Las razones por las que el Bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que a su vez la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el Esposo de María y Padre Putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.
Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime Más, porque entre la Beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad -al que de por sí va unida la comunión de bienes- se sigue que, si Dios ha dado a José como Esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella.
Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.
De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño. Regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos, protegió al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio. En las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.
ENCÍCLICA "QUAMQUAM PLURIES"
DE S. S. LEÓN XIII
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