viernes, 5 de agosto de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Picarretta. DECIMONOVENA HORA: La Crucifixión de Jesús

  

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...



DE LAS 11 A LAS 12 DEL DÍA

DECIMONOVENA HORA

La Crucifixión de Jesús


          Jesús, Madre mía, venid a escribir conmigo, prestadme vuestras santísimas manos para que pueda escribir lo que a Vosotros os plazca y sólo lo que queráis. Jesús, amor mío, ya estás despojado de tus vestiduras; tu cuerpo santísimo está tan lacerado, que pareces un cordero desollado... Veo que de la cabeza a los pies tiemblas, y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la Cruz, caes por tierra en este monte. Bien mío y Todo mío, el corazón se me oprime por el dolor al ver cómo la sangre te diluvia de todas partes de tu santísimo cuerpo, y todo cubierto de llagas, de la cabeza a los pies. 

               Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor tuyo, la corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza... Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación del pecador, especialmente en el pecado de la soberbia... 

               Jesús, veo que si el amor no te empujase aún más arriba, Tú ya hubieras muerto por la intensidad del dolor que sufres en esta tercera coronación de espinas. Pero veo que no puedes soportar el dolor, y con esos ojos velados por la sangre miras para ver si al menos hay uno que se te acerque para sostenerte en tanto dolor y confusión... Dulce bien mío, aquí no estás solo como en la noche de la Pasión, aquí está la dolorosa Mamá que, lacerada en su Corazón sufre tantas muertes por cuantas penas sufres Tú... 

               Oh Jesús, también está la amante Magdalena, que parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por la intensidad del dolor de tu Pasión... Este es el monte de los amantes... y no podías estar solo, pero dime, Amor mío, ¿quién quisieras que te sostuviera en tanto dolor? Ah, permíteme que sea yo quien te sostenga. Yo soy quien tiene más necesidad de todos... La Mamá querida, con los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mi hombro y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas. 

               Quiero poner mi cabeza junto a la Tuya no sólo para sentir Tus espinas sino también para lavar con Tu Sangre Preciosísima, que de la cabeza te chorrea, todos mis pensamientos, para que todos puedan estar en tacto de repararte por cualquier ofensa de pensamiento que cometan las criaturas. 

               Oh amor mío, estréchate a mí, pues quiero besar una por una las gotas de Tu Sangre que chorrean sobre Tu Rostro Santísimo; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de Tu Sangre sea luz para cada mente creada, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos... Y mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la Cruz que Tus enemigos te preparan. Oyes los golpes que dan a la Cruz para hacerle los agujeros en los que te clavarán. 

               Oh Jesús, siento que el Corazón te palpita con violencia, anhelando ese lecho, para Ti el más deseado, si bien con dolor indescriptible, con que sellarás en Ti la salvación de nuestras almas; y te oigo decir: “Amor mío, Cruz amada, lecho mío precioso: tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi descanso. Oh Cruz, recíbeme pronto en tus brazos; estoy impaciente en la espera. Cruz Santa, en ti daré cumplimiento a todo. ¡Pronto, oh Cruz, cumple Mis ardientes deseos, que me consumen para dar Vida a las almas, y estas Vidas serán selladas por ti, oh Cruz! ¡Ah, no tardes, que con ansia espero extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos Mis hijos y cerrarles el Infierno! Oh Cruz, es verdad que tú eres Mi batalla, pero eres también Mi Victoria y Mi Triunfo completo. En ti concederé abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos...” 

               ¿Pero quién podrá decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la Cruz? Pero mientras Jesús se desahoga con la Cruz, Sus enemigos le mandan que se extienda sobre ella, y Él inmediatamente obedece a lo que quieren, y esto para reparar por nuestras desobediencias. Amor mío, antes que te extiendas sobre la Cruz déjame que te estreche más fuerte a mi corazón y que te de, y Tú me des, un beso. Oye, Jesús, no quiero dejarte; quiero permanecer Contigo y extenderme también yo sobre la Cruz y quedar clavada junto Contigo. El verdadero amor no soporta ninguna clase de separación. Tú perdonarás la audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificada Contigo... 

               Mira, tierno amor mío, no soy yo sola quien te lo pide, sino también te lo pide la doliente Mamá, la amante Magdalena, el predilecto Juan; todos te dicen que les sería más soportable quedar crucificados Contigo que sólo asistir y verte a Ti solo crucificado... Por eso en unión Contigo me ofrezco al Eterno Padre, identificada con Tu Voluntad, con Tu Amor, con Tus reparaciones, con Tu mismo Corazón y con todas Tus penas. Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice: “Hija Mía, has previsto Mi Amor, esta es Mi Voluntad: que todos los que me aman queden crucificados Conmigo. Ah sí, ven tú también a extenderte Conmigo sobre la Cruz; te haré vida de Mi Vida y te tendré como la predilecta de Mi Corazón.” 

