“Nosotros no podemos ir predicando por el mundo
para convertir almas, pero estamos obligadas
a rezar continuamente por todas las almas
que se encuentran en estado de ofensa a Dios…
especialmente con nuestros sufrimientos, es decir,
con un principio de vida crucificada”
(Santa Verónica Giuliani)
Su historia comenzó el 27 de Diciembre de 1660, cuando nació en Mercatello (Italia) y concluyó en el Monasterio de las Clarisas Capuchinas de Città di Castello, donde pasó cincuenta de sus 67 años, en 1727. Era la última de siete hermanas, de las que sobrevivieron cinco; otras tres de sus hermanas abrazaron también la vida monástica. Nace en una familia profundamente religiosa, recibiendo el nombre de Úrsula al ser bautizada. A los siete años queda huérfana de madre. Antes de morir ésta llamó a sus hijas y las encomendó a las Santas Llagas de Cristo Crucificado. A la pequeña Úrsula le correspondió la Llaga del Costado. Será su camino durante toda la vida: caminar hasta fundirse con el Corazón de su Esposo, Jesús.
Después de vencer la oposición de su padre, consigue llevar a cabo su vocación ingresando en el convento de las clarisas capuchinas de Città de Castello. Recibe el nombre de Verónica, que etimológicamente significa la “verdadera imagen”. Ella aspira con todo su ser a convertirse en una verdadera imagen de Cristo Crucificado, y esa fue la tarea de toda su vida religiosa. Durante los cincuenta años que permaneció en el Monasterio se dedicará con todas sus fuerzas a llevar a cabo este objetivo.
Obligada por obediencia a su confesor, puso por escrito en su Diario, que inició en 1693, sus experiencias místicas. A lo largo de veintidós mil páginas va narrando, sin signos de puntuación ni división de capítulos, su vida encerrada en el Monasterio, vida en la que se multiplicaron los fenómenos místicos, pero también las dificultades que a causa de ellos sufrió. Denunciada por su misma abadesa, fue vigilada por el Santo Oficio; se le privó de la voz activa y pasiva, se le prohibió comulgar y hasta hablar con sus mismas hermanas, se la recluyó en una habitación para evitar que tuviera contacto con nadie. Sin embargo la actitud con la que recibió y vivió todas estas dificultades, actitud que brotaba y nacía de su amor a Cristo Crucificado, demostraron la veracidad de todos aquellos fenómenos que ni la razón ni los cuidados médicos podían explicar.
Al fin en 1716 es elegida abadesa del Monasterio, ejerciendo ese oficio hasta su muerte en 1727. Su trabajo de formadora quedó plasmado en la vida de todas las hermanas, de las que alguna, como la Beata Florida Cevoli, ha sido inscrita también en el libro de los Santos.
"¡He encontrado el Amor, el Amor se ha dejado ver!
Esta es la causa de mi sufrimiento..."
(Del Testamento Espiritual de Santa Verónica Giuliani)
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