La Caridad Divina tiene su primer origen en el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, en el seno de la Augusta Trinidad. Con toda razón, pues, el Apóstol de las Gentes, como haciéndose eco de las palabras de Jesucristo, atribuye a este Espíritu de Amor la efusión de la caridad en las almas de los creyentes: «La Caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (1)
Este tan estrecho vínculo que, según la Sagrada Escritura, existe entre el Espíritu Santo, que es Amor por esencia, y la Caridad divina que debe encenderse cada vez más en el alma de los fieles, nos revela a todos en modo admirable, la íntima naturaleza del culto que se ha de atribuir al Sacratísimo Corazón de Jesucristo. En efecto; manifiesto es que este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el acto de Religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagrarnos al Amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es Su Corazón traspasado.
NOTAS ACLARATORIAS:
1- San Pablo a los Romanos, cap. 5, vers. 5
2- I Carta a los Corintios, cap. 6, vers. 17
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