ataron las manos del Rey...
Los ayudantes del verdugo Sansón se acercan a Luis XVI y quieren atarle las manos.
-¿Atarme? ¡No, nunca consentiré esto!- lo interrumpe.
El Sacerdote (1) le susurra:
-“Señor, en esta nueva afrenta sólo veo un último rastro de semejanza entre usted y el Dios que será su premio”.
Estas sublimes palabras del Sacerdote alentaron la piedad del Rey. Luis XVI extiende sus manos.
-"¡Haz lo que quieras!"
Y los secuaces de Sansón -muy dignos de la Revolución en la que sirvieron de cómplices- amarraron las manos del Rey. Y así fue, con la intención de imitar a Nuestro Señor Jesucristo, cuyas divinas manos fueron atadas por sus verdugos durante la Pasión, que el Rey subió, peldaño a peldaño, las escaleras de la horca y se dirigió decidido hacia la guillotina.
Luego hace una señal a los tambores frente a él. Impresionados, los soldados dejan de tocar:
“Franceses -grita el Rey con voz audible hasta el final de la plaza-, muero inocente. ¡Perdono a los perpetradores de mi muerte y pido a Dios que la sangre que será derramada nunca caiga sobre Francia! Y ustedes, desgraciados…”.
El Rey pretende continuar con su reprimenda, pero un hombre a caballo, vestido con el uniforme de la guardia nacional, blande su espada sobre uno de los tambores y lo obliga a tapar con su ruido la voz del Rey. ¡En ese momento supremo, a un paso de la guillotina, los revolucionarios aún temen que las palabras del soberano conmuevan a la multitud y todo el proceso revolucionario retroceda!
Plinio Corrêa de Oliveira
parecía que no quedaba ni un solo francés
que fuera leal a su soberano
(1) El Padre Edgeworth de Firmont nació en el Condado de Longford , Irlanda, en 1745. Acompañó al Rey Luis XVI la noche anterior a su ejecución. Sobre una modesta cómoda celebró la Santa Misa donde comulgaría por última vez el Rey-Mártir; con él saldría en carruaje desde la prisión en la Torre del Temple hasta la Plaza de la Revolución. El Sacerdote ayudaría al Rey a subir al cadalso, de ahí que el escritor François René de Châteaubriand declarase que “Un extranjero sostuvo al monarca en su última hora; parecía que no quedaba ni un solo francés que fuera leal a su soberano”
El Padre Edgeworth de Firmont continuó siendo leal a la familia real francesa hasta el exilio, hasta que entregó su alma a Dios en1807, en Mittau (ahora Jelgava, Letonia )
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