               Dulce bien mío, he aquí que te extiendes sobre la Cruz, miras a los verdugos, que tienen en las manos clavos y martillo para clavarte, y los miras con tal amor y dulzura que les haces dulce invitación para que pronto te crucifiquen... Y ellos, aunque sienten repugnancia, con ferocidad inhumana te sujetan la mano derecha, presentan el clavo y a golpes de martillo lo hacen salir por el otro lado de la Cruz, pero es tanto y tan tremendo el dolor que sufres, oh Jesús mío, que te estremeces; la luz de Tus ojos se eclipsa, Tu Rostro Santísimo palidece y se hace lívido... Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco, por mí y por todos... Y por cuantos fueron los golpes que recibiste, tantas otras almas te pido en este momento que libres de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta Sangre Preciosísima; y por el dolor atroz que sufriste, especialmente cuando te clavaron en la Cruz, te ruego que a todos abras el Cielo y que bendigas a todos, y ésta Tu bendición llame a la conversión a los pecadores, y a la luz de la Fe a los herejes e infieles. 

              Oh Jesús, dulce Vida mía, habiéndote crucificado ya la mano derecha, los verdugos, con inaudita crueldad te toman la izquierda y te tiran de ella tanto, para hacer que llegue al agujero ya preparado en la Cruz, que te sientes dislocar las articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la violencia del dolor, las piernas se contraen convulsamente... 

               Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco... Y te ruego, por esos golpes y por los dolores que sufriste cuando te traspasaron con el clavo, que me concedas muchas almas que en este momento hagamos volar del Purgatorio al Cielo; y por la Sangre que derramaste te ruego que extingas las llamas que atormentan a esas almas, y para todas sea refrigerio y un baño saludable que las purifique de todas las manchas y las disponga a la visión beatifica... Amor mío y Todo mío, por el agudísimo dolor que sufriste cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda te ruego que cierres el Infierno a todas las almas y que detengas los rayos de la Divina Justicia, que por nuestras culpas está por desgracia irritada... Ah Jesús, haz que este clavo en Tu izquierda bendita sea la llave que cierre la Divina Justicia, para hacer que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la Divina Misericordia a favor de todos. Por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos... 

                Ya has quedado inmovilizado para todo, y nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por tanto, pongo en Tus brazos el mundo y a todas las generaciones, y te ruego, Amor mío, con las voces de Tu misma Sangre, que no niegues a ninguno el perdón, y por los Méritos de Tu Preciosísima Sangre te pido la salvación y la Gracia para todos, sin excluir a ninguno. 

               Amor mío Jesús, Tus enemigos no están todavía satisfechos; con ferocidad diabólica toman Tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de almas, y, contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las manos, tiran de ellos tan fuerte que quedan descoyuntadas las rodillas, las caderas y todos los huesos del pecho... 

               Mi corazón no resiste, oh Bien mío...Veo que por la vehemencia del dolor, Tus hermosos ojos eclipsados y velados por la Sangre se ponen en blanco, Tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, las mejillas se hunden, los dientes entrechocan, el pecho se sofoca, y el Corazón, por la fuerza de la tensión con que han sido estiradas las manos y los pies, queda todo desquiciado... 

             ¡Amor mío, con cuánto deseo me pondría en tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero extenderme en todos tus miembros para darte un alivio, un beso, un consuelo y una reparación por todo. Jesús mío, veo que colocan un pie sobre el otro, y te lo traspasan con un clavo, por añadidura despuntado... 

               Ah Jesús mío, permíteme que mientras te los traspasa el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los Sacerdotes, para que sean luz para todas las gentes, y en especial aquellos que no llevan una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a todas las gentes, para que reciban la luz de los Sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y en la misma forma que el clavo te traspasa los pies, así traspase a los Sacerdotes y a las gentes para que unos y otras no puedan separarse de Ti... Pies benditos de mi Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y os agradezco... Y por los atrocísimos dolores que sufriste cuando fuiste estirado, descoyuntándose todos los huesos, y por la sangre que derramaste, te suplico que pongas y encierres a todas las almas en Tus Llagas. 

               No desdeñes a ninguna, oh Jesús... Que Tus clavos crucifiquen nuestras potencias para que no se separen de Ti; nuestro corazón, para que siempre y solamente quede fijo en Ti; todos nuestros sentimientos queden clavados con Tus clavos para que no tomen ningún gusto que no provenga de ti... 

