Una tarde, vi a la Santísima Virgen en el centro del coro, radiante de majestad y belleza y completamente ensimismada. Sentí vivísimo interés por saber cuál era el objeto que retenía a la Señora en tan profundo recogimiento, como abismada en el propio seno.
Se transparentó el interior de María y lo vi en forma de templo vastísimo, que se perdía en una especie de infinidad. En el centro apareció el Niño Dios, primero echado, como si estuviera en la cuna; un momento después se sentó e incorporó y, fijando sus divinos ojos en todas direcciones, pronunció estas palabras: “Rendíos, reconoced que Yo soy Dios” (Salmo 45, vers. 11).
Imposible describir la belleza que reflejaba su semblante y la suavidad y cariño que acompañó la invitación. El Divino Niño, lo mismo que el templo, o sea el interior de la Virgen, ardía como llama de fuego. En el momento que el Niño Dios pronunció dichas palabras vi venir gentío inmenso de todas las regiones del orbe: como cabezas apiñadas surgían de las extremidades de la tierra y presurosos corrían todos hacia la Señora. Los que llegaron primero los vi establecerse en el seno de la Santísima Virgen, junto al Divino Niño; y éste, con bondad encantadora, los acogía a todos y los instruía y comunicaba con ellos; y a medida que los discípulos progresaban en el conocimiento y amor divino, el divino Maestro, crecía o parecía que crecía en edad, y en breve se mostraba en la plenitud de la edad, o sea de 33 años.
Comprendí el significado de la visión y lo comprendo mejor ahora después de que tuve noticia del Beato Montfort: es la confirmación de su Profecía Mariana. Cuando vi las muchedumbres encaminarse al seno de la Virgen recordé las siguientes palabras del Salmo 85, que yo había repetido muchas veces en obsequio del Dulce Nombre de Jesús en períodos anteriores: "Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre. Grande eres tú y haces maravillas".
El sentimiento mariano que, como nota musical, resuena en el fondo de mi ser con fuerza creciente, es también la confirmación de la doctrina del Beato Montfort. Más de una vez he pensado si mi Ángel custodio será el mismo que guardó al Beato, y por esto abrigo los mismos sentimientos en orden a la Virgen.
Una larga y constante experiencia me ha enseñado que la Virgen viene a ser para Dios como una cuarta relación. Que Dios ama tanto a la Virgen que la fuerza del amor que le profesa le produce un éxtasis perpetuo, la apremiante necesidad de comunicarse a la Señora absolutamente, del propio modo que en la Encarnación.
de la Madre Ángeles Sorazu
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