jueves, 24 de junio de 2021

María Guadalupe García Zavala, Virgen y Fundadora

 

Este admirable ejemplo de la caridad evangélica, fue una mujer sencilla y fuerte, contemplativa y práctica, obediente y emprendedora, profundamente enamorada de Cristo y pronta para servirlo en los que más sufren, según la misma enseñanza de su divino Esposo: "Lo que hicisteis con cualquiera de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo habréis hecho" (San Mateo XXV, 40).




Nació el 27 de Abril de 1878, en los portales que se encontraban antiguamente frente a la Basílica de Nuestra Señora de la Expectación, en la Villa de Zapopan, Jalisco. Sus padres fueron Fortino García Venegas y Refugio Zavala Orozco, quienes tuvieron otros siete hijos. Recibió las aguas bautismales en la Parroquia de San Pedro Apóstol, Zapopan, al día siguiente de su nacimiento, imponiéndole el nombre de Anastasia Guadalupe. Aunque su papá se dedicaba al comercio frente a la Basílica, pudo darle a sus hijos una vida sin penurias económicas.

La pequeña Lupita, recibió la Confirmación de manos de S.E.R. Pedro Loza y Pardavé, el 1 de Julio de 1878 e hizo su primera Comunión en la Basílica Zapopana, el 8 de Septiembre de 1887, Fiesta de la Natividad de María Santísima, después de ser preparada por su tía, la Venerable María Librada Orozco Santa Cruz, virgen y fundadora de las Religiosas Franciscanas de Nuestra Señora del Refugio.

Era muy bonita, alegre y sencilla, pero su educación, trato amable y servicial, la hacían ser amada por todos los que la trataban. En su juventud acepto ser novia de un joven ejemplar de nombre Gustavo Arreola, con quien llegó a comprometerse en matrimonio, sin embargo pronto comprendió que esa no era su vocación y rompieron su compromiso.

En el año 1898, en el Templo del Dulce Nombre de Jesús, de la capital Tapatía, se inscribió en las Conferencias de San Vicente de Paúl, donde también había militado otra familiar suya, Vicenta Chávez Orozco, también religiosa y Fundadora de las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres. Desde entonces se dedicó a atender a los enfermos de un hospital ubicado en la calle de Garibaldi, a dos cuadras del Templo antes mencionado. El lugar llevaba el nombre de la entonces Beata Margarita María de Alacoque.

En la referida Conferencia, tuvo como Director Espiritual al Padre Cipriano Iñiguez Martin, quien tenía el proyecto de fundar una congregación religiosa. Este humilde Sacerdote quedó perplejo por la grandeza del corazón y la santidad que irradiaba su hija espiritual, quien a sus veintitrés años era sumamente entregada en el servicio a los pobres y enfermos, siempre con abnegación, entusiasmo y notable piedad.

Para este tiempo, Guadalupe ya concebía dentro de sí el deseo de consagrarse en la vida religiosa; primero pensó en ingresar a la Congregación fundada por su tía Librada, pero al manifestar su deseo al Padre Cipriano, este le mencionó el proyecto que estaba concibiendo para atender a los enfermos en el Hospital de la Beata Margarita. Ella aceptó la propuesta y quedó al frente de la pequeña y naciente comunidad, durmiendo en el suelo y comiendo de las limosnas que pedían de casa en casa.

Sus primeros votos los pronunció el día de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora de 1901, en la Capilla de la Casa de Ejercicios, anexo al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en la ciudad de Guadalajara. Cada cinco años renovaba estos votos en la Fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús.

Durante la persecución callista a la Iglesia Católica en México, fue hecha prisionera junto a la hermana Isaura Zapién, en la casa del Jefe Militar de la ciudad. Allí estuvo incomunicada durante tres días, durante los cuales, quienes tuvieron trato con ella, quedaron edificados con su manera de actuar llena de caridad; quedaron tan conmovidos que llegaron a decirles a las Religiosas de la Congregación: “Tienen una superiora muy Santa”. En otra ocasión los perseguidores se posesionaron del Hospital, la Madre Lupita corrió de inmediato a la capilla y metiendo el Sagrado Depósito bajo su delantal, le dijo: “¡Cuídate Señor, Cuídate!”, pudiendo escapar con su Divina Majestad.

La valerosa religiosa escondió varias veces en el Hospital al Exmo. Sr. Orozco y Jiménez, así como también a muchos Sacerdotes. Y a pesar de los muchos intentos del Gobierno y de los masones para incautar el edificio, nunca lograron su cometido.

El 24 de Mayo de 1935, el Siervo de Dios, Mons. Orozco y Jiménez recibió su profesión perpetua de votos simples; y el mismo día, dio la aprobación diocesana a la Congregación de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres. El 17 de Octubre de este mismo año, Madre Lupita fue elegida Superiora General y a pesar de ello, nunca rehuyó sus actividades de enfermera; se arrodillaba en el suelo para atender a sus queridos enfermos, a quienes amaba con todo su corazón.

Fue siempre una mujer con gran don de mando, prudente y sabia. Era muy amable con sus Religiosas, mientras que los ancianos recibían de ella un trato preferencial, sus hermanas dicen que era frecuente ver que renunciaba a su plato de comida para que alguna de ellas no se quedara sin comer.