               Oh Jesús mío crucificado, te veo todo ensangrentado, nadas en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te gritan sino: ¡Almas! Más aún, en cada una de estas gotas de Tu Sangre veo presentes a todas las almas de todos los siglos; de manera, que a todas nos contenías en Ti, oh Jesús. Y por la potencia de esta Sangre te pido que ninguna huya nunca más de Ti. Oh Jesús mío, terminando los verdugos de clavarte los pies, yo me acerco a Tu Corazón. 

              Veo que ya no puedes más, pero el amor grita más fuerte y exige: “¡Más penas aún!”. Jesús mío, abrazo tu Corazón, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco, por mí y por todos... Oh Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre Tu Corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosísima crucifixión... Ah, siento que cada golpe de martillo resuena en Tu Corazón. Tu Corazón es el centro de todo, y por él empiezan los dolores y en él terminan...

               Ah, si no fuera porque esperas una lanza para ser traspasado, las llamas de tu Amor y la sangre que hierve en torno a Tu Corazón, se hubieran abierto camino y te lo habrían ya traspasado. Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a hacer su feliz morada en Tu Corazón, y yo, oh Jesús, por amor de este Corazón y por Tu Sacratísima Sangre, te suplico, te pido la santidad de todas tus almas amantes... 

               Oh Jesús, no las dejes salir jamás de Tu Corazón, y con Tu Gracia multiplica las vocaciones de almas amantes y víctimas que continúen Tu vida sobre la tierra. Tú quisieras dar un puesto especial en Tu Corazón a las almas que te aman; haz que este puesto no lo pierdan jamás. Oh Jesús, que las llamas de Tu Corazón me abrasen y me consuman, que Tu sangre me embellezca, que Tu Amor me tenga siempre clavada al Amor, con el dolor y con la reparación. 

              Oh Jesús mío, ya los verdugos han clavado Tus manos y Tus pies a la Cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a Tu Rostro adorable a tocar la tierra empapada por Tu misma Sangre, y Tú, con tu boca divina, la besas... Y con este beso, oh dulce Amor mío, quieres besar a todas las almas y vincularlas a Tu Amor, sellando su salvación. Oh Jesús, déjame que tome yo Tu lugar para que Tu Sacratísimo Cuerpo no toque esa tierra, aunque esté empapada por Tu Preciosísima Sangre; déjame que te estreche entre mis brazos, y mientras los verdugos doblan a golpes los clavos, haz que estos golpes me hieran también a mí y me crucifiquen por entero a Tu Amor. 

               Jesús mío, mientras las espinas se van hundiendo cada vez más en Tu Cabeza, quiero ofrecerte todos mis pensamientos, para que como besos afectuosos te consuelen y mitiguen la amargura de Tus espinas. Oh Jesús, veo que Tus enemigos aún no se han hartado de insultarte y de escarnecerte, y yo quiero confortar Tus divinas miradas con mis miradas de amor. Tu lengua está pegada casi a Tu paladar por la amargura de la hiel y por la sed abrasadora. Para aplacar tu sed quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos, te abrasas cada vez más por ellas... 

               Dulce amor mío, quiero enviarte ríos de amor para mitigar de algún modo la amargura de la hiel y la sed ardiente... Oh Jesús, veo que a cada movimiento que haces, las llagas de Tus manos se van abriendo más y el dolor se hace más intenso y acerbo. Querido Bien mío, para confortar y endulzar este dolor te ofrezco las obras santas de todas las criaturas... ¡Oh Jesús mío, ay! ¡Cómo está destrozado Tu pobre Corazón! ¿Cómo podré confortarte en tanto dolor? Me difundiré en Ti, pondré mi corazón en el Tuyo, en Tus ardientes deseos pondré los míos para que sea destruido cualquier deseo malo; difundiré mi amor en el Tuyo a fin de que con Tu fuego sean abrasados los corazones de todas las criaturas y destruidos los amores profanos y pecaminosos. Y así Tu Corazón Sacratísimo quedará reconfortado. 

               Yo prometo desde ahora, oh Jesús, mantenme siempre clavada a este Corazón amorosísimo con los clavos de Tus deseos, de Tu Amor y de Tu Voluntad. ¡Oh Jesús mío: Crucificado Tú, crucificada yo en Ti! No permitas que me desclave lo más mínimo de Ti; sino que quede siempre clavada, para poder amarte y repararte por todos y mitigar el dolor que te dan las criaturas con sus pecados... 

