San José es el hombre del silencio; es la oscuridad, es la noche. Pero también la noche tiene su belleza, una belleza solemne, que recoge nuestro espíritu y le aquieta y le levanta y le mece en el reposo y abre para él los horizontes infinitos del trasmundo. Esto mismo nos acontece con esta figura sagrada de la hagiografía evangélica, con este hombre admirable envuelto en la densidad de las sombras.
De otros hombres que el mundo llama grandes, la Historia ha recogido el recuerdo, los hechos, las palabras, el retrato, los triunfos y los fracasos. De San José sólo se nos dice esta frase: «Era un hombre justo.» El elogio es espléndido; pero aun así, el elogio continúa en la sombra.
Para el mundo, su vida es una verdadera noche; oscura, ciertamente, pero a la vez profunda, majestuosa e impresionante. Su grandeza nos conmueve, nos cautiva, nos abruma, y llega un momento en que esta figura se nos presenta con una gracia, con un encanto, que no tienen las grandes figuras históricas. La primera aparición, la fisonomía grave, dulce y tranquila del principio, empieza a revelarnos tesoros de luz; vérnosla rodeada de una aureola divina, de una influencia celeste, y un mundo nuevo aparece a nuestras miradas.
Este hombre del silencio es un hombre aparte, aun en medio de los Bienaventurados. Él solo forma un mundo en el inmenso sistema de mundos que forma la Sociedad de los Elegidos. Si alguna cosa puede darnos una idea de su alma, sería el océano, donde no se ven las riberas, o firmamento, que no las tiene”.
Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B.
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