Durante los sesenta años de su vida religiosa, encontró fortaleza en el Sagrado Corazón de Jesús, en Nuestra Señora de Guadalupe, Zapopan y el Señor San José. Con su alma desbordante de caridad, trato que con sus palabras y obras, se desvanecieran las necesidades y penas de quienes acudían a ella. Todos, ancianos, enfermos, pobres y niños cabían dentro de su corazón; a nadie dejaba ir con las manos vacías o desconsolados, llegaba a tal punto su amor que muchas veces lloraba con ellos como si también ella sintiera el dolor ajeno.

La "Madre Lupita", -como sería conocida por todos- nunca buscó su propia comodidad, durante muchos años y hasta el día de su muerte durmió a la puerta del hospital de Santa Margarita, para atender las veinticuatro horas, las necesidades de la gente que la buscaba; al momento en el que veía alguna persona que la buscaba, se levantaba de la cama diciendo: “Es Dios quien me está llamando”. Gozó de dones sobrenaturales, como el saber los problemas de las almas antes de que se los contaran, así mismo gozo del don del consejo.

Nunca aceptó consideraciones particulares por ser la Madre Superiora, sino que pasaba como la última de las novicias. El amor y el respeto que sentía hacia los Sacerdotes y Seminaristas, era tan grande que siempre los asistió económica, médica o espiritualmente, especialmente a los Seminaristas de escasos recursos, para los cuales las puertas de las casas de su Congregación siempre estaban abiertas para alojarlos, alimentarlos y apoyarlos.

Durante su última enfermedad, en una ocasión le fue a visitar al Hospital, el Sr. Cardenal Garibi Rivera; al pasar por las estancias notó sobre la mesita de noche de una religiosa una foto, y tomándola le pregunto a la hermana que lo acompañaba: “¿Quién es esa santita?”. A lo que la religiosa respondió: “Eminencia, ella es nuestra Madre Lupita”. El Cardenal entonces dijo: “Bueno, bueno, nada más espero a que muera para ponerla en los altares”.

En su ancianidad se encontró enferma del corazón con una diabetes agravada, pero a pesar de esto y los fuertes dolores que padecía, nunca dejaba de sonreír y hablar con su característico sentido del humor, muchas veces repitió a quienes la atendían y que no querían separarse de ella: “Me admira que siendo enfermeras no sepan cuando se va a morir un enfermo. Ahora no moriré, por favor vuelvan a sus enfermos que las necesitan”.




Días antes de morir redactó su “Testamento espiritual” en el cual decía: “Estoy llegando al final de mis días; pronto me iré de este mundo. Ya ven lo viejita y enferma que estoy… Pero Dios todavía me da permiso de dejarles mis recomendaciones. Háganme la caridad de tomarlas como cosa propia. En primer lugar, les pido que se mantengan siempre muy unidas y que la caridad reine entre vosotras. No disgusten a Nuestro Señor con divisiones o malas voluntades. Acuérdense que es nuestro deber desagraviar a su Divino Corazón y que eso lo cumplimos primeramente amando. No vallan a perder ese espíritu sencillo y humilde, como quería nuestro padre fundador. Las que lo conocieron se acordarán de como él nos insistía en eso, y como sufría cuando se daba cuenta de que alguna ya no se esforzaba por agradar a Dios. Tengan pues muy en cuenta lo que él nos enseñaba y lo que yo les repetía: En cualquier cosa que hagamos, aunque sea juntar una basurita, que nos mueva únicamente el deseo de agradar a Dios. Tampoco olviden que han de ser siempre obedientes a los legítimos Superiores, pues es Dios el que nos manda por medio de ellos. La que es obediente, pronto se santifica. En los enfermos y en los pobres, vean a la persona de nuestro amado Salvador. Si tocan a nuestra puerta, digan: ‘Es Cristo el que llama’, y cuando los estén atendiendo, piensen: ‘Es Cristo al que estoy auxiliando’. Olvídense de ustedes mismas y entréguense a los sacrificios que Dios les pida. No importa que jamás tomen en cuenta lo que se hace, que al fin de cuentas solo Dios les puede pagar. Pronto pasaremos a la otra vida y lo único que llevaremos serán nuestras obras”.

La noche del 23 de Junio, comenzó su agonía, los muchos Seminaristas que había socorrido y que ahora eran Sacerdotes llegaron a auxiliarla hasta altas horas de la madrugada. Se confesó y recibió el Santo Viatico; a las 8:30 horas del Lunes 24 de Junio de 1963, luego de recibir la Bendición con su Divina Majestad, entregó su alma al Señor.

Sus funerales y la Misa de réquiem se realizaron ese mismo día en la capilla del Hospital, siendo presididos por el Exmo. Sr. Francisco Javier Nuño. Al concluir las exequias el cuerpo fue llevado triunfalmente y sepultado en el panteón de Mezquitán.

El 5 de Noviembre de 1968, sus venerados restos fueron exhumados y llevados a la capilla del Hospital, donde aún reposan hoy, en una urna de metal, colocada en el Santuario del lado Epístola.




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