domingo, 23 de agosto de 2020

EXPLICACIÓN DE LA SANTA MISA, por San Juan María Vianney, Cura de Ars. PARTE 2: La Grandeza infinita del Santo Sacrificio de la Misa


In omni loco sacrificatur et ofiertur 
Nomini Meo Oblatio Munda 

"En todas partes, es sacrificada y ofrecida 
en Mi Nombre una Oblación Pura" 


(Profeta Malaquías, cap. 1, vers.11)


Continuación del Domingo 16 de Agosto...


LA PARTE INICIAL DE LA SANTA MISA

                    El Introito representa el ardiente deseo que los Patriarcas tenían de la Venida del Mesías, y por esto se repite dos veces. Cuando el Sacerdote reza el Confíteor, se nos representa a Jesucristo cargando con nuestros pecados a fin de satisfacer a la Justicia de Dios Padre. El Kirie eleison que quiere decir: «Señor, tened piedad de nosotros», representa el miserable estado en que nos hallábamos antes de la Venida de Jesucristo. 

                    La Epístola significa la doctrina del Antiguo Testamento; el Gradual significa la penitencia que hicieron los judíos después de la predicación del Bautista; el Aleluya nos representa la alegría de un alma que ha alcanzado la gracia; el Evangelio nos recuerda la Doctrina de Jesucristo. Los diferentes signos de la Cruz que se hacen sobre el cáliz y sobre la hostia, nos recuerdan todos los sufrimientos que Jesucristo hubo de experimentar durante el curso de Su Pasión.

                     Antes de mostraros la manera cómo debéis oír la Santa Misa, he de deciros dos palabras sobre lo que se entiende por Santo Sacrificio de la Misa. 




LA GRANDEZA INFINITA DEL SACRIFICIO DE LA SANTA MISA

                    Sabéis ya que el Santo Sacrificio de la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz que fue ofrecido allá en el Calvario el Viernes Santo. Toda la diferencia está en que, cuando Jesucristo se inmoló sobre el Calvario, aquel Sacrificio era visible, es decir, se presenciaba con los ojos del cuerpo; Jesucristo fue inmolado a Su Padre, por manos de Sus verdugos, y derramó Su Sangre; por esto se le llama Sacrificio Cruento: lo cual quiere decir que la Sangre manaba de sus venas y se la veía correr hasta el suelo. Más, en la Santa Misa, Jesucristo se ofrece a Su Padre de una manera invisible; es decir, tal Inmolación la vemos con los ojos del alma pero no con los del cuerpo. Ved, en resumen, lo que es el Santo Sacrificio de la Misa. 

                    Mas, para daros una idea de la grandeza y excelsitud del mérito de la Santa Misa, me bastará deciros, con San Juan Crisóstomo, que la Santa Misa alegra toda la Corte Celestial, alivia a las pobres Almas del Purgatorio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, da más Gloria a Dios que todos los sufrimientos de los Mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos. 

                    Si me pedís la razón de esto, ella no puede ser más clara: todos estos actos son realizados por pecadores más o menos culpables; mientras que en el Santo Sacrificio de la Misa es el Hombre - Dios, igual al Padre, quien le ofrece los Méritos de Su Pasión y Muerte. Ya veis, pues, según esto, que la Santa Misa es de un valor infinito. Por eso hallamos en el Evangelio que, en el momento de la Muerte del Salvador, se obraron muchas conversiones: el buen ladrón recibió allí la seguridad de entrar en el Paraíso, muchos judíos se convirtieron y los gentiles golpeábanse el pecho reconociéndolo por Verdadero Hijo de Dios. Resucitaron los muertos, se abrieran las peñas y la tierra tembló.

