Como cada Viernes, procura seguir lo que marca el esquema de Piedad de LA SEMANA DEL BUEN CRISTIANO; busca un hueco a lo largo del día para unirte a los sentimientos del Sagrado Corazón de Jesús, pues fue precisamente el Viernes Santo, cuando consumó Su entrega por nosotros en la Cruz; ese día, Su Corazón Santísimo e Inocente, fue traspasado por la lanza y causó en Él una herida que aún hoy, es refugio seguro para los que desean vivir entregados al Amor que nada escatimó por nosotros... Te animo a que leas, a modo de reflexión, los siguientes párrafos que he entresacado de las Obras de San Alfonso María de Ligorio; que el recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, te ayude a sobrellevar los problemas cotidianos: que los veas no como una carga, sino como una cruz redentora que te acerca a Dios. Seguimos unidos en la oración y en los Sagrados Corazones.
Confío que te ha de agradar esta mi obrita, por tener recopilados y en buen orden los principales pasajes de las Santas Escrituras que tratan del Amor que Jesucristo nos manifestó en el decurso de Su Pasión; pues no hay cosa más mueva al cristiano al Amor divino como las mismas palabras de Dios entresacadas de los libros santos.
Amemos, pues, con todo corazón a Jesucristo, por ser Nuestro Dios, Nuestro Salvador y todo Nuestro Bien; por eso te convido a meditar todos los días sobre Su Dolorosa Pasión, porque en ella encontrarás todos los motivos que te puedan mover a esperar la vida eterna y alcanzar el Amor de Dios, en lo cual está cifrada nuestra salvación.
Todos los Santos tuvieron especial devoción a Jesucristo y a Su Pasión, y por este camino llegaron a muy subida santidad. El Padre Baltasar Álvarez decía, como se lee en su vida, “que nadie pensase haber hecho cosa de provecho si no llegaba a grabar en su corazón la imagen de Jesús crucificado”; y por eso, su meditación más frecuente y regalada era ponerse a los pies del Crucificado, y allí se recreaba meditando de modo especial tres cosas: la pobreza, los desprecios y los dolores de Jesucristo, y se entretenía escuchando las lecciones que Jesús le daba desde la Cátedra de la Cruz.
También tú puedes confiadamente llegar a la santidad si, a ejemplo de los Santos, procuras meditar con frecuencia lo que hizo y padeció tu adorable Redentor. Pídele que te inflame en Su Santo Amor, y pídeselo también a María, tu Reina y Señora, que se llama la Madre del Amor Hermoso.
El Amador de las almas, nuestro adorable Redentor, declaró que había bajado del Cielo a la tierra para encender en el corazón de los hombres el fuego de Su Santo Amor. “Fuego vine a traer a la tierra”, dice San Lucas, “¿y qué he de querer sino que arda? (1) .¡Ah! ¡y qué incendios de caridad no ha levantado en muchas almas, especialmente al patentizar por los dolores de Su Pasión y Muerte el amor inmenso que nos tiene!.
¡Cuántos enamorados corazones ha habido en las Llagas de Cristo, como en hogueras de amor, se han inflamado de tal suerte, que para corresponderle con el suyo no titubearon en consagrarle sus bienes, su vida y todas sus cosas, superando con gran entereza de ánimo todas las dificultades que les salían al paso para estorbarles el cumplimiento de la Ley Divina, guiados por el Amor de Jesús, que no obstante ser Dios, quiso padecer tanto por amor nuestro!.
Por esto el enamorado San Agustín, contemplando a Jesús Crucificado y cubierto de llagas, exclama: “Graba, Señor, Tus Llagas en mi corazón, para que me sirvan de libro donde pueda leer Tu dolor y Tu Amor; Tu dolor, para soportar por Ti toda suerte de dolores; Tu Amor, para menospreciar por el tuyo todos los demás amores.”
Porque teniendo ante mis ojos el retablo de los muchos trabajos que por mí, Dios Santo has padecido, sufriré con paz y alegría todas las penas que me sobrevengan, y en presencia de las pruebas de infinito amor que en la Cruz me diste, ya nada amaré ni podré amar fuera de Ti.
¿De dónde, decidme, sacaron los Santos valor y entereza para soportar tanto género de tormentos, de martirios y de muertes, sino de la Pasión de Jesús Crucificado?
Al ver a San José de Leonisa, religioso capuchino, que querían atarle con cuerdas, porque el cirujano tenía que hacerle una dolorosa operación, el Santo, tomando en las manos el Crucifijo, exclamó: “¡Cuerdas!, ¿para qué las quiero yo? Aquí tengo a mi Señor Jesucristo clavado en la Cruz por mi amor, estas son las cadenas que me atan y me obligan a soportar cualquier tormento por Su Amor”. Y tendido en la mesa, sufrió la operación sin exhalar una queja (2) pensando en Jesús, que como profetizó Isaías, “guardaba silencio, sin abrir siquiera la boca, como el corderito que está mudo delante del que le esquila” (3).
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¿Quién podrá decir que padece sin razón al ver a Jesús “despedazado por nuestras maldades?” (4). ¿Quién rehusará sujetarse a obediencia, so pretexto de que le mortifica, al recordar que Jesús fue obediente hasta morir?(5).
¿Quién se atreverá a hurtar el cuerpo de la humillación viendo a Jesús tratado como loco, como rey de burlas y como malhechor; al verle abofeteado, escupido y clavado en un patíbulo infame?.
¿Y quién podrá amar a las criaturas y olvidarse del amor de Jesús al verle morir sumergido en el piélago de dolores y desprecios para ganar nuestro amor?
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia,
en su obra "El amor del alma"
(1) Evangelio de San Lucas, cap. 12, vers. 49
(2) Anales de los Capuchinos, A.1612, n.155
(3) Profeta Isaías, cap. 53, vers. 7
(4) Profeta Isaías, cap.5, vers. 5
(5) Carta de San Pablo a los Filipenses, cap. 2, vers. 8
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