Yo: Señor, cómo querría yo reemplazar a Magdalena sobre la Tierra, pues bien sé que su amor Te era muy dulce!
Él: Ofréceme el amor de Magdalena. Porque a Mí todo Me es presente y por la Comunión de los Santos, todo te pertenece. Te cuesta trabajo creer en estos Misterios, que son una invención de tu Dios. Aprovéchate de su Magnificencia y para eso, cree en Ella. Todas estas invenciones Mías son para el bien de Mis hijos, no para Mí. Humíllate tú como se humilló Magdalena, en la Fe y en el Amor.
Dime en secreto y con frecuencia, tus faltas. Deplóralas. No te puedes imaginar la manera como te escucho. Y si tu corazón se agita cuando Me confiesas tus faltas, ¿qué decir del Mío cuando le las escucho? Que el amor, hija, te arrebate de tu manera ordinaria, para que aprendas a ser, como Magdalena, una mujer nueva y dispuesta a todo sacrificio. Ella había sido bien rica de las cosas de este Mundo, pero no tenía nada cuando vivía en la gruta. Me esperaba. Espiaba el momento supremo y entre todas sus penitencias, la mayor era la de seguir viviendo. Di con ella: ¿Hasta cuándo Te veré, mi dulce Maestro? Apresúrate, Divino Jardinero, a cortar esta flor que no se abre sino para Tí.
Estos deseos, estos suspiros amorosos, Yo los acojo. Me los ofrezco a Mí mismo como incienso que sube. Incienso vivo y perfumado. El sacrificio que más agrada a Dios es el de un corazón roto de dolor y el dolor más grande que puedas tener es el de no amar bastante.
Toma pues el amor de todos los Santos y ofrécemelo como por primera vez. Pídele a Magdalena que te ayude, ella, que tan bien supo amar. Ella unirá su vida de reclusa con tu vida de solitaria. Invítala y cerca de vosotras dos encontraré Yo la morada íntima de las confidencias, de esas conversaciones que no se expresan sino con silencios.”
22 de Julio 1943
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