sábado, 22 de octubre de 2022

TODAS LAS GRACIAS QUE NOS VIENEN DE DIOS PASAN SIEMPRE POR LAS MANOS DE MARÍA, por Plinio Corrêa de Oliveira

  

               En esta época de confusión, de aflicciones y de peligros nues­tras oraciones irremediablemente se tornan más apremiantes.

               Y, con esto, se vuelve más importante tam­bién el que sepamos rezar bien. Y pocas verdades de la Fe concurren de un modo tan poderoso para valorizar nuestras ora­ciones, cuanto la Mediación Universal de María, si la estudiamos seriamente y hace­mos que cale a fondo en nuestra vida de piedad.



               ¿En qué consiste esa verdad? La Teología enseña que todas las gracias que nos vienen de Dios pasan siempre por las manos de María, de tal manera que nada obtendremos de Él, si María no se asocia a nuestra ora­ción, y todas las gracias que recibimos las debemos siempre a la intercesión de María. Así, la Madre de Dios es el canal de todas las oraciones que llegan hasta su Divino Hijo y el camino de todas las gracias que Este otorga a los hombres.

               Evidentemente, esta verdad supone que en todas las oraciones que hagamos, pida­mos explícitamente a Nuestra Señora que nos apoye. Esta práctica sería sumamente loable. Pero, aunque no invoquemos decla­radamente la intercesión de Nuestra Señora podemos estar seguros de que seremos aten­didos porque Ella reza con nosotros, y por nosotros.

               De ahí se saca una conclusión sumamente consoladora. Si tuviésemos que confiar so­lamente en nuestros méritos, ¿cómo podría­mos confiar en la eficacia de nuestra ora­ción? Se cuenta que cierta vez, Nuestro Señor se apareció a Santa Teresa trayendo en las manos unas uvas maravillosas. Pre­guntó la santa al Divino Maestro qué signi­ficaban las uvas, y El respondió que eran una imagen del alma de ella. Miró entonces la santa detenidamente a las frutas y en la medida en que las examinaba, su primera impresión, que fue magnífica, se deshacía, y daba lugar a una impresión cada vez más triste. Llenas de manchas y de defectos, las uvas acabaron por parecer repugnantes a la gran santa. Ella comprendió entonces el alto significado de la visión. Incluso las almas más perfectas tienen manchas, cuando son atentamente examinadas. Y ¿cuáles son las manchas que pueden pasar desapercibidas a la mirada penetrante de Dios? Por eso tenía mucha razón el Salmista cuanto exclamaba: «Señor si atendieses a nuestras iniquidades, ¿quién se sustentará en vuestra presencia?»

               Y, si no hay nadie que no presente man­chas a los ojos de Dios, ¿quién puede esperar con plena seguridad ser atendido en sus ora­ciones?

               Por otro lado, Dios quiere que nuestras oraciones sean confiantes. No desea que nos presentemos ante su trono como esclavos que se aproximan con miedo de un temible señor, sino como hijos que se acercan a un padre infinitamente generoso y bueno. Esa confianza es incluso una de las condiciones de la eficacia de nuestras oraciones. Pero, ¿cómo tendremos confianza, si, mirando en nuestro interior, sentimos que nos faltan las razones para confiar? Y si no tenemos con­fianza, ¿cómo esperamos ser atendidos?

               De las tristezas de esta reflexión nos saca, triunfalmente, la doctrina de la Mediación Universal de María.

               De hecho, nuestros méritos son mínimos, y nuestras culpas grandes. Pero, lo que por nosotros mismos no podemos alcanzarlo, te­nemos el derecho de esperar que las ora­ciones de Nuestra Señora lo alcance.

               Y jamás debemos dudar de que Ella se asocia a nuestras oraciones cuando son con­venientes a la mayor gloria de Dios y a nues­tra santificación. De hecho, Nuestra Señora nos tiene un amor que sólo de modo imper­fecto puede ser comparado al amor que nos tienen nuestras madres terrenas. San Luis María Grignión de Monfort dice que Nuestra Señora tiene al más despreciable y miserable de los hombres un amor superior al que resultaría de la suma del amor de todas las madres del mundo a un hijo único. Nuestra Madre auténtica en el orden de la gracia nos engendró para la vida eterna. Y a Ella se aplica fielmente la frase que el Espíritu Santo esculpió en la Escritura: «Aunque tu padre y tu madre te abandonasen, Yo no me olvidaría de ti». Es más fácil ser abandonados por nuestros padres según la naturaleza, que por Nuestra Madre según la gracia.

               Nuestra Señora es la Medianera de todas las gracias. Querer rezar sin su intercesión es lo mismo que pretender volar sin alas, dice Dante. Si deseamos que nuestros actos de amor, de alabanza, de acción de gracias y de reparación lleguen hasta el Trono de Dios, debemos depositarlos en las manos de María Santísima. Sería ridículo imaginar que Nuestra Señora constituye un desvío, y que alcanzamos más directamente a Dios si no nos dirigimos a Ella. Lo contrario es verdadero. Sólo por medio de Ella es que llegamos a Dios.



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