Es tan excesivamente hermoso e inmenso el bien del Cielo, tan encantador y superior a toda otra belleza, tan insoñable y delicioso sobre cuanto la inteligencia puede pensar y la imaginación fantasear, que las almas a quienes Dios mostró comunicaciones sobrenaturales de esa belleza inefable salen de sí mismas en éxtasis al sólo recordar tan maravillosa y deslumbrante delicia, que no se parece a nada visible.
El pensamiento de que verán a Dios infinito, de que estarán en Dios y vivirán la vida de Dios y su misma delicia y sabiduría y poder, les abstrae en gozo a veces días enteros, como lo leemos en sus biografías o ellos mismos lo dejaron escrito, y les hacía repetir constantemente: "Dios, Dios, Cielo, Luz, Verdad Eterna".
Sé ciertamente por la Fe y por la Teología que Dios es la Suma Bondad y la Omnipotencia; es el Amor infinito y la generosidad sin límites. Sé, Dios mío, que eres mi Padre y me has criado para el Cielo y has criado el Cielo, cúmulo o "juntura" de todos los bienes y delicias, para premiar, galardonar y obsequiar con toda la magnificencia de Tu largueza sin límites y con Tu Amor y Poder infinitos, a Tus hijos buenos, que te amaron, obedecieron y practicaron las virtudes en la tierra.
Amar es vivir la Voluntad de Dios. La ley que gobierna y alegra el Cielo es el amor glorioso y la compenetración. El Cielo no se parece a nada de la tierra. El Cielo es sobrenatural. El premio de la felicidad del Cielo es Dios mismo. Dios se da a los Bienaventurados y les comunica Su naturaleza gloriosa y Sus perfecciones, Su sabiduría y Su dicha. El Cielo infinito es Dios mismo, que se da a Sí mismo y produce el gozo sin término. El Cielo es la reunión de todos los bienes y hermosuras y el lugar donde Dios se da y se comunica a las almas y las hace felices.
Nada de la tierra puede compararse con las bellezas y encantos del Cielo, ni los encantos del lugar del Cielo con Dios. Dios se da gloriosamente y comunica Sus perfecciones a los Bienaventurados en proporción del amor que en la tierra le tuvieron y de las virtudes y obras buenas que practicaron. Ante Dios nada son ni la fama, ni los bienes, ni la sabiduría, ni el poder de la tierra, si no se emplearon para Dios. Dios no mira ni a la belleza del cuerpo, ni al atractivo de la persona, ni a la ignorancia o rudeza. Todo es don de Dios, y lo da para poder ganar más Cielo. La sabiduría, la hermosura, la habilidad y riqueza ante Dios y con los que se compra Cielo, son la gracia y el amor, que se acrecientan con las virtudes.
Los filósofos o literatos paganos describen y hablan de un cielo material muy semejante a esta vida de la tierra, aunque exento de dolencias. En ese cielo no tenían entrada los pobres ni los esclavos, como si no fueran criaturas de Dios. ¡Pobres doblemente los pobres según su enseñanza! ¡Llevaban aquí vida miserable y arrastrada y no podían tener cielo después de la muerte! ¡Cuán diferente es el pensamiento de Dios!
Todos somos hijos del Altísimo. Jesucristo empieza Su Doctrina diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, y los pacíficos, y los que lloran, y los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Aun en esta vida Dios ha hecho más frecuentemente sus maravillosas mercedes sobrenaturales a los pobres, a los desconocidos, a los que lo han renunciado todo por Él. Con las almas recogidas y alejadas del trato de sociedad ha mostrado Sus especiales complacencias. Porque lo que vale ante Dios es la virtud, la limpieza de corazón, la humildad, la rectitud de intención.
Bien hizo Dante en no tomar por guía en el Paraíso a Virgilio, como le había tenido en las descripciones del Infierno y del Purgatorio. Virgilio, nacido en el paganismo, carecía de la luz de la Fe, y ni sus ojos ni su inspiración podían ver las maravillas sobrenaturales del Cielo sobrenatural que nos enseña la Revelación. Sólo sabe decir del Cielo que los hombres allí tienen las mismas diversiones y hacen los mismos ejercicios que cuando vivían en la tierra y conservan las mismas aficiones que en esta vida tuvieron a los buenos caballos, a los buenos carros en magníficas praderas (1). ¡Pobre hombre si viviera en la eternidad en tan bajo y mísero cielo!.
¡Y aún es más mísero el estado de las almas en el cielo según la descripción que Ovidio hace con toda su fantasía juguetona! ¡Bendita sea la Fe, que enseña la felicidad sobrenatural del Cielo y la participación de la vida y perfecciones del mismo Dios en proporción de la virtud y del amor santo que en la tierra vivieron!.
La filosofía romana, siguiendo la doctrina de Platón, aunque sin llegar a la belleza de su inspiración, dice por Marco Tulio que separar el alma del cuerpo es aprender a morir, y es mi consejo que nos despeguemos de las cosas corporales para que vayamos aprendiendo a morir..., y cuando lleguemos al Cielo, entonces sí que viviremos., porque esta vida presente más bien es muerte (2). En el Cielo de nada se carecerá, y el espíritu se sustentará de las mismas cosas que se sustentan y mantienen los astros (3). El Cielo, enseña, es la reunión de todos los bienes, y está exento de todos los males. La vida del Cielo será muy agradable y deliciosa, teniendo el trato y amistad con los hombres más grandes, más sabios y más agradables que han existido. Ese es todo el Cielo que se ha de gozar según el entender de Cicerón, aprendido de los filósofos griegos. No merece ni recordar el Cielo que promete y describe el Corán en las riberas de arroyos y en muy amenas praderas. No era más alta la idea que de la virtud tenía el que lo escribió.
Pero el Cielo es en verdad todo luz, todo belleza y delicia sobrenatural, todo sabiduría y contento. El Cielo es todo Amor. La ley que gobierna el Cielo y une las almas es el Amor, Amor glorioso, sobrenatural, por poseer ya a Dios y Sus perfecciones y en Dios todos los bienes y todas las perfecciones y alegrías. El Cielo es el amor fraternal, confidencial, íntimo, sin engaños ni equivocaciones, en el amor triunfal y esplendoroso de Dios. El Cielo es la reunión gloriosa de la gran familia humana y angélica, gozando en jubilosa unión en Dios de los triunfos que alcanzaron en la virtud.
El Cielo es la posesión en plenitud de la Sabiduría, del Poder y de la Bondad. Es el gozo de la verdad. No sabrá más el que tenía más ciencia y conocimientos en la tierra, sino el que amó más a Dios. No será más feliz el que conoce más cosas en el mundo, sino el que conoce más de Dios. Porque Dios es la Felicidad y el Cielo. Pero el que amó más a Dios en esta vida, conoce más de Dios y conoce también más verdades en la Verdad y hermosura de Dios. Seré dichoso, porque veré, conoceré y viviré a Dios.
1) Virgilio: Eneida, lib. VI.
2) Marco Tulio Cicerón: Tusculanae Disputationes, lib. I, cap. XXXI, núm. 75.
3) Id., id., id.: cap. XIX, núm. 43
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