No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga
las miradas, ni belleza que agrade. Despreciado,
desecho de los hombres, varón de dolores,
conocedor de todos los quebrantos, ante quien
se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada
Profeta Isaías, cap. LIII, vers. 2-3
Históricamente, el origen de la Devoción a la Santa Faz que no es otra cosa que el culto tributado al Rostro de Nuestro Señor Jesucristo en Sus Misterios de dolor se remonta al memorable día del Viernes Santo, cuando cargado con la Cruz, Nuestro Señor ascendía a la cima del Monte Gólgota. Según el evangelista San Lucas le seguía una gran muchedumbre; destacaban las piadosas mujeres, que se deshacían en llanto y se lamentaban.
La Verónica es un personaje que no aparece en el Evangelio; se la relaciona en la Edad Media con la hemorroisa, curada por Jesús de los flujos de sangre y se le denomina Bereniké y la hace residir en Panéas (Cesarea de Filipo).
La Tradición dirá que la misma Verónica, al ver pasar a Jesús camino del Calvario, se acercó a Él pasando entre los soldados y le enjugó el Rostro con su velo, en el que quedó su Santa Faz impresa. Este piadoso suceso pasará a la posteridad como la VI estación del Vía Crucis.
En el siglo XII se testimonia que ante la Santa Faz que se conservaba dentro de un marco de plata en Roma, ardían día y noche diez lámparas. En 1193 a instancias del Papa Celestino III fue venerada por el Rey Felipe Augusto de Francia a su paso por Roma. En el siglo XV se hace famosa la Santa Faz de Alicante (España) copia de la venerada en el Vaticano.
La Devoción a la Santa Faz inspiró toda una espiritualidad, sobre todo en Francia; allí en la ciudad de Tours, la Venerable Sor María de San Pedro, carmelita descalza, mística, tuvo diferentes visiones y conversaciones con Nuestro Señor y la Santísima Virgen, en los que la instaron a difundir la Devoción a la Santa Faz de Jesús, en reparación por los muchos insultos que sufrió Jesucristo Nuestro Señor en Su Santa Pasión.
El 24 de Noviembre de 1843, Nuestro Señor le advirtió: La Tierra está repleta de crímenes. La violación de los primeros tres mandamientos de Dios ha molestado a mi Padre. El Santo Nombre de Dios ha sido blasfemado, y el Santo Día del Señor profanado, saturado de cantidad de iniquidades. Estos pecados se han acumulado hasta el Trono de Dios y han provocado su ira, la cual estallará pronto si su justicia no es apaciguada. Jamás han llegado estos crímenes a tal punto.
Anteriormente, el 24 de Agosto de 1843, Sor María de San Pedro había recibido una revelación especial de Nuestro Señor: Él me abrió Su Corazón, y juntando allí las fuerzas de mi alma, se dirigió a mí con estas palabras: Mi Nombre es blasfemado en todas partes. Hasta los niños me blasfeman. Él me hizo entender que este espantoso pecado lastima penosamente Su Divino Corazón más que cualquier otro. Por medio de la blasfemia el pecador maldice el Rostro de Dios, lo ataca abiertamente, anula la redención y pronuncia su propia condenación y juicio. La blasfemia es una flecha envenenada que siempre lastima su Divino Corazón.
Sor María añadía: Él me hizo ver entonces que este pecado aterrador hiere Su Divino Corazón más gravemente que cualquier otro pecado, mostrándome cómo por la blasfemia el pecador lo maldice en Su Rostro, Lo ataca públicamente, anula Su Redención y pronuncia su propio juicio y condenación.
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El Salvador me hizo entender que Su Justicia estaba enormemente irritada por los pecados de la humanidad, pero particularmente contra aquellos que directamente ultrajan la Majestad de Dios, esto es: el ateísmo, las blasfemias y la profanación del Domingo y los Días Santos. Nuestro Señor me dijo: Los verdugos Me crucificaron un Viernes, los Cristianos Me crucifican el Domingo.
