...el hombre tiene necesidad de Dios. Su debilidad debe de apoyarse en la fuerza divina; su pobreza reclama los tesoros del Cielo; su nada tiene continua necesidad de acercarse a la fuente del ser. En cambio, el pecado lo aleja de la Santidad divina. ¡Dios es tan grande, tan puro, está tan elevado en la altura inaccesible de la Verdad y la Justicia!... Es necesario un mediador entre Dios y el hombre; este mediador es Jesucristo.
Pero el hombre es tan miserable que necesita otro mediador entre Jesucristo y él, ¡y este mediador es el Sacerdote! Y el Sacerdote ofrece el Sacrificio. Toma entre sus manos consagradas la Víctima divina, la eleva hacia el Cielo y, ante su vista, Dios se inclina hacia la tierra, la Misericordia desciende, el Amor Infinito se desborda con más abundancia del seno del Eterno Ser.
¡El Creador y su criatura se acercan, se abrazan en Cristo, se reúnen en el Amor! Estas son las magníficas funciones que cumple el Sacerdote en favor de la humanidad: enseña, perdona, consuela, ofrece el Sacrificio. ¡Jesús, el Sacerdote Eterno, las había realizado antes que él y con qué suma perfección! Si hubiera sido posible, habría querido ejecutarlas siempre directamente Él mismo; pero convenía que, después de experimentar el sufrimiento, Jesús volviera a entrar en la Gloria. Por eso Su Amor Misericordioso formó al Sacerdote en el cual Él mismo se perpetúa y revive incesantemente Su Vida de Amor por los hombres, Sus hermanos.
Por medio del Sacerdote continúa instruyendo, purificando, consolando y acercando a Dios todas las generaciones que se suceden sobre la tierra. En la dolorosa fase que atraviesa ahora el mundo, la Humanidad desviada siente más que nunca necesidades inmensas; más que nunca, reclama ser nutrida por la Verdad, alejada del mal, consolada en sus tristezas, acercada a Dios y caldeada por el Amor. Parece que Jesucristo debería volver otra vez a la tierra.
Pero no, Su Humanidad resucitada puede permanecer en la Gloria. Él ya ha provisto a todas las necesidades del mundo; ¡le ha dejado Su Eucaristía y Su Sacerdocio! Con la Eucaristía el hombre puede alimentar su alma con la Verdad Eterna y el Amor Infinito y, en cierto modo, divinizar su carne enferma y sus sentidos inclinados al pecado. En el Sacerdocio puede encontrar los auxilios que continuamente necesita en el transcurso de su pobre vida. Sin embargo, si en la Eucaristía Jesús es siempre el mismo, eternamente vivo, en el Sacerdote, Su Vida divina puede ser más o menos intensa; no porque Él no se dé siempre con la misma abundancia, sino porque el Sacerdote puede aprovecharse más o menos de esta abundancia.
Para que Jesús reviva en el Sacerdote, es necesario que el Sacerdote viva de Jesús. El Amor Infinito, al desbordarse del Ser Divino, había creado al hombre; este mismo Amor, rebosando del Corazón de Jesús, ha creado al Sacerdote; y así como el hombre no encuentra su verdadera vida y la perfección de su ser sino volviendo a Dios, su eterno principio, así el Sacerdote no puede poseer la plenitud de la vida y la perfección de su ser sacerdotal, sino yendo al Corazón de Jesús.
Por esto, en estos tiempos en los que las santas funciones del Sacerdote son tan necesarias para el mundo, Jesús llama a los Sacerdotes a Su Corazón para que en esta Divina Fuente se nutran de nuevas gracias y, sumergiéndose en este océano de Amor de donde han salido, encuentren en Él una renovación y un acrecentamiento de vida sacerdotal.
¡Que el Sacerdote vaya, por tanto, a Jesús, que se una estrechamente a Él! ¡Su misión es tan grande y su acción puede ser tan fecunda! ¡Que considere las acciones de este Divino Modelo, que escuche Sus palabras, que penetre en Sus pensamientos, que lo siga paso a paso en el Santo Evangelio, que aprenda de este Maestro adorable a cumplir dignamente las sagradas funciones del Sacerdocio!
Jesús ha sido el primero en ejercerlas; el Sacerdote no tiene más que seguir sus divinas huellas. Revestirse de Cristo es imitar a Cristo, reproducir Sus adorables virtudes, Sus acciones santas, hasta Sus mismos gestos divinas. Y si todos deben revestirse de Cristo, ¿no debe hacerlo más que nadie el Sacerdote, que debe dar a Jesucristo al mundo?
SÚPLICA: ¡Oh Jesús, Pontífice eterno, divino Sacrificador! Tú, que en un impulso de incomparable amor a los hombres, tus hermanos, dejaste brotar de tu Corazón Sagrado el Sacerdocio cristiano, dígnate continuar derramando en tus sacerdotes las ondas vivificantes del Amor Infinito.
Vive en ellos, transfórmalos en Ti; hazlos, por tu gracia, instrumentos de tu misericordia; obra en ellos y a través de ellos y haz que, después de haberse revestido de Ti por la fiel imitación de tus adorables virtudes, cumplan en tu nombre y por el poder de tu Espíritu, las obras que Tú mismo realizas para la salvación del mundo.
Divino Redentor de las almas, mira cuán grande es la multitud de los que aún duermen en las tinieblas del error; cuenta el número de las ovejas descarriadas que caminan al borde del precipicio; considera la muchedumbre de pobres, hambrientos, ignorantes y débiles que gimen en el abandono. Vuelve, Señor, a nosotros, por medio de tus sacerdotes; revive realmente en ellos, obra por ellos y pasa de nuevo por el mundo enseñando, perdonando, consolando, sacrificando, reanudando los sagrados vínculos del Amor entre el Corazón de Dios y el corazón del hombre. Así sea.
Madre Luisa Margarita Claret de la Touche
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