Para entender el conjunto de visiones y comunicaciones con que Lucía, Francisco y Jacinta fueron favorecidos, hay que tener en cuenta, ante todo, la Doctrina Católica sobre la Comunión de los Santos: Las oraciones y méritos de una persona pueden beneficiar a otra. De este modo, es lógico que las oraciones, los sacrificios y el holocausto de la propia vida ofrecidos por los tres niños, máxime después de beneficiados espiritualmente por las Apariciones de la Reina de todos los Santos, pueden aprovechar a un gran número de almas e incluso a naciones enteras.
Nuestra Señora vino, pues, a solicitar oraciones y sacrificios a los tres. A Jacinta y Francisco les pidió también el holocausto de la vida, ofreciéndose como víctimas expiatorias por los pecados de los hombres. A Lucía le pidió que se quedara en este mundo para el cumplimiento de una misión de la cual hablaremos más adelante.
Hablando a los pequeños pastores, Nuestra Señora quiso hablar al mundo entero, exhortando a todos los hombres a la oración, a la penitencia y a la enmienda de vida. De modo especial habló al Papa y a la Sagrada Jerarquía, pidiéndoles la Consagración de Rusia a Su Corazón Purísimo.
La Madre de Dios hizo estos pedidos en vista de la situación religiosa en que se encontraba el mundo en la época de las Apariciones, es decir, en 1917.
Nuestra Señora señaló dicha situación como altamente calamitosa. La impiedad y la impureza habían dominado la tierra a tal punto que para castigar a los hombres había estallado una verdadera hecatombe, que fue la Primera Guerra Mundial. Esa conflagración terminaría en breve y los pecadores tendrían tiempo para corregirse, atendiendo el pedido de Fátima.
Y, en caso de que el mundo continuase sordo a la voz de su Reina, una suprema hecatombe de raíz ideológica y de proporción universal, implicando una grave persecución religiosa, afligiría a todos los hombres, trayendo grandes sufrimientos para el Romano Pontífice: "Rusia esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia... El Santo Padre tendrá mucho que sufrir."
Quebrada así, a lo largo de toda una cadena de calamidades, la dura cerviz de la humanidad contemporánea, habrá una gran conversión de almas. Esa conversión será específicamente una victoria del Corazón Purísimo de la Madre de Dios: «Por fin Mi Inmaculado Corazón triunfará... » Será el Reinado de María sobre los hombres.
Con la intención de incitar más eficazmente a la humanidad a acoger ese Mensaje, Nuestra Señora hizo ver a Sus tres confidentes las almas condenadas al infierno; cuadro trágico descrito por ellos de modo admirable, y apropiado para reconducir a la virtud a los pecadores endurecidos. Esa visión lúgubre muestra bien como se equivocan profundamente quienes afirman que es inadecuada para los hombres de este siglo la meditación sobre los tormentos eternos.
En Cova da Iría Nuestra Señora formuló dos condiciones, ambas indispensables para que se aparten los castigos con los que Ella nos amenazó.
Una de esas condiciones era la Consagración. Digamos que haya sido realizada según el pedido de la Santísima Virgen. Falta la segunda condición: la divulgación de la práctica de la Comunión Reparadora de los Cinco Primeros Sábados. Nos parece evidente que esa Devoción no se ha propagado hasta hoy por todo el Orbe Católico en la medida deseada por la Madre de Dios.
Y hay aún otra condición, implícita en el mensaje, pero también indispensable: es la victoria del mundo sobre las mil formas de impiedad y de impureza que lo vienen dominando. Todo indica que esa victoria no ha sido alcanzada y que, por el contrario, nos acercamos cada vez más al paroxismo en esa materia. Así, un cambio de rumbo de la humanidad se va haciendo cada vez más improbable; y a medida que caminamos hacia ese paroxismo, más probables se hacen los castigos...
Para evitar el castigo en la escasa medida en que es evitable; para obtener la conversión de los hombres en la modesta medida en que, según la economía común de la gracia, ella es aún obtenible antes del castigo; para apresurar cuanto sea posible la aurora bendita del Reino de María; y para ayudamos a caminar en medio de las hecatombes que tan gravemente nos amenazan, ¿qué podemos hacer?. Nuestra Señora nos lo indica: que nos enfervoricemos en la devoción a Ella, en la oración y en la penitencia.
Para estimulamos a rezar, en la última Aparición Nuestra Señora se revistió sucesivamente de los atributos propios de las advocaciones de Reina del Santo Rosario, de Madre Dolorosa y de Nuestra Señora del Carmen, indicándonos cuán grato le es ser conocida, amada y venerada así.
Igualmente, la Virgen de Fátima insistió de modo muy especial en la devoción a Su Inmaculado Corazón. Ella se refirió siete veces a Su Corazón en Sus Mensajes (y Nuestro Señor, nueve).
Así, el valor teológico de la Devoción al Inmaculado Corazón de María, por lo demás ya tan comprobado, encuentra en Fátima una impresionante corroboración. Por otro lado, la insistencia de la Santísima Virgen prueba hasta la saciedad que esa Devoción es eminentísimamente oportuna.
Por lo tanto, quien toma en serio las revelaciones de Fátima debe hacer de la Devoción al Corazón Purísimo de María uno de los más altos objetivos de la verdadera piedad.
Doctor Plinio Corrêa de Oliveira
Fátima en una visión de conjunto, Mayo de 1967
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