viernes, 13 de octubre de 2023

ALEXANDRINA DA COSTA, Alma Víctima por la conversión de los pecadores

 

               Alejandrina María da Costa nació el 30 de Marzo de 1904, Miércoles de la Semana Santa, en Balazar, una freguesía de Póvoa de Varzim, Oporto, al norte de Portugal; sería bautizada en la Iglesia de Santa Eulalia unos días después, el 2 de Abril. Sus padres eran campesinos muy devotos y trabajadores. Su padre muere poco tiempo después de su nacimiento. Alejandrina creció con su hermana mayor, Deolinda, en un ambiente de rústica sencillez y piedad.



               Junto a la Iglesia de Santa Eulalia había ocurrido un milagro: apareció una cruz sobre la tierra que no se podía borrar. En los escritos de Alejandrina da Costa se hacen tres referencias a esta cruz, la última con fecha del 14 de Enero de 1955. Estando en éxtasis, escuchó la voz de Nuestro Señor que le revelaba:

               "Un siglo atrás mostré a esta amada aldea la cruz que viene a recibir a la víctima. ¡Oh Balazar, si no respondes!... Cruz de tierra por la víctima que se entregó para nada... La víctima que es acogida por Dios y que siempre ha existido en Su designio eterno. Víctima del mundo, pero mas favorecida por bendiciones celestiales, quien ha dado todo al Cielo y por el amor a las almas, acepta todo. Confía, cree, hija mía, Yo estoy aquí!. Toda tu vida está escrita y sellada con una llave de oro...(1)

               Durante sus primeros años de vida se fascinaba con las procesiones religiosas tan llenas de colorido que atravesaban la aldea en días de gran celebración. A los tres años de edad, cuando reposaba una tarde junto a su madre, vio un frasco de pomada en una mesa cercana.

               Cuidadosamente, para no despertar a su madre, se levantó para agarrar el frasco y justamente en ese momento su madre la llama. Tal fue su sorpresa que el frasco cayó al suelo, rompiéndose en muchos pedazos. Perdiendo el balance, Alejandrina cayó al piso, lastimándose el borde de su boca en la cual llevó una cicatriz por el resto de su vida. La niña fue llevada al dispensario clínico mas cercano. Su madre, María Ana, ansiosamente limpiaba la sangre que botaba por su boca. Una gentil asistente se acercó para calmar a la niña con una bolsa de dulces, a lo que Alejandrina respondió con patadas, gritos y golpes. "Esta fue mi primera ofensa", escribió años mas tarde en su autobiografía, dictada a su hermana Deolinda, por orden de su Director Espiritual. Alejandrina fue una niña muy alegre, atractiva y llena de vida, pero sin comprometer jamás, con su jovialidad y espontaneidad, su precoz espiritualidad.

               Una de sus experiencias mas formativas fue vívidamente descrita por ella años después: "Al morir nuestro tío, Deolinda y yo nos quedamos en la casa de su familia por siete días después de su muerte para asistir a las Misas de Difunto. Una mañana se me pidió que fuera a buscar una bolsa de arroz en la habitación donde se encontraba el cuerpo de mi tío. Cuando llegué a la puerta no tenía el coraje para entrar. Estaba aterrorizada, por lo que mi hermana tuvo que buscar el arroz. Esa misma noche me ordenaron que fuera y cerrara la ventana de ese cuarto. Mientras me acercaba a la puerta, sentí mis rodillas temblar y, nuevamente, no pude entrar. Así que me dije a mi misma: Tengo que luchar en contra de esto, tengo que sobrepasar este miedo, abrí la puerta y lentamente caminé por el cuarto donde yacía mi tío. Desde ese día, y con la ayuda de Dios, he sido capaz de manejar mis miedos".

               Para el tiempo de hacer su Primera Comunión, a los siete años de edad, Alejandrina ya había adquirido un profundo amor a la Sagrada Eucaristía, visitando el Santísimo Sacramento con inusual frecuencia y haciendo Comuniones Espirituales en las ocasiones en las cuales no le era posible asistir a Misa diaria. En una ocasión, una tía de Alejandrina que sufría de cáncer le pidió que se acordara de ella en sus oraciones. La niña respondió con tal perseverancia y fervor, que el hábito de la oración permaneció, desde entonces, en su joven alma...

