Santa Gema nació el 12 de marzo 1878, en Camigliano, Italia, en el pueblo de Borgonovo de Capannori. Sus padres, Don Enrique Galgani, ejercía como farmacéutico y Doña Aurelia Landi fue una madre abnegada. Al día siguiente, 13 de Marzo, la bautizó Don Pedro Quilici, Párroco de San Miguel de Camigliano, con los nombres de Gemma Hipólita Pía. Pasó sólo un mes en Camigliano ya que sus padres decidieron trasladarse a Lucca, donde Santa Gema viviría el resto de su vida.
Gema era la cuarta de ocho hijos y la primera niña de la prole. Desde muy pequeña dio claras muestras de sincera devoción y piedad; cuando la Santa tenía apenas 4 años, sus abuelos la sorprendieron en su cuarto, de rodillas ante un crucifijo. "Estoy rezando. Salid que estoy en oración", les dijo.
"Cuando yo era pequeñita, mi madre acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando, me enseñaba un crucifijo y me decía que Jesús había muerto en la cruz por los hombres", aseguró años después la joven. Esta relación tan especial con su madre se rompió cuando tenía 7 años, el día en que Gema recibió la Confirmación. "¿Quieres darme a tu mamá?", notó que Jesús le decía en el corazón. "Me llevaré a tu mamá al Cielo, ¿me la darás de buena gana?", insistió el Señor. Al recordar ese episodio, Gema reconocería más tarde que "tuve que decir que sí" y que, al acabar la Misa, volvió a casa y "miraba a mamá y lloraba, no podía contenerme". No habían transcurrido seis meses cuando su madre murió.
Este suceso fue un mazazo para toda la familia, y la pequeña Gema fue enviada a un internado, en el colegio de Santa Zita, cuyas docentes eran las Oblatas del Espíritu Santo. Fueron los años en los que debía prepararse para recibir la Primera Comunión. El 17 de Junio de 1887 llegó el momento: "Me siento incapaz de describir la experiencia de aquel encuentro. Comprendí que las delicias del cielo no son como las de la tierra. Hubiera anhelado no interrumpir nunca aquella unión con mi Dios".
Diez años después, su padre murió de cáncer de garganta. La familia estaba llena de deudas y los acreedores ni siquiera respetaron el duelo. Antes incluso del entierro se abalanzaron sobre la casa para llevarse todo lo que pudieron, y hasta metieron las manos en los bolsillos de la joven para coger unas monedas. En la miseria, Gema tuvo que ser acogida por una familia del pueblo.
Fue una época de mucha agitación. Durante el año siguiente se despistó y comenzó a olvidarse poco a poco de Jesús. "El amor del mundo comenzó a apoderarse de mi corazón", dijo, pero "Jesús vino otra vez en mi ayuda".
Lo hizo a través de la enfermedad y la Cruz: una parálisis se apoderó de sus piernas, comenzó a dolerse de los riñones, y una otitis purulenta la llevó a quedarse en cama. Al no ver mejoría, los médicos llegaron a desahuciarla. "¿Para qué me tratas así?", se quejaba a Jesús. "Si Él te aflige en el cuerpo es para purificarte cada vez más en el espíritu", le respondió su Ángel Custodio, con el que mantuvo una estrecha relación.
Fue en aquel momento cuando empezó a recibir la visita de Jesús: "No me ofendas más, ámame como Yo te he amado siempre", le decía Nuestro Señor. Sanó con la mediación de Santa Margarita María de Alacoque y de San Gabriel de la Dolorosa (1). Al poco de recuperarse la cortejaron dos caballeros que se prendaron de su belleza, pero no tuvieron nada que hacer; Dios era su único dueño.
Según narra Santa Gema en su autobiografía "El día 8 de Junio de 1899, después de la Comunión, Jesús me avisó de que, por la tarde, me iba a hacer una gracia grande. Fui ese mismo día a confesarme y se lo le dije a Monseñor (se refiere la Santa al Obispo de Lucca, Monseñor Giovanni Volpi, que además de confesor sería su primer biógrafo) y él respondió que estuviera bien atenta para contarle cada cosa con detalle.
