sábado, 20 de mayo de 2023

SAN BERNARDINO DE SIENA

  

               La Santa Iglesia Católica y la Familia Franciscana en particular, hacen hoy memoria de San Bernardino de Siena, Apóstol de Nuestra Señora y gran difusor de la Devoción al Santo Nombre de Jesús; fue gracias a los esfuerzos de San Bernardino que se extendió en Italia la costumbre de añadir el Nombre de Jesús al Ave María, y de ahí, a la Iglesia Universal. 

               Su amor por la Madre de Dios le hizo tener como divisa y jaculatoria predilecta "Todo para María".




               A Ella se encomendaba en todo momento, pero de manera especial antes de predicar al pueblo fiel sobre las Virtudes de esta Reina y Señora, a quien confiaba su prédica con esta oración:

              "Dame, oh Gloriosa Virgen, el poder y sabiduría necesarias para anunciar las glorias de Tu Nombre a los Fieles y a Tus devotos. Yo no espero ser capaz de decir todo lo que debe ser dicho; Te ruego que solamente me hagas capaz de decir nada más que un poco en Tu Honor, para satisfacer mi devoción y para el consuelo de quienes oigan mis palabras y lean estas líneas..."

               San Bernardino llevaba por todas partes un estandarte con tres letras que formaban el Santo Nombre de Jesús: JHS (Jesús, Hombre, Salvador) e invitaba a sus oyentes a sentir un gran cariño por este Santísimo Nombre. Donde quiera que San Bernardino predicaba, quedaban como recuerdo de su misión, muchos estandartes en palacios y casas con sus tres letras: JHS.

               Nuestro Santo había nacido el día de la Natividad de la Santísima Virgen, el 8 de Septiembre de 1380, y ése mismo día recibió el Santo Bautismo. Sería también un 8 de Septiembre cuando vestiría por vez primera el hábito de los hijos de San Francisco y en ese mismo gran día de la Natividad de Nuestra Señora, recibió la Ordenación Sacerdotal, en 1404. Fue pues siempre para él muy grata y muy significativa esta santa fecha.

               Los primeros 12 años de Sacerdocio los pasó San Bernardino casi sin ser conocido de nadie. Vivía retirado, dedicado al estudio y la oración. Dios lo estaba preparando para su futura misión.

               Ni la voz ni las cualidades oratorias le ayudaban a San Bernardino para tener éxito en la predicación. Entonces se dedicó a pedir a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen que lo capacitaran para dedicarse a evangelizar con éxito y de pronto Dios le envió a predicar. Y esto sucedió de un modo bien singular. Durante tres días seguidos, estando rezando todos los religiosos por la mañana, de pronto un joven novicio, sin poder contenerse, interrumpió la oración y le dijo: "Hermano Bernardino: no ocultes más las cualidades que Dios te ha dado. Vete a Milán a predicar". Iguales palabras le fueron dichas cada uno de los tres días. Todos consideraron que esto era una manifestación de la Voluntad de Dios y le aconsejaron que se fuera a la gran ciudad a predicar la Cuaresma. Y los éxitos fueron impresionantes. Las multitudes empezaron a asistir en inmensas cantidades a sus sermones. Al principio le costaba mucho hacerse oír a lo lejos pero le pidió con toda fe a la Virgen Santísima y Ella le concedió una voz potente y muy sonora (en vez de la voz débil y desagradable que antes tenía).

                Desde el año 1418 hasta su muerte, San Bernardino recorrió pueblos, ciudades y campos durante veintiséis años, predicando de una manera que antes la gente no había escuchado.

                Se levantaba a las 4 de la mañana y durante horas y horas preparaba sus sermones. Y el efecto de cada predicación era un entusiasmarse todos por Jesucristo y una gran conversión de pecadores. Muchísimos terminaban llorando de arrepentimiento al escuchar sus palabras. Cuando su voz potentísima gritaba en medio de la silenciosa multitud: "Temblad tierra entera, al ver que la criatura se ha atrevido a ofender a su Creador", a la gente le parecía que el piso se movía debajo de sus pies y empezaban a llorar con gran arrepentimiento. Casi siempre tenía que predicar en las plazas y campos porque en los templos no cabía la gente que deseaba escucharle.

