Hoy viernes es el día que la Piedad Católica dedica a rememorar la Pasión de Nuestro Señor, el trance de mayor importancia en la Historia de la Redención humana y que tantas veces olvidamos por escrúpulos insanos o en busca de "un Jesús Resucitado" que parece no sufrió pena alguna por rescatarnos; quienes son fieles a la meditación de los Padecimientos de Cristo, por fuerza han de ser devotos de Su Sacratísimo Corazón, herido por nuestros pecados, traspasado por la lanza del centurión aquél Viernes Santo.
Ese mismo Divino Corazón, se ha manifestado -en el transcurso de los siglos- a diferentes almas místicas, Santos que han gozado del privilegio de ser confidentes de Nuestro Señor, como Santa Matilde de Helfta, Santa Gertrudis, Santa Margarita María de Alacoque, San Juan Eudes... pero quiero traerte ahora unos fragmentos de las Revelaciones privadas que el Sagrado Corazón de Jesús confiara a Sor Josefa Menéndez, una humilde monja, madrileña de nacimiento, pero que pasó su vida religiosa en Poitiers, Francia. Allí falleció en 1923, a los 33 años, después de tres de oscuridad en el Noviciado de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, donde oculta a los ojos del mundo y aún de la mayoría de sus hermanas en religión, mantuvo un continuo trato con el Sagrado Corazón de Jesús, que le reveló Sus íntimos anhelos por conquistar almas a través del Amor...
Sería estupendo que al leer las palabras que Jesús le dedica a Sor Josefa, sustituyas el nombre de la religiosa por el tuyo, al tiempo que te animo a hacer un ejercicio de imaginación y sentir que esos llamamientos de amor van dirigidos a ti...
El jueves 16 de Septiembre de 1920 el Divino Corazón se le vuelve a manifestar y le dice:
"Es preciso que me busques almas en quienes pueda derramar tanto amor. Las hallarás a fuerza de sufrir y amar. Tendrás que soportar muchas humillaciones, pero no temas: ¡estás en Mi Corazón!"
A pesar de sus dudas y de sus luchas el Amor Divino se va adueñando más y más de su alma. Escribe Sor Josefa: "Repetirle mi amor es lo único que me descansa y me despega de la tierra. Antes quería mucho a mi familia y a otras personas. Ahora es de otro modo. Creo que nada ni nadie puede llenar mi corazón y, casi sin darme cuenta, repito sin cesar: ¡Os amo, Dios mio! Esto me contenta y ayuda a hacer cosas que sin este amor no podría. A veces me absorbo en el trabajo y entonces, como un relámpago, pasa delante de mí aquel Corazón y me deja como incendiada para mucho tiempo."
Al día siguiente, viernes 17 de Septiembre el Señor se le muestra con la Faz triste, atadas las manos y en la cabeza, una corona de espinas; el Corazón inflamado resplandece como un ascua.
"Esta es la Cruz que te doy" -dice presentando la que lleva en la mano- "¿La rehusarás?"
Josefa escribe: "Me da mucha angustia no poder contestar, pues el alma se me va hacia El y se enciende en deseos de amarle; así que el no tener seguridad de que sea Jesús me llena de tristeza; por eso le suplico que desaparezca por completo."
Pero el Señor no escucha este ruego y vuelve, a pesar de todo. Así ocurriría el Domingo 19 de Septiembre de 1920. Josefa anota: "En la oración estaba discurriendo qué haría para aumentar mi amor, pues no puedo pensar en otra cosa. De pronto vi a Jesús con el Corazón abrasado, como siempre... Ese Corazón que me da tanta paz y fuerzas para sufrir."
"Si me amas estaré siempre a tu lado. Si eres constante en seguirme, triunfaré de tus enemigos, me manifestaré a ti y te enseñaré a amarme."
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