              En esta hora, en íntima unión con Jesús, el alma, ejerciendo el oficio de víctima, quiere desarmar a la Justicia Divina. Mi buen Jesús, veo que Tus enemigos levantan el pesado madero de la Cruz y lo dejan caer en el hoyo que han preparado; y Tú, dulce Amor mío, quedas suspendido entre el Cielo y la tierra. En este solemne momento te diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices: “Padre Santo, heme aquí cargado con todos los pecados del mundo; no hay pecado que no recaiga sobre Mí. Por eso no descargues sobre los hombres los flagelos de Tu Divina Justicia, sino sobre Mí, Tu Hijo. Oh Padre, ¿no ves a qué estado me he reducido? Por esta Cruz y en virtud de estos dolores, concede a todos el perdón, verdadera conversión, paz y santidad. Detén Tu indignación contra la pobre humanidad, contra Mis hijos; están ciegos y no saben lo que hacen... Por eso mírame bien, cómo he quedado reducido por causa de ellos. Si no te mueves a compasión por ellos, enternécete al manos al ver Mi Rostro escupido y cubierto de sangre, lívido e hinchado por tantas bofetadas y golpes que he recibido... ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más hermoso de todos, y ahora estoy tan desfigurado que ya no me reconozco. He llegado a ser la abominación de todos. ¡Por eso, a cualquier precio quiero salvar a la pobre criatura!”. 

               Crucificado Amor mío, yo también quiero seguirte ante el Trono del Eterno y junto Contigo quiero desarmar a la Divina Justicia. Hago mía Tu Santísima Humanidad, me uno con mi voluntad a la Tuya y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú... Es más, permíteme que corran mis pensamientos en los Tuyos; mi amor, mi voluntad, mis deseos en los Tuyos; mis latidos corran en Tu Corazón y todo mi ser, en Ti, a fin de que no deje escapar nada y repita acto por acto y palabra por palabra todo lo que haces Tú. 

               Pero veo, crucificado Bien mío, que Tú, viendo al Divino Padre grandemente indignado contra las criaturas, te postras ante El y ocultas a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndolos al seguro, para que el Padre, mirándonos en ti, no nos eche a las criaturas de Sí. Y si las mira airado, es porque todas las almas han desfigurado la bella imagen que El creó, y no tienen más pensamientos que para desconocerlo y ofenderlo, y de su inteligencia, que debía ocuparse en comprenderlo, forman por el contrario una guarida donde anidan todos los pecados... Y Tú. oh Jesús mío, para aplacarlo, atraes la atención del Divino Padre a que mire tu santísima cabeza traspasada en medio de atroces dolores, que en tu mente tienen cono clavadas a todas las inteligencias de las criaturas, y por las cuales y por cada una ofreces una expiación para satisfacer a la Divina Justicia. 

               ¡Oh, cómo estas espinas son ante la Majestad Divina voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas! Jesús mío, mis pensamientos sean uno solo con los tuyos; por eso contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la Divina Majestad por todo el mal que hacen todas las criaturas con la inteligencia. Permíteme que tome tus espinas y tu misma Inteligencia, y que vaya recorriendo contigo todas las criaturas y una tu Inteligencia a las suyas, y que con la santidad de tu Inteligencia les devuelva la primera Inteligencia, tal como fue por ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de las criaturas en ti, y que con tus espinas traspase la mente de todas y de cada una de las criaturas y te devuelva el dominio y el gobierno de todas... 

               Ah sí, oh Jesús mío, Tú solo sé el dominador de cada pensamiento, de cada acto de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, y sólo así la faz de la tierra, que causa horror y espanto, será renovada. Mas me doy cuenta, crucificado Jesús, que aún ves al Divino Padre indignado, que mira a las pobres criaturas y las ve a todas tan enfangadas de pecados y cubiertas con las más repugnantes asquerosidades, que dan asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, casi no reconociendo como obra de sus manos santísimas a la pobre criatura! Es más, parece que sean otros tantos monstruos ocupan la tierra y que atraen la indignación de la mirada del Padre... 

               Pero Tú, oh Jesús mío, para aplacarlo tratas de endulzarlo cambiando sus ojos por los tuyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas; y lloras ante la Divina Majestad para moverla a compasión por la desgracia de tantas pobres criaturas, y oigo que le dices: “Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va enfangando con pecados, hasta no merecer ya tu mirada paterna; pero mírame, oh Padre: Yo quiero llorar tanto ante Ti, que forme un baño de lágrimas y de sangre para lavar todas las inmundicias con que se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? ¡No, no puedes; soy tu Hijo! Y a la vez que soy tu Hijo soy también la Cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros... ¡Salvémoslas, oh Padre, salvémoslas!”. 

