martes, 3 de octubre de 2023

SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ, Maestra de la Infancia Espiritual

 


                  María Francisca Teresa nació el 2 de Enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota.

                  En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el ciudadano de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. 

                   Años más tarde, Paulina ingresó en el Monasterio de las Carmelitas de Lisieux. Teresita, que contaba entonces con 9 años, se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.

                  Tenía Teresita catorce años cuando su hermana María se fue también al mismo Monasterio de Lisieux, al igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la experiencia que ella llamó su “conversión”. En su biografía cuenta que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.

                   Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para ser religiosa carmelita, como sus hermanas, y su padre dijo que sí; no podía negarle deseo tan santo a su hija predilecta. Sin embargo, las Madres Carmelitas y el Obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.

                  Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el Jubileo Sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frente al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía ser Carmelita a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la Voluntad de Dios así sería.

                  Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la peregrinación y con aquél apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo de Lisieux en Abril de 1888. De sus inicios en el Carmelo la Maestra de Novicias dijo; “Desde su entrada en la Orden, su porte tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas”. Profesó como Carmelita el 8 de Septiembre de 1890: su único deseo era llegar a la cumbre del monte del amor.

                  Cumplió con exactitud las reglas y deberes de las Carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los Sacerdotes y los Misioneros. Debido a esto, sería proclamada después de su muerte, Patrona de las Misiones, aunque nunca había salido de su Monasterio.

                  Se sometió a todas las austeridades de la Orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud y las superioras se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos”. Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce”.

                  En 1893, a los veinte años, la Hermana Teresa fue nombrada asistente de la Maestra de Novicias. Prácticamente ella era la Maestra de Novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.



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                  Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis. Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos año difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó en el mismo Monasterio de Lisieux, con sus hermanas.

                  Casi al mismo tiempo, Teresita se enfermó de tuberculosis. Quería ir a una Misión en Indochina pero su salud no se lo permitió; sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En Junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del Monasterio, de la que no volvió a salir. A partir de Agosto ya no podía recibir la Sagrada Comunión debido a la enfermedad y murió el 30 de Septiembre de ese año. Sus últimas palabras fueron "Oh, le amo, Dios mío, os amo".


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