Él me dijo que desea darme una Flecha de Oro con la cual herir con delicias su Corazón y sanar esas heridas infligidas por la malicia de los pecadores. Este es el origen de la oración que conocemos, La Flecha de Oro: Que el Santísimo, Sacratísimo, Adorabilísimo, Misteriosísimo e Inefable Nombre de Dios, sea por siempre alabado, bendecido, amado, adorado y glorificado, en el Cielo, en la Tierra y en los Infiernos, por todas las criaturas de Dios, y por el Sagrado Corazón de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, en el Santísimo Sacramento del Altar. Amén.
Nuestro Señor dijo que esta oración desencadena un torrente de gracia para los pecadores. En estos Mensajes del Cielo, se le pidió a Sor María de San Pedro hacer una Comunión de reparación por la profanación dominical (Pecado contra el Tercer Mandamiento). Sor María de San Pedro escribe: Nuestro Señor me ordenó comulgar los Domingos por estas tres intenciones particulares: en espíritu de expiación por todas las tareas prohibidas que se hacen los domingos, que como día de observancia debe ser santificado. Para apaciguar la Justicia Divina que estaba a punto de descargarse a causa de la profanación de los días de guardar. Para implorar la conversión de aquellos pecadores que profanan los domingos, y para lograr la terminación del trabajo dominical prohibido.
Nuestro Señor desea que Su Divino Rostro sea ofrecido como objeto exterior de adoración a todos Sus hijos que se asociarán a esta Obra de Reparación. Su Divino Rostro es la Imagen misma de Dios.
"Ofrécelo incesantemente a Mi Padre por la salvación de tu país. El tesoro de Mi Divino Rostro en sí mismo posee un valor tan extraordinario que por medio de él todos los asuntos de Mi Casa se arreglan rápidamente. Si supieras cuánto complace a Mi Padre ver Mi Rostro. Regocíjate, hija Mía, porque se acerca la hora en que nacerá la Obra más bella bajo el sol".
El 11 de Octubre de 1845, Nuestro Señor le dio una revelación en relación a la importancia de hacer reparación a su Santa Faz. En ese día Nuestro Señor le dijo a Sor María de San Pedro: Busco Verónicas para enjugar y venerar Mi Divina Faz, la cual tiene pocos adoradores.
Le dictó entonces una Oración de Reparación a la Santa Faz: Padre Eterno, Te ofrezco la adorable Faz de Tu amado Hijo, por el Honor y la Gloria de Tu Nombre, para la conversión de los pecadores, para la salvación de los moribundos.
En 1835 el Papa León XIII, aprobó la Archicofradía de la Santa Faz; a esta pía organización pertenecería la familia de Santa Teresita de Lisieux, que se inscribió en ella tres años antes de entrar en el Carmelo. Una de las reglas de la Archicofradía consistía en recitar frecuentemente la jaculatoria “¡Muéstranos Señor Tu Santa Faz y seremos salvos!”. En el Carmelo de Lisieux tenían una copia de la reliquia del Velo de la Verónica y ante ella exclamaba Santa Teresita: ¡Oh, ¡cuánto bien me ha hecho la Santa Faz en mi vida!. De hecho, su nombre religioso completo era "Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz".
Su hermana Celina, (Sor Genoveva de Santa Teresa y la Santa Faz) diría con respecto a su hermana Teresita: "La Devoción a la Santa Faz era para ella la corona y el complemento de su amor por la Sagrada Humanidad de Nuestro Señor. El Rostro Bendito era el espejo donde ella contemplaba el Corazón y el Alma de su Bien Amado". Esta devoción fue la inspiración ardiente de la vida de la Santa. Su devoción a la Santa Faz trascendía, o más exactamente, abrazaba, todas las demás atracciones de su vida espiritual.
Una de las compañeras de Santa Teresita, que testificó durante su proceso de canonización dijo que “por muy tierna que fuera su devoción al Niño Jesús, no puede compararse con lo que la Hermana Teresa sentía por la Santa Faz”.
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