Se llamaba Felipe de Las Casas, hijo primogénito de Alonso de Las Casas y Antonia, nació en la Ciudad de México, el 1 de Mayo de 1572, en la Fiesta del Apóstol San Felipe, de quien toma su nombre. Tuvo diez hermanos. De padres españoles acaudalados, quienes le educaron en el ambiente de su época y de clase. Don Alonso era teniente-factor, comerciante de los fuertes, que negociaba o intermediaba entre el Galéon que llegaba a Acapulco, “La Nao de China” y el que fondeaba en Veracruz, procedente de España. Felipe creció en la abundancia.
Su “nana” que lo amamantaba en la niñez, pasará a la historia como profeta, al exclamar que “Felipillo sería santo, sólo si la higuera –seca que conservaban en su patio- reverdecía”, cosa que sucedió el día en que Felipe moría Mártir en Nagasaki, el 5 de Febrero de 1597. Acapulco cuenta hoy, custodiada en un vivero, para posteriormente ser colocada en la nueva Catedral, un retoño de esa bendita higuera, testimonio de la santidad de San Felipe de Jesús.
Entonces Felipe optó por una solución extrema, se alejaría de México, rumbo a un mundo misterioso y perdido en la distancia del mar, iría a Filipinas, y el paso inevitable, abandonar para siempre Acapulco y su preciosa bahía de Santa Lucía. La intención era actuar como agente de compras de su padre en Manila.
Se embarcará en Acapulco en el Galeón Santiago, en el que navegaba también el nuevo Gobernador de Luzones, Gómez Pérez Dasmariñas, en 1590.
Fray Juan Pobre, su compañero de travesías nos deja una admirable descripción de Felipe: “mancebo distraído, criado en regalos, cambióse en mucho recogimiento y silencio”. En Manila, conoce la labor misionera de los franciscanos descalzos e ingresa con ellos para dedicarse a la Evangelización, mientras se educaba para ser sacerdote.
Al finalizar sus estudios, no habiendo Obispo que lo ordenara en Manila, recibió la orden de volver a México para ser ordenado. En la travesía, una fuerte tifón hizo el barco San Felipe naufragara durante 40 días y encallara en las costas de Japón, donde una fiera y universal persecución ordenada por Taicosama lo llevará a la muerte. Apresado en Kyoto, desde donde fueron llevados hasta Nagasaki, donde serían martirizados, recorrieron 900 kilómetros a pie, el trayecto durante 32 días. Durante el camino les cortaron parte de la oreja para ser reconocidos en caso de escapar, y a su paso sufrían el escarnio de la gente que los escupía y maldecía, cargaban su cruz sobre sus hombros en largo vía crucis. Murió junto con otros 25 compañeros (6 frailes franciscanos, 3 jesuitas y 17 seglares japonese) entre los cuales, los más pequeños eran: Tomás de 14 años, Antonio de 13 y Luis Ibaraki de 12. Era el 5 de Febrero de 1597.
Los testigos del Martirio dan fe, de que Felipe, al llegar a la Colina Santa de Nishizaka, presentaba una palidez de muerte, señal de que ya había perdido toda la sangre, solo lo mantenía en pie su fe en la Resurrección, al ser crucificado, la cruz le quedó muy grande para su tamaño, y al serle colocada una argolla en el cuello, eso le provocó la muerte por asfixia, todavía los verdugos, para asegurar su muerte lo flecharon. Cabe recordar que esa Colina es el mimo lugar donde cincuenta años más tarde alcanzaría el martirio nuestro paisano acapulqueño Fray Bartolomé Días-Laurel, franciscano descalzo como nuestro San Felipe de Jesús.
Felipe de Jesús murió, diciendo como últimas palabras: ¡Jesús!¡Jesús!¡Jesús!. Fue Beatificado, junto con sus compañeros el 14 de Septiembre de 1627 y Canonizado el 8 de Junio de 1862, convirtiéndose en el primer Santo Mártir mexicano.
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