               Jesús mío, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas... y por estos tiempos tan tristes. Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y recorra todas las criaturas. Y para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor, les hará ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van enfangando Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas... y así, al verte llorar, se rendirán. Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las criaturas; que haga descender estas lágrimas en sus corazones y ablande a tantas almas endurecidas en el pecado, venza la obstinación de los corazones y haga penetrar en ellos tus miradas, haciéndoles levantar al Cielo sus miradas para amarte, y no las dejen más vagar sobre la tierra para ofenderte. Así el Divino Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad. 

               Crucificado Jesús, veo que el Divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por tanto Amor a la pobre criatura, Amor que ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, tantas que se pueda decir que en cada paso y acto de la criatura se siente correr el Amor y las gracias de ese Corazón Paterno, y la criatura, siempre ingrata, no quiere reconocerlo sino que hace frente a tanto Amor llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y de ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriendo destruirlo si pudiera, y todo por idolatrarse a sí misma ¡Ah, todas esas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan ante la Majestad Divina, la Cual, oh cómo se indigna viendo a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos posibles! Pero Tú, oh Jesús mío, siempre atento a defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu Amor fuerzas al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos insultos y desprecios, y le dices: “Padre mío, no rechaces a las pobres criaturas; si las rechazas a ellas, a Mí me rechazas. 

               ¡Ah, aplácate! Todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro, que te responde por todas... Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad; son ciegos y no saben lo que hacen. Por eso mírame bien cómo he quedado reducido por su causa. Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te enternezca mi rostro lleno de salivazos, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes como he recibido... ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más bello de los hijos de los hombres y ahora estoy tan desfigurado que soy irreconocible; soy oprobio para todos. ¡Por eso, a cualquier precio quiero a la criatura salva! “. 

               Jesús mío, ¿pero es posible que nos ames tanto? Tu amor tritura mi pobre corazón, pero queriéndote seguir en todo, déjame que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, con el fin de moverlo a compasión por la pobre humanidad, que tan oprimida está bajo el látigo de la Divina Justicia que yace como moribunda; y permíteme que vaya en medio de las criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor les haga comprender 

               Quién eres Tú y quiénes son ellas que se atreven a ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantos pecados en que viven muertas a la Gracia, y les haga postrarse ante ti a todas, en acto de adorarte y de glorificarte. Jesús mío, Crucificado adorable, la criatura continúa irritando sin cesar a la Divina Justicia, y de su lengua hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, tramas para preparar cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo horribles matanzas y asesinatos... Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen los oídos divinos, y Dios, cansado de estos ecos malignos que las criaturas le envían, siente que querría deshacerse de ellas y arrojarlas lejos de Sí, porque todas estas voces malignas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas... 

               ¡Oh, cómo la Divina Justicia se siente constreñida a descargar flagelos! ¡Oh, cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias horrendas! Pero Tú, oh Jesús mío, amándonos con sumo amor, haces frente a estas voces malignas con tu voz omnipotente y creadora y haces resonar tu dulcísima voz en los oídos del Padre para repararlo por las molestias que le dan las criaturas, con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y clamas: “¡Misericordia, Gracias, Amor para la pobre criatura!” Y para aplacarlo más, le demuestras tu santísima boca y le dices: “Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien te da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a las criaturas, pero que las mires en Mí, pues si las miras fuera de Mí, ¿qué sería de ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de todas las miserias. Piedad, piedad de las pobres criaturas. Yo te respondo por ellas con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed y quemada y abrasada por el Amor...” 

               Amargado Jesús mío, mi voz en la tuya también quiere hacer frente a todas esas ofensas. Déjame que tome tu lengua, tus labios y que recorra todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, para que sintiendo ellas en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, no vuelvan a blasfemar, si no por amor, al menos por la amargura que sientan...; déjame que toque sus labios con los tuyos a fin de que, haciéndoles sentir en sus labios el fuego de la culpa, y haciendo resonar tu voz omnipotente en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar a todas las voces humanas en voces de bendiciones y alabanzas. Crucificado Bien mío, ante tanto amor y dolor tuyo la criatura no se rinde aún; por el contrario, despreciándote, va añadiendo pecados y pecados, cometiendo enormes sacrilegios, homicidios, suicidios, fraudes, engaños, crueldades y traiciones... 

               Ah, todas estas obras malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener su peso, está a punto de dejarlos caer, haciendo llover sobre la tierra cólera y destrucción. Y Tú, oh Jesús mío, para librar a la criatura de la cólera divina, temiendo ver a la criatura destruida, tiendes tus brazos al Padre para que El no los deje caer y destruya a la criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso, lo desarmas e impides a la Justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, con voz más conmovedora le dices: “Padre mío, mira mis manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me tienen clavado junto con todas estas obras malas. 

