Muchos, hoy día, desean y se esfuerzan por conseguir -y ojalá que fuese sin éxito- la perversión, tanto en la vida privada como en la pública, de las costumbres que había formado y protegido la Iglesia; borrando de la sociedad todo rastro de la sabiduría y honestidad cristianas, pretenden llevarla de nuevo a las lamentables costumbres del paganismo.
Los malos han escogido como blanco principal de sus dardos a la sociedad doméstica, que es el principio y germen de donde brota la sociedad civil; y les parece con razón que conseguirán infaliblemente la mudanza o mejor dicho la corrupción de la sociedad civil que se proponen buen punto consigan corromper las costumbres familiares.
Así, sancionan la ley del divorcio, con lo que destruyen la estabilidad del matrimonio; obligan a la juventud a seguir la enseñanza oficial (cuya institución dista mucho de ser conforme, a menudo, con la Religión), con lo que debilitan, en materia de tanta importancia, la patria potestad; enseñan el arte vergonzoso de satisfacer la voluntad defraudando la naturaleza, con lo que esterilizan impíamente la fuente misma del género humano, manchando con costumbres las más impuras la santidad del tálamo.
Con razón, para tomar la defensa de la sociedad humana se ha de esforzar sobre de todo en formar y fomentar en la familia el Espíritu Cristiano, empeñándose para que reine en lo más íntimo suyo la Caridad de Cristo. Lo cual hacemos avalados por el mismo Cristo que prometió bendecir con sus dones las casas en las que la imagen de Su Corazón estuviese expuesta y piadosamente honrada.
Muy santo es, por consiguiente, el tributar a nuestro amantísimo Redentor este honor y culto; pero no todo debe reducirse a esto. Es preciso, sobre todo, conocer a Cristo; conocer Su Doctrina, Su Vida, Su Pasión y Su Gloria; no seguirle por un superficial sentimiento de religiosidad, que fácilmente conmueve a los corazones tiernos y sentimentales; que hace derramar algunas lágrimas, pero que deja intactos los vicios; sino con una Fe viva y firme, que dirija y ordene los pensamientos, deseos y costumbres.
La causa de que la mayoría de los hombres prescinda por completo de Jesucristo en su vida y de que muchos otros le amen tan tibiamente reside en el desconocimiento casi absoluto, o en el conocimiento muy insuficiente que respectivamente tienen de Él.
Papa Benedicto XV, Carta al Padre Mateo Crawley, 27 de Abril de 1915
Para leer otros artículos relacionados con
la Integridad Católica, solo toca AQUÍ
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.