fuego que quiero derramar sobre la tierra,
porque de nada sirve encender
la llama si no hay con qué alimentarla.
Por eso quiero formar una cadena de
almas encendidas en el amor, en ese amor
que se confía y lo espera todo de mi Corazón,
a fin de que, inflamadas ellas,
lo comuniquen al mundo entero.
(Revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Sor Josefa Menéndez)
María Josefa Menéndez y del Moral nació en la ciudad de Madrid, el 4 de Febrero de 1890 y bautizada a los cinco días en la Parroquia de San Lorenzo. Su padre, Leonardo, era un reconocido militar de artillería y su madre, Lucía, una mujer fuerte y piadosa.
Josefa tuvo una infancia feliz rodeada por tres hermanas menores y un hermano menor que murió pronto. Pertenecía a una familia modesta pero muy cristiana, por eso, desde su tierna infancia confesó y se dirigió espiritualmente con el Padre José María Rubio, jesuita, conocido como "el Apóstol de Madrid".
Como costurera, e hija mayor, desde 1907, tuvo que intensificar el trabajo para contribuir a la maltrecha economía familiar; por eso abre con su hermana Mercedes un taller de costura.
Para responder al Divino Llamamiento no vaciló en dejar su Patria; así, el 4 de Febrero de 1920, justo cuando cumplía 30 años, ingresó en la Sociedad del Sagrado Corazón de Poitiers (Francia), donde tomó el santo hábito el 16 de Julio del mismo año.
Nuestro Señor había fijado en ella una mirada de predilección, y por eso, desde su entrada a la vida religiosa le manifiesta Su Corazón y Su sed de salvación de las almas, asociando íntimamente a Sor Josefa a los sufrimientos de Su Pasión.
Pero las gracias de Dios permanecieron ocultas a cuantas la rodeaban, y desde el día de su llegada hasta su muerte, logró pasar desapercibida, en medio de la sencillez de una vida de la más exquisita fidelidad.
Y en esta vida oculta, Jesús le descubrió Su Corazón. "Quiero – le dijo- que seas el Apóstol de Mi Misericordia. Ama y nada temas. Quiero lo que tú no quieres... pero puedo lo que tú no puedes... A pesar de tu gran indignidad y miseria, me serviré de ti para realizar Mis designios".
Viéndose objeto de estas predilecciones divinas, y ante el Mensaje que debía transmitir, la humilde religiosa temblaba y sentía levantarse gran resistencia en su alma. La Santísima Virgen fue entonces para ella la estrella que guía por camino seguro, y encontró en la Obediencia su mejor y único refugio, sobre todo, al sentir los embates del enemigo de todo bien, a quien Dios dejó tanta libertad.
Su pobre alma experimentó terribles asaltos del infierno, y en su cuerpo llevó a la tumba las huellas de los combates que tuvo que sostener. Con su vida ordinaria de trabajo callado, generoso v a veces heroico, ocultaba el misterio de gracia y de dolor que lentamente consumía todo su ser.
Apenas tres años bastaron al Divino Dueño para acabar y perfeccionar Su obra en Josefa, y confiarle sus deseos. Como Él había dicho, llegó la muerte en el momento señalado, dando realidad a sus palabras: "Como eres víctima por Mí escogida, sufrirás y abismada en el sufrimiento morirás".
Y así habían de realizarse, de manera imprevista los designios de amor que Nuestro Señor Jesucristo le había manifestado el 7 de Octubre de 1923: "Pronto te llevaré a la claridad sin fin. Entonces Mis palabras se leerán y se conocerá Mi Amor."
Sor Josefa murió para este mundo el Sábado 29 de Diciembre de 1923, a los 33 años, consumida por la ardiente sed de las almas que le había comunicado el Corazón de Jesús.
No pasaría mucho tiempo para que se comenzase a sentir la intercesión de Sor Josefa. El Corazón de Jesús cumplía su promesa: "Este será nuestro trabajo en el Cielo: enseñar a las almas a vivir unidas a Mí". y otro día: "Mis palabras llegarán hasta los últimos confines de la tierra".
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