jueves, 20 de septiembre de 2018

LA DIVINA EUCARISTÍA: Centro y razón de la vida del católico



          Dedicamos los días jueves a meditar el Misterio Eucarístico, la gran bondad que tuvo Nuestro Señor Jesucristo de quedarse en nuestros sagrarios, oculto bajo la forma de una sencilla hostia, pero en toda Su Gloria, rodeado de la Corte Celestial, invisible a algunos ojos humanos, que le adora sin cesar noche y día. Deseo que tú que lees esto, te conviertas en uno de esos adoradores del Señor en el Tabernáculo, donde tendrás preferencia si con humildad te arrodillas y le entregas tu corazón...

LECTURA - MEDITACIÓN

               En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y por consecuencia, todo Cristo; sin que sea lícito afirmar que solamente está en él como en señal o en figura o virtualmente. 

               En el Sacrosanto Sacramento de la Eucaristía no queda sustancia de pan y de vino juntamente con el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; sino que por virtud de las palabras que pronuncia el sacerdote se realiza aquella admirable y singular conversión, de toda la sustancia de pan en el Cuerpo, y de toda la sustancia del vino en la Sangre, permaneciendo solamente las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica con suma propiedad llama Transubstanciación.




               La Divina Eucaristía es la maravilla de las maravillas, la obra de las obras, el resumen, la consumación, el coronamiento de todas las obras de Dios: el más grande, el más rico, el más suave de los sacramentos.  En ella, como en un abismo, están acumuladas las riquezas inexcrutables de Cristo: A ella, como a un océano infinito, afluyen la bondad, la sabiduría, la omnipotencia, la misericordia y la munificencia divinas. 

               Centro de todas las grandezas, de todos los destinos, de todos los deberes y de todas las fuerzas del cristiano, la Eucaristía es, por excelencia, el ejercicio de su Fe, el apoyo de su Esperanza, el fuego que enciende en su alma el incendio del Amor, el incomprensible abatimiento que confunde su orgullo, el recuerdo de las agonías divinas que lo despierta de su languidez y fortifica su paciencia, la prenda de la más inenarrable ternura que excita su piedad y conserva siempre vivas las llamas de su devoción. 

               Sin la Sagrada Eucaristía sería la Iglesia un firmamento sin sol, una tierra sin vida, una soledad triste y helada. Sin ella, que perpetúa el viviente recuerdo de la Encarnación del Verbo de Dios, se borraría de las inteligencias y de los corazones ese dulce y asombroso Misterio, y las relaciones entre el Cielo y la tierra, tan solemnemente inauguradas, anudadas tan poderosamente por la inmolación del Calvario, aflojándose poco a poco, bien pronto serían impotentes para retener a la humanidad en su nueva e irremediable pérdida. Es el tabernáculo, para la sociedad entera, un foco de luz de donde parten esas secretas influencias, esas fuerzas misteriosas, ese soplo, esa respiración, esa sangre de la caridad, que sólo mantienen en ella esa vida de que goza sin reconocer su fuente.

               Por más que el mundo lo desconozca o lo niegue, de la Sagrada Eucaristía salen esos Apóstoles, esos consoladores, esos ángeles que por millares, bajo todos los nombres y bajo todos los sayales, hacen por todas partes y a través de todos los siglos, la misma obra: consolar, bendecir, santificar a una sociedad que los pisotea, los desprecia y los maldice. Por más que el mundo lo desconozca o lo niegue, a la Divina Eucaristía le debe esa suavidad de costumbres que el paganismo de las suyas no logra debilitar, ese sentimiento de justicia que sus leyes ateas no han podido vencer, esa atmósfera impregnada de cristianismo que sus perversas teorías no han llegado a envenenar.

               El hombre y el mundo están impregnados de sus celestiales influencias, porque ella comunica a todos la virtud de la Redención, ese misterioso abismo en que reside la fuente misma de todas las gracias, prolongación y multiplicación de la presencia de Dios hecho hombre en este valle del destierro y del llanto, glorificación terrestre de la naturaleza y de la humanidad, perfeccionamiento de la vida sobrenatural, prenda segura de vida celeste, profundo símbolo de la unidad de la Iglesia; memorial en fin, según el canto de David, de todas las maravillas de un Dios Bueno y Misericordioso.







De no ser posible asistir a una iglesia o capilla católica para visitar el Sagrario,
puedes buscar un momento tranquilo del día, en el silencio del hogar,
donde nada te moleste; recógete por al menos 15 minutos, teniendo presente
que Dios te ve, que te acompaña la Virgen Nuestra Madre y tu Ángel Custodio.
En esa Santa Compañía, adora a Jesús Sacramentado y únete a Él 
como los buenos Apóstoles que lo acompañaron 
en la soledad agónica del Huerto de los Olivos...




 Sé buen católico, difunde tu Fe.
Haz un buen apostolado compartiendo este artículo
para mayor Gloria de Dios y bien de las almas.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.