LA SANTA MISA, EL MEJOR MEDIO DE VENCER AL DEMONIO

                    Si acertásemos a asistir a la Santa Misa con toda suerte de buenas disposiciones, aunque tuviésemos la desgracia de ser tan obstinados como los judíos, más ciegos que los gentiles, más duros que las rocas que se abrieron, es certísimo que alcanzaríamos nuestra conversión. En efecto, nos dice San Juan Crisóstomo que no hay momentos tan preciosos para tratar con Dios de la salvación de nuestra alma, como aquellos instantes en que se celebra la Santa Misa, en la que el mismo Jesucristo se ofrece en Sacrificio a Dios Padre, para obtenernos toda suerte de gracias y bendiciones. «¿Estamos afligidos, dice aquel gran Santo, pues hallaremos en la Misa toda suerte de consuelos. ¿Nos agobian las tentaciones? vayamos a oír la Santa Misa, y allí hallaremos la manera de vencer al demonio.» Y, de paso, voy a citaros un ejemplo. 

EL CABALLERO QUE SE SALVÓ POR LA SANTA MISA

                    Refiere el Papa Pío II que un Caballero de la provincia de Ostia estaba continuamente atormentado por una tentación de desesperación que le inducía a ahorcarse, lo cual había intentado ya varias veces. Habiendo ido a entrevistarse con un santo religioso para exponerle el estado de su alma y pedirle consejo, el Siervo de Dios, después de haberle consolado y fortalecido lo mejor que pudo, aconséjole, que tuviese en su casa un Sacerdote que celebrase allí todos los días la Santa Misa. Díjole el Caballero que lo haría gustosamente. Al mismo tiempo fue a recluirse en un castillo de su propiedad; allí un Sacerdote celebraba lodos los días la Santa Misa, que el Caballero oía con la mayor devoción. Después de haber permanecido allí por algún tiempo con gran tranquilidad de espíritu un día el Sacerdote le pidió permiso para ir a decir la Misa en una iglesia vecina en la que se celebraba una festividad extraordinaria; el Caballero no tuvo en ello inconveniente, pues se proponía ir también allí a oír la Santa Misa. Mas una ocupación imprevista le retuvo, sin que de ello se diese cuenta, hasta el mediodía. Entonces, lleno de espanto por haber perdido la Santa Misa, cosa que no le acontecía nunca, y sintiéndose otra vez atormentado por su antigua tentación, salió de su casa, y encontrose con un lugareño que le preguntó donde iba. “Voy, dijo el Caballero, a oír la Santa Misa.” “Es ya demasiado tarde, respondió aquel hombre, pues están todas celebradas.” Fue aquélla una noticia muy cruel para el Caballero, quien se puso a dar voces, diciendo: “¡Ay!, estoy perdido, pues se me escapó la Santa Misa”. Él lugareño, que era amigo del dinero, al verle en aquel estado, le dijo: “Si queréis, os venderé la Misa que he oído y todo el fruto que de ella he sacado”. El otro, sin reflexionar siquiera, lleno de pesar como estaba por haber faltado a la Santa Misa contestó: “Pues sí, aquí tenéis mi capa”. Aquel hombre no podía venderle la Santa Misa sin cometer un grave pecado. Al separarse, el Caballero no dejó, sin embargo, de proseguir su camino hacia la iglesia para rezar allí sus oraciones. Al volverse a su casa, después de sus prácticas piadosas, halló a aquel pobre paisano colgado de un árbol en el mismo lugar donde le había aceptado su capa. Nuestro Señor, en castigo de su avaricia, permitió que la tentación del Caballero pasase al avaro. Movido por un tal espectáculo, aquel caballero dio gracias a Dios durante toda su vida, por haberle librado de un tan grande castigo, y no dejó nunca de asistir a la Santa Misa a fin de agradecer a Dios tantas bondades. A la hora de la muerte confesó que desde que asistía diariamente a la Santa Misa el demonio había dejado de inducirle a la desesperación.

                    Pues bien, ¿tiene razón San Juan Crisóstomo al decirnos que, si somos tentados, procuremos oír devotamente la Santa Misa, con la cual alcanzaremos la seguridad de que Dios nos librará de la tentación? Si tuviésemos la debida Fe, la Santa Misa sería para nosotros un remedio para cuantos males nos pudiesen agobiar durante nuestra vida. ¿No es, en efecto, Jesucristo, nuestro Médico de cuerpo y alma ?...



Continuará...



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