Era por la tarde cuando, de repente, más pronto de lo habitual, sentí un dolor interior por mis pecados; pero fue tan fuerte, que nunca lo había sentido así. Aquel dolor me redujo, casi diría, hasta morir. Después de esto me senté en recogimiento de todas las potencias del alma: el intelecto no conocía más que mis pecados y la ofensa a Dios; la memoria todo me lo recordaba y me hacía ver todos los tormentos que Jesús había padecido para salvarme; la voluntad me hacía detestarlos todos y prometer querer sufrir todo para expiarlos. Un montón de pensamientos se agolparon en mi mente, eran pensamientos de dolor, de amor, de temor, de esperanza y de consuelo.
Al recogimiento interior sucedió, bien pronto, el rapto de los sentidos y me encontré delante de mi Mamá Celeste, y a su derecha estaba mi Ángel de la Guarda, que primero me encomendó rezar el acto de contrición. Después de que lo hube acabado, la Mamá me dirigió estas palabras: "Hija, en el Nombre de Jesús, te sean redimidos todos los pecados. Luego añadió: Jesús, Mi Hijo, te ama mucho y quiere hacerte una gracia, ¿sabrás tú hacerte digna?". Mi miseria no supo que contestar.
Añadió además: "Yo seré Tu Madre ¿Te portarás tú como Mi verdadera hija?". Extendió su manto y con el me recubrió. En aquel instante apareció Jesús, que tenía todas las heridas abiertas, pero de aquellas heridas ya no salía sangre, salieron como llamas de fuego, que en un momento llegaron a tocar mis manos, mis pies y el corazón. Me sentí morir, caí en tierra, pero la Mamá me sostuvo, cubierta siempre con su manto.
Durante varias horas tuve que permanecer en aquella posición. Después, mi Mamá me besó en la frente, todo se disipó y me hallé de rodillas en la tierra, pero todavía tenía un dolor fuerte en las manos, en los pies y en el corazón.
Me levanté para meterme en la cama y, al mirar aquellas partes dónde sentía dolor, vi que de éstas salía sangre. Me cubrí aquellas partes lo mejor que pude y, luego, ayudada por mi Ángel, pude subir a la cama. Aquellos dolores, aquellas penas, en vez de afligirme, me producían una paz perfecta.
A la mañana siguiente, a duras penas pude ir a la Comunión, me puse un par de guantes, para esconderme las manos. No podía sostenerme en pie, a cada momento creía de morir. Aquellos dolores me duraron hasta las tres de la tarde del Viernes, Fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús".
Su camino de Víctima no sólo sería acrecentado por el don de los estigmas, sino que también la incomprensión humana añadió más dolor, superior al físico; fue tachada de embustera y de histérica, y hasta su mismo confesor, el Padre Germán de San Estanislao, pensó que las heridas se las causaba ella misma.
A partir de recibir los Sagrados Estigmas la vida de Santa Gema cambió: las visiones, éxtasis y vaticinios comenzaron a sucederse mientras que a la par, su salud empeoraba. Las virtudes de la joven Santa trascendieron entre los vecinos de Lucca. Los Estigmas invariablemente se le reproducían del Jueves al Viernes. Para que no viesen sus llagas usaba guantes negros y se ataviaba con un discreto vestido del mismo color. Aún así, no pudo evitar que estos favores saltaran a la calle. Y la misma gente que antes la admiró, se burlaba de ella y la tildaban de histérica y farsante. También el Obispo Volpi tuvo sus dudas. Paralelamente, los médicos y científicos no hallaban explicación a los hechos que acontecían en la vida de Santa Gema.
Santa Gema falleció el Sábado Santo, 11 de Abril de 1903, a los 25 años de edad; los grandes amores durante toda su vida fueron Jesús Crucificado, la Virgen María, la Eucaristía y la sed de conversión de las almas. Para ellos vivió y por ellos murió como Víctima de Amor. Sería beatificada por el Papa Pío XI el 14 de Mayo de 1933 y canonizada por el Papa Pío XII el 2 de Mayo de 1940. Por su frustrado intento de ingresar como monja en la Congregación de la Pasión, y pese a ser seglar, los Pasionistas animaron su proceso de canonización y la incluyeron entre sus Santos.
NOTAS
1) Para conocer más detalles de la curación de Santa Gema sólo tienes que tocar AQUÍ
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