Esposas muy queridas del Señor que encerradas en la cárcel del Purgatorio, sufrís indecibles penas careciendo de la Presencia de Dios hasta que os purifiquéis, como el oro en el crisol, de las reliquias que os dejaron las culpas.
¡Con cuánta razón desde aquellas voraces llamas clamáis a vuestros amigos pidiendo misericordia!
Yo me compadezco de vuestro dolor y quisiera tener caudal suficiente para satisfacer por vosotras a la Justicia Divina.
Pero, siendo más pobre que vosotras mismas, apelo a la Piedad de los Justos, a los ruegos de los Bienaventurados, al Tesoro inagotable de la Iglesia, a la intercesión de María Santísima y el precio infinito de la Sangre de Jesucristo. Concédeles, Señor, a esas pobres Almas el deseado consuelo y descanso.
Pero confío también, almas agradecidas, que tendré en vosotras poderosas medianeras que me alcancen del Señor gracia con que deteste mis culpas, adelante en la virtud, sojuzgue mis pasiones y llegue a la eterna Bienaventuranza por toda la eternidad. Amén.
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