lunes, 9 de noviembre de 2020

"...en mi querida soledad del Carmelo..." Sor Isabel de la Trinidad

 


"El Carmelo, es como el Cielo: 
hay que separarse de todo 
para poseer al que es Todo"

Sor Isabel de la Trinidad



            Isabel Catez Rolland, nació en Bourges, Francia, el 18 de Julio de 1880. Desde su más tierna edad se distinguió por su temperamento apasionado, propenso a arrebatos de cólera y de una sensibilidad exquisita.

            Cuando contaba siete años, perdió a su padre, lo que fue causa de su "conversión" y de su cambio de carácter como fruto de su vida de ascesis y oración. Aunque tomaba parte en las fiestas y participaba en los compromisos sociales, fue siempre fiel a sus promesas bautismales.

            A los 14 años hizo voto de virginidad y a los 19 empezó a recibir las primeras gracias místicas... anotó entonces "Pronto seré toda tuya, viviré en la soledad, sola contigo, no ocupándome más que de Ti, no viviendo más que contigo, no conversando más que contigo." Se ofreció a Dios como víctima por la salvación de Francia. El 2 de Enero de 1901, a los 21 años de edad, ingresaba en el convento carmelitano de Dijón, ciudad donde vivía con su familia.

            Isabel -que en el Carmelo se llamaría Sor Isabel de la Trinidad- se propuso como lema ser "Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad" y crecer de día en día "en la carrera del amor a los Tres".Vistió el hábito el día de la Inmaculada (12 de Diciembre) de 1902 y el y el 11 de Enero de 1903 saltaba de gozo al emitir sus votos religiosos en la Orden del Carmen, a la que amaba con toda su alma.

             No obstante, Sor Isabel profesaba un culto especial a Santa Catalina de Siena, a causa de la doctrina de la gran mística dominicana sobre la "celda interior", refugio constante de la virgen de Siena en medio de las agitaciones de los hombres y de su prodigiosa acción apostólica al servicio de la política pontifical.

            Sor Isabel de la Trinidad entendió el espíritu de su Madre Santa Teresa cuando enseñaba aquello de "El estilo que pretendemos llevar es no sólo de ser monjas, sino ermitañas"; con su vida y su doctrina -breve pero sólida- ha ejercido un gran influjo en la espiritualidad de nuestros días, debido, sobre todo, a su experiencia trinitaria. Preciosas son sus Elevaciones, Retiros, Notas Espirituales y sus Cartas.
         





            El verdadero silencio de la monja Carmelita es el silencio del alma, en el que encuentra a Dios. Fiel discípula de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, Sor Isabel se ejercita en hacer callar sus potencias y se aísla de todo lo creado. Con ardor despiadado, todo lo inmola: la mirada, el pensamiento, el corazón. "El Carmelo, es como el Cielo: hay que separarse de todo para poseer al que es Todo". Esta separación total de las criaturas atraía ya con pasión su corazón cuando estaba en el mundo: "Hagamos el vacío, desprendámonos de todo; que no haya más que Él, Él sólo." 

                 Ese silencio interior, tan estimado por Sor Isabel, debía tomar rápidamente en ella la forma de un ascetismo universal y un lugar primordial en su vida mística. Es Evangelio puro: el que quiere elevarse hasta Dios por medio de la oración debe hacer callar en sí las vanas agitaciones del exterior y los ruidos del interior, retirarse a lo más profundo de sí mismo y allí, en secreto, recogerse "con todas las puertas cerradas" delante de la Faz del Padre.



De los Escritos de Sor Isabel de la Trinidad


            Enamorada de Cristo, que es "su libro preferido", se eleva a la Trinidad hasta que "Isabel desaparece, se pierde y se deja invadir por los Tres". El silencio, la soledad, la oración contemplativa son la palestra que la disponen a ser dócil a la Voluntad Divina, que cumple siempre y en todo a la mayor perfección.

            Corrió, voló, en el camino de la perfección y el 9 de Noviembre de 1906; moría a causa de una úlcera de estómago... murmurando casi como en un canto "Voy a la Luz, al Amor, a la Vida", expiró.







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