. En El encontraréis el descanso y la felicidad.
Qué amargura sentí en Mi Corazón cuando vi a tantas almas que, después de haberlas colmado de bienes y de caricias, habían de ser motivo de tristeza para Mi Corazón. ¿No soy siempre el mismo?... ¿Acaso he cambiado para vosotras?... No, Yo no cambiaré jamás, y hasta el fin de los siglos os amaré con predilección y con ternura. Sé que estáis llenas de miserias, pero esto no me hará apartar de vosotras Mis miradas más tiernas, y con ansia os estoy esperando, no sólo para aliviar vuestras miserias, sino también para colmaros de nuevos beneficios.
Si os pido amor, no me lo neguéis; es muy fácil amar al que es el Amor mismo. Si os pido algo costoso a vuestra naturaleza, os doy juntamente la gracia y la fuerza necesaria para venceros. Os he escogido para que seáis Mi consuelo. Dejadme entrar en vuestra alma, y si no encontráis en ella nada que sea digno de Mí, decidme con humildad y confianza: Señor, ya veis los frutos y las flores que produce mi jardín. Venid y decidme qué debo hacer para que desde hoy empiece a brotar la flor que deseáis. Si el alma me dice esto con verdadero deseo de probarme su amor le responderé: Alma querida, para que tu jardín produzca hermosas flores, deja que Yo mismo las cultive; deja que Yo labre la tierra; empezaré por arrancar hoy esta raíz que me estorba y que tus fuerzas no alcanzan a quitar.
No te turbes si te pido el sacrificio de tus gustos, de tu carácter..., tal acto de caridad, de paciencia, de abnegación..., de celo, de mortificación, de obediencia. Este es el abono que mejorará la tierra y la hará producir flores y frutos. La victoria sobre tu carácter, en tal ocasión, obtendrá luz para un pecador; con esta contrariedad soportada con alegría, cicatrizarás las heridas que me hizo con su pecado, repararás la ofensa y expiarás su falta... Si no te turbas al recibir esta advertencia y la aceptas con cierto gozo alcanzarás que las almas a quienes ciega la soberbia abran los ojos a la luz y pidan humildemente perdón. Esto haré Yo en tu alma si me dejas trabajar libremente: en ella no sólo brotarán flores en seguida, sino que darás gran consuelo a mi Corazón...
Señor, ya veis que estaba dispuesta a dejaros hacer de mí lo que quisierais y no sé cómo he caído y os he disgustado. ¿Me perdonaréis? ¡Soy tan miserable!... ¡No sirvo para nada!... Sí, alma querida, sirves para consolarme. No te desanimes, porque si no hubieses caído tal vez no hubieras hecho este acto de humildad y de amor que la falta te obliga a hacer y que tanto me consuela. Animo y adelante. Déjame trabajar en ti. Todo esto se me puso delante al instituir la Eucaristía: El Amor me encendía en deseos de ser el alimento de las almas. No me quedaba entre los hombres para vivir solamente con los perfectos, sino para sostener a los débiles y alimentar a los pequeños. Yo los haré crecer y robusteceré sus almas. Descansaré en sus miserias y sus buenos deseos me consolarán.
«Pero, ¡ay, Josefa! Entre las almas escogidas, ¿no habrá algunas que me causen pena?... ¿Perseverarán todas?... Este es el grito de dolor que se escapa de Mi Corazón. Este es el gemido que quiero oigan las almas.»
«Basta por hoy. Adiós. No sabes cuánto me consuelas cuando te entregas a Mí con entero abandono... No todos los días puedo hablar a las almas. Deja que para ellas, te diga Mis secretos... Déjame aprovechar los días de tu vida»...
Extraído de "Un Llamamiento al Amor", Revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús
a la humilde religiosa Sor Josefa Menéndez
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