Esta tarde, finalmente, después de seis días de padecimientos por la ausencia de Jesús, me he recogido un poquito. Me he puesto a orar, como acostumbro cada Jueves (1); hubiera querido estar de rodillas, pero la obediencia quería que estuviera en la cama, y así lo hice; me puse a pensar en la Crucifixión de Jesús. Al principio no sentía nada, pasados unos minutos comencé a sentir un poco de recogimiento: Jesús estaba cerca. Al recogerme me sucedió lo que otras veces: se me fue la cabeza, y me hallé con Jesús, que sufría penas horrorosas.
¿Cómo ver sufrir a Jesús y no ayudarlo? Sentí entonces gran deseo de padecer, y pedí a Jesús que me concediese esta gracia. Me contentó en seguida, y sucedió como había sucedido otras veces: se me acercó, se quitó de Su cabeza la corona de espinas y la puso sobre la mía, dejándome luego en paz. Veía que yo le miraba muy silenciosa, y comprendí en seguida el pensamiento que se me vino a la mente: acaso ¿Jesús ya no me quiere?, porque acostumbra Jesús, cuando quiere darme a entender que me ama, encajarme bien la corona sobre la cabeza o bien en torno a la misma. Jesús lo entendió, y con Sus manos me la aplicó bien a las sienes. Son momentos dolorosos, pero al mismo tiempo felices. Así pasé una hora sufriendo con Jesús.
Hubiera querido estar así toda la noche, pero como Jesús ama tanto la obediencia, se sometió Él mismo a obedecer al Confesor, y pasada una hora me dejó: quiero decir que ya no se dejó ver más de mí, pero aconteció una cosa que nunca había sucedido. Acostumbra Jesús, cada vez que me pone la corona en la cabeza, quitármela y ponérsela otra vez en la Suya, al dejarme, ayer, en cambio, me la dejó hasta cerca de las cuatro.
A decir verdad, sufrí un poquito, pero, sin embargo, sólo una vez llegué a quejarme. Jesús me perdonará si alguna vez me quejo, pues es sin querer. El más ligero movimiento me causaba luego vivísimo dolor, mas era todo pura fantasía...
Ayer, a las cuatro poco más o menos, me vino un gran de seo de unirme a Jesús; probé y en seguida me sentí unida a Él. A decir verdad sentía no poca repugnancia, porque me hallaba muy cansada y sin fuerzas; de nuevo me vi en presencia de Jesús. Se colocó junto a mí, pero no estaba triste como por la noche, estaba un poco más alegre; me acarició un poquito, me quitó muy contento la corona de la cabeza (algo sufrí también entonces, pero menos) y se la volvió a poner sobre la Suya, dejando yo de sufrir; recobré en seguida las fuerzas, y me hallaba mejor que antes de sufrir.
Jesús me preguntó luego varias cosas; yo también le dije que no me mandase más ir a confesar con el Padre Vallini, que no me gusta; Jesús entonces se puso serio y un poco disgustado me dijo que, apenas tuviese necesidad, fuese en seguida a confesar con él. Se lo prometí y voy de buena gana.
Tenía muchas cosas que decir a Jesús, pero comencé a notar que iba ausentándose poco a poco; me prometió que más tarde, a la oración de la tarde, volvería otra vez; entonces estaba aún más contento; me abrió Su Corazón, en el que vi escritas dos palabras que no entendía. Le pedí me las explicase y Jesús me respondió: "Te quiero mucho, porque te semejas mucho a Mí". «"¿En qué cosa, oh Jesús" -le dije -, "pues yo me veo tan desemejante a Ti?". "En ser humillada", me respondió.
Entonces lo comprendí todo, se me recordó mi vida pasada. Uno de mis mayores defectos ha sido siempre la soberbia. Cuando era pequeña, dondequiera que fuese se oía decir que era un gran soberbia. Mas Jesús, ¡de qué medios se ha valido para humillarme, en especial este año! Al fin he comprendido lo que de verdad soy. Gracias sean dadas siempre a Jesús.
Me dijo luego mi Dios que con el tiempo Él me haría Santa, mas de esto no digo nada, porque es imposible que en mí se verifique lo que Él dijo.
Me dio algunos avisos para el Confesor y me bendijo. Entendí, como siempre, que se iba a alejar por algunos días. ¡Pero qué bueno es Jesús! Apenas se fue Él, me dejó al Ángel de la Guarda, que con su constante caridad, vigilancia y paciencia me asiste.
¡Oh, Jesús! Te he prometido obedecer siempre, y de nuevo lo prometo. Ya sea obra de mi fantasía, ya cosa del diablo, en todo caso quiero obedecer siempre.
Jueves 19 y Viernes 20 de Julio de 1900
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