               Escribió años más tarde: "Siempre he tenido gran respeto por los Sacerdotes. Algunas veces me sentaba sobre las escalinatas en la entrada del pueblo y veía a los Sacerdotes caminar por la calle... Acostumbraba a levantarme con respeto cuando ellos pasaban frente a mi. Ellos se quitaban el sombrero y decían el tradicional "¡Que Dios te bendiga!". Me di cuenta que las personas me miraban por lo que algunas veces me sentaba en el mismo lugar, a propósito, para poder levantarme en el momento apropiado y mostrar mi reverencia por los Sacerdotes".

               Debido a las privaciones de la vida rural de aquellos días y después de sólo 18 meses asistiendo a la escuela, Alejandrina, a los nueve años de edad, fue enviada a trabajar en el campo. Era un trabajo forzoso y estaba expuesta al mal comportamiento y el vocabulario penoso de quienes compartían sus labores. Al cabo de tres años, un empleado del lugar trató de atacarla y acosarla, lo que el Señor impidió dotándola de una fuerza inexplicable que provino mientras ella sostenía su rosario.

               Después de este serio incidente, la niña fue llevada de regreso a su casa. Esto le dio la oportunidad de renovar su amor y devoción al Santísimo Sacramento. Mas adelante, ese mismo año, se enfermó peligrosamente con tifoidea; su madre le daba el crucifijo para que lo besara, Alejandrina inmediatamente movió su cabeza y murmuró: "quiero a Jesús en la Eucaristía".

               Finalmente se recuperó y fue trasladada a un sanatorio de Povoa, en la acogedora costa Atlántica. Su salud permaneció precaria y al regresar a Balazar todavía se encontraba débil y virtualmente invalida. Alejandrina se dedicó a la costura en compañía de Deolinda.

               En 1918 ocurrió un acontecimiento que marcó la vida de Alejandrina para siempre: estando en una habitación de la planta alta de su casa en compañía de Deolinda y otra joven, tres hombres se acercaron y exigieron con voz sugestiva que les dejaran pasar. Al Alejandrina asomarse por la ventana reconoció a unos de los hombres que había sido quien la acosara años atrás cuando trabajaba en el campo. Rápidamente cerró la puerta pero los hombres lograron entrar por una puerta de escape que había en el techo. Deolinda y la otra joven pudieron escapar pero Alejandrina quedó acorralada por este hombre en el esquinero de la habitación. Ella gritaba: "¡Jesús, ayúdame!", a la vez que trataba de azotar con su rosario al agresor. Detrás de ella había una ventana, a unos cuatro metros de altura sobre la planta baja. Resultando ser su única salida, prefirió lanzarse a una posible muerte antes que consentir a la pasión baja de aquel hombre.

               El golpe de la caída fue muy severo y el dolor era agudo. Rechinando sus dientes agarró un trozo de madera y se arrastró hacia la casa. Su columna vertebral fue lastimada irreparablemente. Alejandrina tenía 14 años. Fueron largos los años de un dolor que aumentaba incesantemente, la incapacidad y la depresión se incorporaron, pero jamás consintió la desesperación o el desfallecimiento.

               Completamente paralizada, el 14 de Abril, de 1924 quedaría postrada en cama de por vida, con tan sólo 20 años de edad. Su familia desconsolada oraba por ella todas las noches: se reunían alrededor de su cama, prendían dos velas a la estatua de la Santísima Virgen y rezaban el Rosario de rodillas. Alejandrina pasaba el día meditando, orando y clamando a Nuestra Señora por la sanación de la joven; le pedía a Jesús "Su bendición desde el Cielo y desde todos los tabernáculos del mundo".

               Por su creciente amor a la oración abandonó sus distracciones. Empezaba a añorar una vida en mayor unión con Jesús. Esta unión que ella percibía solo se podía dar orientando toda su incapacidad y enfermedad al amor de Jesús. La idea de que el sufrimiento fuera su vocación no tardó en suscitarse. Al final de ese mismo año, Alejandrina se encontraba sumergida en un deseo inefable de ofrecerse a Dios como Alma Víctima por la conversión de los pecadores.

               Después de haber orado y discernido, se sintió confiada de que Nuestro Señor le estaba llamando a vivir una vida de amor y reparación, ofreciendo voluntariamente todos sus sufrimientos al Amado, por la conversión de los pecadores. Como San Pablo, Alejandrina podía decir "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Carta a los Colosenses, cap. 1, vers, 24).

