lunes, 11 de octubre de 2021

ÉL LES ATRAE CON SU MIRADA UNITIVA, por Santa Catalina de Génova



               Y todavía he de decir que, según veo, el Paraíso no tiene por parte de Dios ninguna puerta, sino que allí entra quien allí quiere entrar, porque Dios es todo Misericordia, y se vuelve a nosotros con los brazos abiertos para recibirnos en Su Gloria. Y veo también perfectamente que aquella Divina Esencia es de tal pureza y claridad, mucho más de lo que el hombre pueda imaginar, que el alma que en sí tuviera una imperfección que fuera como una mota de polvo, se arrojaría al punto en mil infiernos, antes de encontrarse ante la Presencia Divina con aquella mancha mínima. Y entendiendo que el Purgatorio está precisamente dispuesto para quitar esa mancha, allí se arrojaría, como ya he dicho, pareciéndole hallar una gran Misericordia, capaz de quitarle ese impedimento. 

               La importancia que tiene el Purgatorio es algo que ni lengua humana puede expresar, ni la mente comprender. Yo veo en Él tanta pena como en el Infierno. Y veo, sin embargo, que el alma que se sintiese con tal mancha, lo recibiría como una Misericordia, como ya he dicho, no teniéndolo en nada, en cierto sentido, en comparación de aquella mancha que le impide unirse a su Amor. Me parece ver que la pena de las Almas del Purgatorio consiste más en que ven en sí algo que desagrada a Dios, y que lo han hecho voluntariamente, contra tanta Bondad de Dios, que en cualesquieras otras penas que allí puedan encontrarse. Y digo esto porque, estando ellas en gracia, ven la verdadera importancia del impedimento que no les deja acercarse a Dios.

               Y así me ratifico en esto que he podido comprender incluso en esta vida, la cual me parece de tanta pobreza que toda visión de aquí abajo, toda palabra, todo sentimiento, toda imaginación, toda justicia, toda verdad, me parece más mentira que verdad. Y de cuanto he logrado decir me quedo yo más confusa que satisfecha. Pero si no me expreso en términos mejores, es porque no los encuentro. Todo lo que aquí se ha dicho, en comparación de lo que capta la mente, es nada. 

               Yo veo una conformidad tan grande de Dios con el alma, que, cuando Él la ve en aquella pureza en que la creó, le da en cierto modo atractivo un amor fogoso, que es suficiente para aniquilarla, aunque ella sea inmortal. Y esto hace que el alma de tal manera se transforme en el Dios suyo, que no parece sino que sea Dios. Él continuamente la va atrayendo y encendiendo en Su fuego, y no le deja ya nunca, hasta que le haya conducido a aquel su primigenio ser, es decir, a aquella perfecta pureza en la que fue creada. 

               Cuando el alma, por visión interior, se ve así atraída por Dios con tanto fuego de amor, que redunda en su mente, se siente toda derretir en el calor de aquel amor fogoso de su dulce Dios. Y ve que Dios, solamente por puro Amor, nunca deja de atraerla y llevarla a su total perfección. Cuando el alma ve esto, mostrándoselo Dios con Su Luz; cuando encuentra en sí misma aquel impedimento que no le deja seguir aquella atracción, aquella mirada unitiva que Dios le ha dirigido para atraerla; y cuando, con aquella luz que le hace ver lo que importa, se ve retardada para poder seguir la fuerza atractiva de aquella mirada unitiva, se genera en ella la pena que sufren los que están en el Purgatorio. 

               Y no es que hagan consideración de su pena, aunque en realidad sea grandísima, sino que estiman sobre todo la oposición que en sí encuentran contra la Voluntad de Dios, al que ven claramente encendido de un extremado y puro Amor hacia ellos. Él les atrae tan fuertemente con aquella Su Mirada Unitiva, como si no tuviera otra cosa que hacer sino esto. Por eso el alma que esto ve, si hallase otro Purgatorio mayor que el Purgatorio, para poder quitarse más pronto aquel impedimento, allí se lanzaría dentro, por el ímpetu de aquel Amor que hace conformes a Dios y al alma.


Santa Catalina de Génova, Tratado del Purgatorio


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