sábado, 26 de diciembre de 2020

LA TRISTEZA DE NUESTRA SANTA MADRE

 

               En medio del júbilo cristiano por el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, comprobamos que en un sinfín de hogares de muchos bautizados en la Fe Católica, estos días se resumen en pasarlo bien, divertirse sin límites, ya sea en fiestas familiares, con amigos, donde abunda el alcohol y las malas intenciones... nada que ver con el sentido profundamente cristiano de la Navidad. 

               Otrora, cuando Europa empezaba a ser evangelizada, las fiestas paganas fueron sustituidas por celebraciones pías, donde se honraba a Dios, a la Virgen Santa y a los Bienaventurados del Cielo, al tiempo que se rezaba por el destino del alma de los Difuntos. Lamentablemente, podemos comprobar con una simple mirada, como el proceso parece haberse revertido. Ante semejante abandono de la Fe, de la Piedad, de las buenas costumbres, la Santa Madre de Dios se manifestó en diferentes lugares, pero con un mismo Mensaje...




               El 18 de Septiembre de 1846, Nuestra Santa Madre se manifestaba a dos jóvenes, Maximino y Melania, pastores en la montaña alpina de La Salette, Francia. Según el relato de los muchachos, la Virgen se les mostró inicialmente sentada, con las manos cubriendo Su rostro, llorando... y así, en una llanto ininterrumpido, continuó hasta que se despidió de ellos; Melania Calvat, preguntada por los Sacerdotes que examinaron el caso, describe la situación de manera clara: "Parecía una madre a quien sus hijos habían pegado y se había refugiado en la montaña para llorar". Entre llantos, la Virgen Dolorosa de La Salette les transmite un Secreto que deberán publicar en 1858.

               Justo ese año, el 11 de Febrero, sería Santa Bernardita Soubirous, la agraciada con la Aparición de la Virgen en una gruta de Lourdes, muy cerca de Los Pirineros, frontera natural entre España y Francia. Durante el transcurso de dichas Apariciones, el Domingo 21 de Febrero de 1858, Bernardita relata que vio a la Virgen triste... con la simpleza que caracterizaba a la aldeana le preguntó a la Virgen: "¿qué le pasa?, ¿qué puedo hacer?". Nuestra Señora, con el rostro grave, respondió escuetamente: "Rogad por los pecadores." 

               Llegó el siglo XX y una vez más, poco antes de que terminase la Gran Guerra, en la pequeña aldea de Fátima, en Portugal, Nuestra Señora vuelve a mostrar Su divino rostro con semblante grave. Así, en la cuarta aparición, el 19 de Agosto de 1917, relata Sor Lucía -la principal vidente- que la Virgen les animó a seguir rezando a diario el Santo Rosario y que ella misma, aprovechó aquél celestial coloquio para pedirle a la Señora la curación de algunos enfermos; la Madre de Dios -narra la vidente- "tomando un aspecto más triste, les recomendó de nuevo la práctica de la mortificación, diciendo, al final: Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por no haber quién se sacrifique y pida por ellas..."




               No es complicado cavilar que si la tristeza de la Virgen Santísima era profunda a mediados del siglo XIX, como lo mostró en La Salette, luego en Lourdes... y ya comenzado el pasado siglo XX, en Fátima, donde además de la oración, la Madre de Dios solicitó hacer sacrificios por los pecadores, nos cabe preguntar en la actualidad, que la Sociedad se ha alejado de Dios, de la práctica religiosa, de las costumbres cristianas que marcaban las normas sociales... ¿qué grado de dolor habrá alcanzado el Corazón Maternal de Nuestra Señora, al contemplar esta época de impiedad y apostasía, muy lejana en virtud cristiana, como lo fueron los pasados siglos, donde ya la Virgen se lamentaba?

               Las copiosas lágrimas que la Virgen Dolorosa vertió en La Salette, aquella sencilla súplica en Lourdes, "Rogad por los pecadores", o el llamado a la oración y a la penitencia de Fátima, es un pedido que, para aquellos que somos devotos de la Santa Madre de Dios, no se debe ignorar o tomar con ligereza; al contrario, si de veras queremos ser hijos amantes de la Virgen Purísima, estas celestiales manifestaciones son como toques de atención, señales en el camino de nuestra salvación que nos muestran la dirección a seguir: Oración, Penitencia, Reparación: rezar cada día por la conversión de los pecadores, llevar una vida de austeridad, sencilla, de recogimiento, en un continuo ofrecimiento de cuantas contrariedades nos sobrevengan y, por último, ante el llanto virginal de Nuestra Santa Madre, sepamos repararla, por nuestros propios pecados y los de la humanidad, llevando una vida de entrega total a Ella. 



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               Anímate a convertirte en verdadero devoto de María: lleva Su Escapulario en el pecho y Su Amor y el ejemplo de Sus Virtudes en el Corazón. Que Ella te premie y te guíe siempre, especialmente desde hoy, que quieres consagrarte a Ella sin reservas y se lo demuestras con el Propósito que te recomiendo. 


Padre Alfonso del Santísimo Sacramento, Carmelita



 

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