               Ah, en estas manos siento todos los dolores que me dan todas estas malas obras. ¿No estás contento, oh Padre mío, con mis dolores? ¿No son acaso capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos descoyuntados y descarnados sean para siempre cadenas que tengan atadas a todas las pobres criaturas a fin de que ninguna me huya, sólo la que quisiera arrancarse de Mí a viva fuerza; y estos mis brazos sean las cadenas amorosas que te aten también a ti, Padre mío, para impedirte que destruyas a la pobre criatura; más aún, te atraigan siempre más hacia ella para que derrames abundantemente sobre ella tus gracias y tus misericordias.” 

               Jesús mío, tu amor es un dulce encanto para mí, y me mueve a hacer todo lo que haces Tú; por eso dame tus brazos, pues quiero impedir junto contigo, a costa de cualquier pena, que intervenga la Justicia Divina contra la pobre humanidad. Con la sangre que escurre de tus manos quiero extinguir el fuego de la culpa que la enciende y aplacar su furor; y para mover al Padre a más piedad por las criaturas, permíteme que en tus brazos ponga tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, tantos corazones doloridos y oprimidos, y déjame que recorra todas las criaturas y las estreche a todas en tus brazos para que todas vuelvan a tu Corazón. Permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y pecaminosas e impida a todos hacer el mal. 

               Amable Jesús mío crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte; quiere beber hasta el fondo todas las heces del pecado y corre como enloquecida por el camino del mal; se precipita cada vez más de pecado en pecado, desobedece y desconoce tus Leyes, y desconociéndote a ti, se rebela más contra ti , y casi sólo por darte dolor quiere irse al infierno... ¡Oh, cómo se indigna la Majestad Suprema! Y Tú, oh Jesús mío, triunfando sobre todo, para aplacar al Divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad lacerada, descoyuntada, descarnada y destrozada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los que contienes todos los pasos de las criaturas, que te dan dolores de muerte, tanto que están deformes por la atrocidad de los dolores; y oigo tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de extinguirse, que a fuerza de amor y de dolor quiere vencer a la criatura y triunfar sobre el Corazón del Padre diciendo: “Padre mío, mírame de la cabeza a los pies: No hay parte sana en Mí. Ya no tengo donde hacerme abrir nuevas llagas y procurarme otros dolores. Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién va a poder aplacarte? 

               ¡Oh criaturas, si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza de conversión os queda? Estas mis llagas y esta Sangre mía sean siempre voces que hagan descender del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y de compasión hacia la pobre humanidad...” Jesús mío, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura; por lo cual permíteme que tome tus santísimos pies y vaya a todas las criaturas y ate sus pasos a tus pies para que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las ataduras que has puesto entre Tú y ellas, no puedan. Ah, con estos tus pies hazles echarse atrás del camino del mal y ponlas en el sendero del bien, haciéndolas más dóciles a tus Leyes; y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él. Jesús mío, amante crucificado, veo que ya no puedes más... 

               La tensión terrible que sufres sobre la Cruz, el continuo moverse de tus huesos, que cada vez más se dislocan a cada pequeño movimiento, las carnes que cada vez más se abren, las repetidas ofensas que te añaden, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas interiores que te ahogan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como una ola impetuosa hasta dentro de tu Corazón traspasado, ay, te aplastan de tal manera que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios, está a punto de sucumbir, y como delirando por el amor y por el sufrimiento suplica ayuda y piedad... 

               Crucificado Jesús. ¿Será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos, pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu Sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina y hacer menos dolorosas sus punzadas, y para aliviar en cada pena interior de tu Corazón la intensidad de tus amarguras! Quisiera darte vida por vida y, si me fuera posible, quisiera desclavarte de la Cruz para substituirte... Pero veo que soy nada y que no puedo nada; soy demasiado insignificante, por eso, dame a ti mismo; tomaré Vida en ti, te daré a ti mismo, sólo así mis ansias quedarán satisfechas. Destrozado Jesús, veo que tu santísima Humanidad se agota para dar en todo cumplimiento a nuestra redención... 

