San Diego nació en una familia pobre pero muy cristiana, en la sevillana localidad de San Nicolás del Puerto en torno a 1400. Siendo joven se decidió a vivir como ermitaño en la capilla de San Nicolás de Bari, en su localidad natal, y después en el eremitorio de Albaida bajo la dirección espiritual de un sacerdote ermitaño.. Poco después se trasladó a Arruzafa, cerca de Córdoba, en cuyo convento profesó como fraile lego en los Menores de la Observancia Franciscana. Desde este lugar comienza su itinerario limosnero y misional por incontables pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando detrás de su paso una estela de caridad y milagros que aún pervive en las tradiciones lugareñas de no pocos de esos pueblos.
En 1441, fue enviado como misionero a las Islas Canarias, al convento de Arrecife (isla de Lanzarote), donde trabajó de portero. En su función de portero del convento, tuvo ocasión de ejercer la caridad con gran generosidad, a veces considerada excesiva por sus hermanos de comunidad. A la muerte del primer Guardián y Vicario de la Misión de Canarias, todos los ojos recayeron en Fray Diego, que fue elegido sucesor y tuvo que trasladarse allí. Los dirigentes de la Orden se habían saltado la norma legal de no conferir ningún cargo de gobierno a un hermano lego. Embarcó para la isla de Gran Canaria, pero una tormenta le obligó a retroceder a Fuerteventura, donde, al poco tiempo, recibió la orden de regresar a la península ibérica, yendo a Sanlúcar de Barrameda. A San Diego de Alcalá se le atribuye junto a su compañero del convento, Juan de Santorcaz, el hallazgo de la imagen de la Virgen de la Peña (Patrona de la isla de Fuerteventura).Fue de peregrino a Roma por el Jubileo de 1450, decretado por el Papa Nicolás V y la canonización de San Bernardino de Siena. En ese tiempo una epidemia azotó la ciudad romana y San Diego ayudó como enfermero por tres meses. Muchos sanaron milagrosamente.
Cierto día, un niño sufrió graves quemaduras por quedarse dormido dentro de un horno que luego fue encendido. Tras la intercesión de San Diego, el niño apareció sin quemaduras. El Santo solía atribuir los milagros a la Madre de Dios.
De vuelta a España fue portero y jardinero en el Convento de Santa María de Jesús en Alcalá de Henares; desde ese mismo Convento entró en la inmortalidad bienaventurada el 13 de Noviembre de 1463. Sería elevado a la gloria de los altares en Julio de 1588, bajo el Pontificado del Papa Sixto V, culminando el proceso introducido por Pío IV en tiempos de Felipe II.
Se dice que al morir, expedía una milagrosa fragancia. Sus restos fueron visitados por varios Cardenales y miembros de la realeza, como el Monarca Felipe II que llevó el cuerpo de San Diego al palacio real, obteniendo así la curación del Príncipe Carlos que se había accidentado.
La ciudad estadounidense de San Diego -la octava más grande de Estados Unidos y que se sitúa al sur de California- debe su nombre a la Misión que allí estableció Fray Junípero Serra en 1769, que la fundó con el nombre del humilde lego franciscano.
POR MEDIO DE LAS RELIQUIAS DE SAN DIEGO DE ALCALÁ
El cirujano Don Dionisio Daza Chacón, con la asistencia del médico de Cámara, Don Cristóbal de Vega, y del médico personal del Príncipe Carlos, Don Santiago Diego Olivares, le hicieron la primera cura, ya que vieron que, aunque estaba inconsciente, sólo tenía una herida de poca extensión en la parte posterior izquierda de la cabeza.
Al amanecer del día siguiente llegaron el Protomédico General, Don Juan Gutiérrez, y los cirujanos reales Portugués y Pedro de Torres. A los diez días de la caída le surgieron vejigas inflamatorias de la piel llenas de pus, y se le hincharon los párpados, la cabeza, los brazos y el pecho.
Doce días después de la caída llegaron a Alcalá de Henares el propio Monarca Felipe II con el Doctor Mena y el anatomista Andrés Basilio.
Al no encontrar cura alguna, el Confesor del Rey, Fray Bernardo de Fresneda, y el del Príncipe, el Padre Maestro Mancio, determinaron sacar a Fray Diego de San Nicolás, futuro San Diego de Alcalá, del arca sepulcral donde yacía en el Convento de Franciscanos de Santa María de Jesús y suplicarle que intercediera para que se realizase el milagro de la curación del Príncipe.
Llevaron el cuerpo del Santo fraile en procesión desde el Convento hasta el Palacio Arzobispal.
Ya en los aposentos del Príncipe Carlos, sacaron el cuerpo incorrupto de su arca y lo colocaron en unas andas. Estaba amortajado con un lienzo cosido. Descosieron la mortaja por la parte de la frente y ojo izquierdo hasta la sien y colocaron el cuerpo de Fray Diego sobre las rodillas del príncipe Carlos, para que él le tocase el cráneo con la mano.
Después de unos rezos, colocaron otra vez el cuerpo incorrupto de Fray Diego de San Nicolás con mucho cuidado en su arca. Con gran solemnidad arrancó la procesión de vuelta hacia el Convento de Franciscanos de Santa María de Jesús para depositar allí de nuevo el cuerpo del hermano lego.
La mejoría del Príncipe Don Carlos fue inmediata y a los pocos días le desapareció la fiebre.
Cuando se pudo levantar, el Príncipe se pesó, llegando a tres arrobas y una libra, con «calzones, jubón y ropilla». En gratitud, el Príncipe entregó al Convento franciscano tres arrobas (1) de oro y tres de plata.



























