La Fiesta de Todos los Santos sigue a la de Jesucristo Rey, por ser Él su cumbre y su corona.
Siempre la Santa Iglesia ha tributado veneración a los fieles seguidores de Nuestro Señor Jesucristo:
en los primeros siglos, a los Mártires, a continuación, a los confesores; señaló sucesivamente
en el curso del año un día para la conmemoración de cada Santo.
Hacia el año 609, no siendo posible tener un día para cada Santo, comenzó en varios lugares
la celebración de esta Fiesta de Todos los Santos, conocidos o ignorados.
El Papa Gregorio IV en el año 835, extendió esta Festividad a la Iglesia Universal.
El Sermón de la Montaña:
Las Bienaventuranzas
"Viendo a la muchedumbre, subió a un monte, y cuando se hubo sentado, se le acercaron sus discípulos; y abriendo (Nuestro Señor Jesucristo) su boca, los enseñaba, diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán Misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los Cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los Profetas que hubo antes de vosotros."
Además, siendo ahora, como siempre, Jesucristo fruto bendito del vientre de la Virgen, según el cielo y la tierra repiten mil y mil veces todos los días, es indudable que Jesucristo es, en particular, para todo aquel que vive unido con El por medio de la gracia, tan verdaderamente fruto y obra de María, como lo es para todo el mundo en general.
LA VIRGEN MARÍA NUESTRA SEÑORA
MADRE DE DIOS, REINA DE TODOS LOS SANTOS
"Dios Espíritu Santo quiere formarse en Ella
y formar por Ella a los elegidos"
Además, siendo ahora, como siempre, Jesucristo fruto bendito del vientre de la Virgen, según el cielo y la tierra repiten mil y mil veces todos los días, es indudable que Jesucristo es, en particular, para todo aquel que vive unido con El por medio de la gracia, tan verdaderamente fruto y obra de María, como lo es para todo el mundo en general.
De modo que, según esa doctrina, todo fiel que viva en Jesucristo y para Jesucristo puede decirse a sí propio: Lo que yo poseo es efecto y fruto que yo no tendría sin María; y a Ella se le pueden aplicar con más verdad que a San Pablo estas palabras: Yo doy a luz todos los días hijos de Dios, para que Jesucristo mi Hijo se forme en ellos en la plenitud de su edad (Gal. 4,19).
Excediéndose a sí mismo San Agustín, afirma que para que todos los predestinados se asemejen a la imagen del Hijo de Dios, están en este mundo ocultos en el seno de la Santísima Virgen, en donde esta buena Madre los guarda, alimenta, conserva y desarrolla hasta tanto que los da a luz en la gloria, después de la muerte, que es propiamente el día de su nacimiento, como la Iglesia llama a la muerte de los justos. ¡Oh misterio de gracia ignorado de los réprobos y poco sabido de los predestinados!
Dios Espíritu Santo quiere formarse en Ella y formar por Ella a los elegidos, y así, le dice: Arraiga en mis elegidos (Eccli. 24,13). Echad, querida mía y Esposa mía, las raíces de todas vuestras virtudes en mis elegidos, a fin de que crezcan de virtud en virtud y de gracia en gracia.
He tenido tanta complacencia en Vos, cuando vivíais en la tierra, practicando las más sublimes virtudes, que todavía deseo hallaros en la tierra sin que ceséis de estar en el cielo. Reproducíos para este efecto en mis elegidos; que yo vea en ellos con complacencia las raices de vuestra fe invencible, de vuestra humildad profunda, de vuestra mortificación universal, de vuestra oración sublime, de vuestra caridad ardiente, de vuestra esperanza firme y de todas vuestras virtudes. Sois eternamente mi Esposa tan fiel, tan pura y tan fecunda como siempre: que vuestra fe me dé fieles; que vuestra pureza me dé vírgenes; que vuestra fecundidad me dé escogidos y predestinados, templos de mi gloria y de mi gracia.
San Luis Mª. Grignión de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción
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