               Tienes necesidad de ayuda, pero de ayuda divina y por eso te arrojas en los brazos del Padre y le pides ayuda y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el Divino Padre mirando la horrenda destrucción de tu santísima Humanidad, la terrible obra que el pecado ha hecho en tus sagrados miembros! Y El, para satisfacer tus ansias de amor, te estrecha a su Corazón paterno y te da los auxilios necesarios para dar cumplimiento a nuestra redención. Y mientras te estrecha, en tu Corazón sientes más fuerte repetirse los martillazos y los clavos, los rayos de los flagelos, el abrirse las llagas, las punzadas de las espinas... ¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas estas penas te las dan en tu Corazón hasta las almas a ti consagradas! Y en su dolor te dice: “¿Pero es posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte por ti elegida esté contigo? Al contrario, parece que sean almas que piden refugio y ocultarse en este tu Corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa y, lo que es peor, todos estos dolores que te dan, van ocultos y cubiertos con hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener más mi indignación por la ingratitud de estas almas que me dan más dolor que las de todas las demás criaturas juntas!”.

               Pero Tú, oh Jesús mío, triunfando en todo, defiendes a estas almas y con el amor inmenso de tu Corazón das reparación por las oleadas de amarguras y de heridas mortales que estas almas te envían; y para aplacar al Padre le dices: “Padre mío, mira este mi Corazón: Que todos estos dolores te satisfagan, y por cuanto más amargos, tanto más potentes sean sobre tu Corazón de Padre para obtenerles gracia, luz, perdón... Padre mío, no las rechaces: Ellas serán mis defensoras y continuarán mi Vida sobre la tierra”. “Oh Padre amorosísimo, considera que si bien mi Humanidad ha llegado ahora al colmo de sus sufrimientos, también este mi Corazón estalló por las amarguras y por las íntimas penas e inauditos tormentos que he sufrido a lo largo de casi 34 años, desde el primer instante de mi Encarnación... Tú conoces, oh Padre, la intensidad de estas penas interiores, tan dolorosas que hubieran sido capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor si nuestra Omnipotencia no me hubiera sostenido para prolongar mi padecer hasta esta extrema agonía... 

               Ah, si todas las penas de mi santísima Humanidad, que te he ofrecido hasta ahora para aplacar tu Justicia sobre todos y para atraer sobre todos tu misericordia triunfadora, no te bastan, ahora de un modo particular Yo te presento, por las faltas y los extravíos de las almas consagradas a Nosotros, este mi Corazón despedazado, oprimido y triturado, pisoteado en el lagar de todos los instantes de mi vida mortal... Ah, observa, Padre mío, que éste es el Corazón que te ha amado con infinito amor, que siempre ha vivido abrasado de amor por mis hermanos, hijos tuyos en Mí... Este es el Corazón generoso con el que he anhelado sufrir para darte la completa satisfacción por todos los pecados de los hombres. Ten piedad de sus desolaciones, de su continuo penar, de sus tedios, de sus angustias, de sus tristezas hasta la muerte... 

               ¿Acaso ha habido, oh Padre mío, un solo latido de mi corazón que no haya buscado tu Gloria, aun a costa de penas y de sangre, y la salvación de todos mis hermanos? ¿No ha salido de este mi Corazón siempre oprimido las ardientes suplicas, los gemidos, los suspiros, los clamores, con que durante casi 34 años he llorado y clamado Misericordia en tu presencia? Tú me has escuchado, oh Padre mío, una infinidad de veces y por una infinidad de almas, y te doy gracias infinitas..., pero mira, oh Padre mío, cómo mi Corazón no puede calmarse en sus penas, aun por una sola alma que haya de escapar a su amor, porque Nosotros amamos a un alma sola tanto como a todas las almas juntas... ¿Y se dirá que habré de dar el último respiro sobre este doloroso patíbulo viendo perecer miserablemente incluso almas a Nosotros consagradas? 

               Yo estoy muriendo en un mar de angustias por la iniquidad y por la pérdida eterna del pérfido Judas, que me fue tan duro e ingrato que rechazó todas mis finuras amorosas y delicadas, y al que Yo hice tanto bien que llegué a hacerlo Sacerdote y Obispo, como a los demás Apóstoles míos. ¡Ah Padre mío, baste este abismo de penas, baste... Oh, cuántas almas veo, elegidas por nosotros a esta vocación sagrada, que quieren imitar a Judas... cual más, cual menos! ¡Ayúdame, Padre mío, ayúdame; no puedo soportar todas estas penas! ¡Mira si hay una fibra en mi Corazón, una sola fibra que no esté atormentada más que todos los destrozos de mi cuerpo divino! ¡Mira si toda la sangre que estoy derramando no brote, más que de mis llagas, de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor! Piedad, Padre mío, piedad, no para Mí, que quiero sufrir y padecer hasta lo infinito por las pobres criaturas, sino piedad de todas las almas, especialmente de las llamadas a ser mis Esposas, a ser mis Sacerdotes. 