               Ya llegaban a la aldea noticias de la Aparición de Nuestra Santísima Madre en Fátima, a unas 200 millas hacia el sur. Eran muchas las curaciones milagrosas reportadas en el lugar. Inmediatamente se organizó una peregrinación desde Balazar. Alejandrina, quien profesaba un profundo amor a Nuestra Santa Madre, deseosa de estar completamente segura de la Voluntad del Señor en relación a su llamado al sufrimiento, le pidió a Nuestra Señora que le permitiera acompañar a los peregrinos. El Párroco y su médico insistieron que la travesía sería suicida debido a su condición y la peregrinación tuvo que marchar sin ella.

               Cuando ya casi toda la aldea había partido hacia Fátima, Alejandrina cerró sus ojos y comenzó a orar, ofreciéndole al Señor el sacrificio de su abandono y desolación. Mientras oraba sus pensamientos se transportaban hacia el Santísimo Sacramento en la Iglesia de Santa Eulalia. Inesperadamente vino una iluminación. Pudo entender que Nuestro Señor también se encontraba prisionero en el tabernáculo. Este eslabón con Jesús le permitió visitarle en espíritu y permanecer constantemente en Su Presencia, amándole incesantemente, orando, ofreciéndose como inmolación para consolar Su Sagrado Corazón y obtener la conversión de los pecadores. Sumamente conmovida y sobrecogida en lágrimas, Alejandrina suplicó a Nuestro Señor le permitiera sufrir hasta el límite de su tolerancia si esto ayudaba a los pecadores a librarse del fuego del Infierno.

               No pudo ir a Fátima pero la Virgen María consiguió para ella poder entender y vivir en la forma mas perfecta Sus mensajes, uniéndose estrechamente con el deseo de la Virgen expresado en aquel lugar. Alejandrina, ofreciendo así su pasión se convierte en Alma Víctima por amor a la Eucaristía y la consagración al Inmaculado Corazón.

               En respuesta a su valiente petición, los dolores se empezaron a agudizar hasta convertirse en casi insoportables. Noche tras noche, con fiebre muy alta, Alejandrina permanecía despierta, recostaba la cabeza sobre su almohada y con sus manos apretaba fuertemente el rosario como exprimiendo alivio de sus cuentas: "Oh, Jesús", exclamaba en sollozos repitiendo la oración enseñada por Nuestra Señora en Fátima, "es porque te amo, por la conversión de los pecadores y en reparación por las ofensas contra el Inmaculado Corazón de María".

                Alejandrina experimentó alrededor de 180 éxtasis de la Pasión, que eran precedidos por muchas horas de terror que se hacían sobrecogedoras a medida que el mediodía del Viernes Santo se acercaba. El miedo era generalmente acompañado por una inmensa tristeza, nausea y una sensación de terrible aislamiento. Durante siete años no pudo olvidar su primera crucifixión. Ella misma lo describiría así: "Todo parecía estar presente frente a mí, sentía el miedo y el horror de esas horas amargas, la ansiedad de mi Director Espiritual a mi lado y las lágrimas de mi familia aterrorizada".

               Minutos después del mediodía del 3 de Octubre, de 1938, Nuestro Señor la invitó a sumergirse en Su Pasión: "Ves hija Mía, el Calvario esta listo, ¿aceptas?". Alejandrina valientemente aceptó. Testigos aguantaban la respiración mientras ella entraba en éxtasis y, recobrando el uso de sus miembros paralizados, casi levitó de la cama y emprendió los movimientos de agonía del Getsemaní al Calvario.

               Al terminar uno de los éxtasis a las 3 de la tarde, Alejandrina levantó sus brazos en acción de gracias e inmediatamente, agotada en horror, lloró: "¡No Jesús, no Jesús, crucifícame!". ¡Perdón, perdón, perdón! Ellos tienen el mismo derecho que tengo yo, porque Tú moriste en la cruz por ellos, como lo hiciste por mí. Jesús, no quiero que ningún alma vaya al Infierno. Te amo por ellos. Perdónalos, Jesús, acuérdate de mí en mi crucifixión. El Infierno es la más terrible bajeza". Este relato nos recuerda uno de los diálogos de la mística Santa Gema Galgani a fines del siglo XIX.




               Días después, Alejandrina sufrió dolores atroces, empezó a vomitar sangre y fue torturada por una sed tan fogosamente intensa que el agua no saciaba; no podía ni siquiera tragar una gota. Empezó a percibir, literalmente, el "fuerte olor del pecado": "Eran olores increíblemente repugnantes" recuerda en su autobiografía. "Me traían violetas y perfumes para acercarlos a mi nariz, pero los apartaba porque todavía estaba atormentada por ese vil olor. Sólo el recuerdo de estas cosas me hacen sufrir".

