San Pedro, a quien Jesús resucitado constituyó cabeza y Pastor de su Iglesia, nos explica en la Epístola de la Misa que Cristo es el Pastor de nuestras almas que eran como ovejas descarriadas. Es Él, verdadero Dios y verdadero hombre, quien ha venido a dar su vida por ellas y reunirlas en un solo rebaño:
"Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia, y por sus heridas hemos sido curados. Porque erais como ovejas descarriadas; más ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas" (1 Carta de San Pedro, cap. 2, vers. 24-25).
El Evangelio es el de la parábola del Buen Pastor, que defiende a sus ovejas contra los ataques del lobo y las preserva de la muerte. Es la voz fiel del Padre; Él conoce a cada alma particularmente; Él da su vida por sus ovejas:
"Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un sólo rebaño y un sólo pastor" (Evangelio de San Juan, cap. 10, vers. 16).
Para atraer a las almas hacia Él, el buen Pastor ha subido al madero de la Cruz. Es allí donde se ofrece como hostia pura e inmaculada y nos da la salud en su oblación sagrada. Ahí nos ha merecido la gracia de una nueva vida.
Hoy es a través del Ministerio de los Sacerdotes que Nuestro Señor Jesucristo aplica los méritos infinitos de su Sacrificio para la santificación de las almas. Es en el altar que sus ministros realizan el acto perfecto del culto divino y conducen a las ovejas a su Pastor, las alimentan con su Cuerpo y su Sangre.
Oh Jesús, Pontífice Eterno, Buen Pastor, Fuente de Vida, que por singular generosidad de Tu dulcísimo Corazón nos has dado nuestros Sacerdotes para que podamos cumplir plenamente los designios de santificación que Tu gracia inspira en nuestras almas; te suplicamos: ven y ayúdalos con Tu asistencia misericordiosa.
Sé en ellos, Oh Jesús, fe viva en sus obras, esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad ardiente en sus propósitos. Que Tu Palabra, rayo de la Eterna Sabiduría, sea, por la constante meditación, el alimento diario de su vida interior. Que el ejemplo de Tu Vida y Pasión se renueve en su conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra, y alivio y sostén en nuestras penas.
Concédeles, Oh Señor, desprendimiento de todo interés terreno y que sólo busquen Tu mayor Gloria. Concédeles ser fieles a sus obligaciones con pura conciencia hasta el postrer aliento. Y cuando con la muerte del cuerpo entreguen en Tus manos la tarea bien cumplida, dales, Jesús, Tú que fuiste su Maestro en la tierra, la recompensa eterna: la corona de justicia en el esplendor de los Santos. Amén.
SÚPLICA
Señor, danos Santos Sacerdotes.
Señor, danos muchos Santos Sacerdotes.
Señor, danos muchas Santas Vocaciones Religiosas.
Oh María, Madre del Sacerdocio,
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