               Escucha, oh Padre, mi Corazón, que sintiéndose faltar la vida acelera sus encendidos latidos y grita: ¡Padre mío, por mis innumerables penas te pido gracias eficaces de arrepentimiento y de verdadera conversión para todas estas infelices almas; que ninguna se pierda! ¡Tengo sed, Padre mío, tengo sed de todas las almas... pero especialmente de éstas; tengo sed de más sufrir por cada una de estas almas! Siempre he hecho tu Voluntad, Padre mío, y ahora, ésta es mi Voluntad, que es también la Tuya, ah, haz que sea cumplida perfectamente por amor a Mí, tu Hijo amadísimo en quien has encontrado todas tus complacencias!” 

               Oh Jesús mío, me uno a Tus súplicas, a Tus padecimientos, a Tu amor penante. Dame Tu Corazón para que sienta Tu misma sed por las almas consagradas a Ti y te restituya el amor y los afectos de todas... 

               Permíteme ir a todas y que les lleve Tu Corazón, para que a su contacto se enfervoricen las frías, se conmuevan las tibias, se sientan llamar de nuevo las extraviadas y lleguen a ellas de nuevo las gracias que han rechazado. Tu Corazón está sofocado por el dolor y por la amargura al ver incumplidos, por su incorrespondencia, tantos designios que tenías sobre ellas, y al ver a tantas otras almas, que deberían tener vida  y salvación por medio de aquellas, que sufren las tristes consecuencias... 

               Por eso quiero mostrarles Tu Corazón tan amargado por causa suya, y arrojar en ellas dardos de fuego de Tu Corazón; quiero hacer que escuchen Tus súplicas y todos Tus padecimientos por ellas, y así no será posible que no se rindan a Ti; así volverán arrepentidas a Tus pies y Tus designios amorosos sobre ellas se verán cumplidos; estarán en torno a ti y en ti, no ya para ofenderte sino para repararte, para consolarte y defenderte. 

               Crucificado Jesús, Vida mía, veo que continúas agonizando en la Cruz, pero que no está aún satisfecho Tu Amor y que quieres dar cumplimiento a todo. También yo agonizo Contigo y llamo a todos: “Ángeles, Santos, venid al Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un Dios! Besemos Sus Llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos miembros lacerados y agradezcamos a Jesús por nuestra Redención. 

               Mirad también a la traspasada Mamá, que tantas penas y muertes siente en Su Corazón Inmaculado por cuantas penas ve en Su Hijo y Dios; Sus mismos vestidos están llenos de sangre, sangre que está derramada por todo el Calvario, y nosotros, todos juntos tomemos esta sangre, suplicando a la dolorida Mamá que se una a nosotros, recorramos todo el mundo y vayamos en ayuda de todos; socorramos a los que están en peligro de muerte, para que no perezcan; a los caídos en el pecado, para que se levanten de nuevo; y a aquellos que están por caer, para que no caigan. 

               Demos esta Sangre a tantos pobres ciegos para que en ellos resplandezca la luz de la verdad; vayamos especialmente en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes centinelas, y si van a caer alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos; si se ven abandonados por todos o si están impacientes por su triste suerte démosles esta Sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores... Y si vemos que hay almas a punto de caer en el Infierno, démosles esta Sangre divina que contiene el precio de la Redención, y arrebatémoslas a Satanás... 

               Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido de todo y reparado por todo, estrecharé a todos a este Corazón a fin de que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión, de fuerza y de salvación”. Oh Jesús, veo que la sangre te chorrea de tus manos y de tus pies... Los ángeles, llorando y haciéndote corona, admiran los portentos de Tu inmenso amor. 

               Veo al pie de la Cruz a Tu dulce Mamá, traspasada por el dolor, a tu predilecto Juan... todos petrificados en un éxtasis de estupor, de amor y de dolor... Oh Jesús, me uno a Ti y me estrecho a Tu Cruz, tomo toda Tu Sangre y la derramo en mi corazón. Y cuando vea Tu Justicia irritada contra los pecadores, para aplacarla le mostraré esta Sangre. 

               Cuando quiera la conversión de almas obstinadas en el pecado, te mostraré a Ti esta Sangre y en virtud de ella no podrás rechazar mi plegaria, porque en mis manos tengo ya la prenda para ser escuchada... Y ahora, Crucificado Bien mío, en nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con nuestra Mamá y con todos los Ángeles, me postro profundamente ante Ti diciéndote: “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por Tu Santa Cruz has redimido al mundo.”



Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia




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