               Un día escuchó la voz del Señor que le decía: "No te alimentarás más con comida en la tierra. Tu comida será Mi Carne, tu bebida será Mi Divina Sangre, tu vida será Mi Vida. Tú la recibes de Mí cuando uno Mi Corazón al tuyo. No tengas miedo, ya no serás más crucificada como en el pasado, ahora nuevas pruebas te esperan que serán las más dolorosas. Pero al final Yo te llevaré al Cielo y la Santísima Madre te acompañará".

               El 27 de Marzo de 1942 en la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, acontecía su último éxtasis de la Pasión. Durante los últimos trece años de su vida, Alejandrina no comió, ni bebió nada. Se alimentaba únicamente de la Sagrada Eucaristía. Su sed sólo podía ser saciada por Dios mismo. Fue sometida a muchos estudios médicos, el último firmado por el Profesor Joao Marques, maestro de Ciencias Médicas en la Universidad de Pernambuco, conferencista calificado para la facultad de dicha institución, profesor de la rama de nutrición de la Escuela de Servicio Sociales y Presidente de la Sociedad de Gastroenterología y Nutrición en Pernambuco.

               Alejandrina compartió a su Director Espiritual lo que Nuestro Señor le había dicho: "Estás viviendo sólo de la Eucaristía porque quiero mostrarle al mundo entero el Poder de la Eucaristía y el Poder de Mi vida en las almas".

               Durante su larga agonía escuchó la voz del Señor que le decía: "Dame tus manos porque quiero clavarlas con las Mías. Dame tu cabeza porque quiero coronarte con Mis espinas como Me hicieron a Mí. Dame tu corazón porque quiero traspasarlo con una lanza, como Me traspasaron el Mío. Abandónate completamente en Mí... Ayúdame el la redención de la humanidad".

               Alejandrina murió poco después de recibir la Sagrada Eucaristía, el 13 de Octubre de 1955, en el 38 aniversario del Milagro del Sol en Fátima. Sus últimas palabras, entre murmuraciones, antes de morir fueron: "No lloren por mí, hoy soy inmensamente feliz... por fin me voy al Cielo". Y a los Sacerdotes, peregrinos y periodistas que abarrotaban el lugar, les dio un mensaje que debe mover a toda la humanidad: "No pequen más. Los placeres de esta vida valen nada. Reciban la Comunión; recen el Rosario todos los días. Esto, lo resume todo".

               Poco antes de morir, Alejandrina pidió que se le enterrara mirando hacia el tabernáculo de la Iglesia, diciendo: "En la vida siempre deseé estar unida a Jesús en el Santísimo Sacramento y mirar hacia el tabernáculo cuantas veces me fuera posible, después de mi muerte quiero seguir contemplándole, teniendo por siempre mi mirada fija en Nuestro Señor Eucarístico".

               También dictó a su hermana Deolinda su epitafio, el que actualmente se encuentra gravado sobre su tumba: "Pecadores: Si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvarte, acércate. Si es necesario pisotéalas hasta que desaparezcan pero no peques nunca más. No ofendas más a Nuestro amado Señor. Conviértete. No pierdas a Jesús por toda la Eternidad. ¡Él es tan bueno!.



NOTA

               1) El 21 de Junio de 1832, Jueves del Corpus Christi, los Fieles que iban a Misa se percataron de una misteriosa cruz, aparecida en el suelo, cerca a la iglesia. El Párroco de Balazar, Padre Leopoldino Mateus, envió una carta al Arzobispo de Braga contándole que "la tierra que mostraba esta cruz era de un color más blanco que la otra, y parecía haber caído el rocío en toda la tierra, menos en el sitio donde estaba la cruz... Pedí que barrieran todo el polvo y la tierra que estaba dispersa en ese lugar y continuó apareciendo como antes en ese mismo sitio, con la misma forma de la cruz. Mandé que le echaran agua en abundancia para que la cruz y la tierra se borraran. Entonces la tierra que mostraba la forma de la cruz tomó un color negro que se conserva hasta el presente". 

               En el lugar de la aparición de la cruz se construyó una capilla, poco a poco fue creciendo la veneración y se empezó a dar cuenta de algunos milagros. 



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