               A todos y siempre les recomendaba que se arrepintieran de sus pecados y que hicieran penitencia por su vida mala pasada. Atacaba sin compasión los vicios y las malas costumbres e invitaba con gran vehemencia a tener un intenso amor a Jesucristo y la Virgen María.

               Por todas partes llevaba y repartía un estandarte con estas tres letras que formaban el Nombre de Jesús: JHS (Jesús, Hombre, Salvador) e invitaba a sus oyentes a sentir un gran cariño por el Santísimo Nombre de Jesús. Donde quiera que San Bernardino predicaba, quedaban muchos estandartes en palacios y casas con sus tres letras, JHS.

               En Polonia predicó contra los juegos de azar y las gentes quemaron todos los juegos de azar que tenían. Un fabricante de naipes se quejó con el santo diciéndole que lo había dejado en la ruina, y él aconsejó: "Ahora dedíquese a imprimir estampas de Jesús". Así lo hizo y consiguió más dinero que el que había logrado conseguir imprimiendo cartas de naipe.

               Los envidiosos lo acusaron ante el Papa diciendo que San Bernardino recomendaba supersticiones. El Papa le prohibió predicar, pero luego lo invitó a Roma y lo examinó delante de los Cardenales y quedó tan conmovido el Sumo Pontífice al oírle sus predicaciones, que le dio orden para que pudiera predicar por todas partes.

               El Papa quiso nombrarlo Arzobispo, pero el Santo no se atrevió a aceptar. Entonces lo nombraron Superior de los Franciscanos, porque era el que más vocaciones había conseguido para esa Comunidad: cuando San Bernardino entró en la comunidad de franciscanos observantes, solamente había en Italia trescientos de estos religiosos. Cuando él murió ya había más de cuatro mil.

               Los grandes sacrificios que tenía que hacer para predicar tantas veces y en tan distintos sitios sumado a los muchos ayunos y penitencias que hacía, lo fueron debilitando notoriamente. En su rostro se notaba que era un verdadero penitente, pero esta misma apariencia de austero y mortificado, le atraía más la admiración de las gentes. El único lujo que aceptó en sus últimos años, fue el de un borriquillo, para no tener que hacer a pie todos sus largos viajes.

                Su deseo de progresar en el arte de la elocuencia y del buen predicar era tal, que donde quiera que sabía que había un buen predicador, se iba a escucharlo y aún ya lleno de años, se sentaba como simple discípulo para escuchar las clases de los maestros afamados que enseñaban cómo hablar bien en público.



               En su ciudad natal, Siena, había muchas divisiones y peleas. Se fue allá y predicó 45 sermones que devolvieron la paz a toda esa región. Uno de los oyentes logró copiar esos sermones y se conservan como una verdadera joya de la elocuencia sagrada, donde se combinan la teología con los consejos prácticos y la agradabilidad con la profundidad. 

               Mientras viajaba por los pueblos predicando, con muy poca salud pero con un inmenso entusiasmo, se sintió muy débil y al llegar al convento de los Franciscanos en Aquila, murió santamente el 20 de Mayo de 1444, cuando contaba 64 años. Su cuerpo, expuesto durante tres días, obró varios milagros documentados para el proceso de Canonización.

               Ante la petición de todo el pueblo el Papa Nicolás V, lo canonizó en 1450, tan sólo a seis años de haber muerto. San Bernardino de Siena es, indudablemente, uno de los más grandes Santos del siglo XV, uno de los mejores modelos de la predicación popular cristiana, uno de los más preciosos ejemplos de aquel puro y encendido amor de Cristo, tan característico de su padre San Francisco de Asís y del Espíritu Franciscano de todos los tiempos.



Que a ejemplo de San Bernardino
nunca nos cansemos de invocar los
Sagrados Nombres de Jesús y de María


               Tantas veces como invoquemos el Nombre de Jesús y de María podremos ganar una indulgencia de 300 días, según Decreto del Papa San Pío X, del 10 de Octubre de 1904. Es también necesario, para ganar la Indulgencia "in articulo mortis", en el momento de la muerte, pronunciar, aunque sea mentalmente, el Santísimo Nombre de Jesús.



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