El Beato Raimundo de Capua, dominico, confesor y biógrafo de Santa Catalina de Siena, recogió varios episodios en donde la Santa se vio envuelta en fenómenos místicos; eran tal sus éxtasis y arrobamientos que, en aquellos momentos de trance, parecía pertenecer más al Cielo que a la tierra. Así, encontramos una gracia mística, el intercambio de corazones, que se ha dado en muy pocos Santos, de elevada talla espiritual, como Santa Gertrudis de Helfta o Santa Verónica Giuliani. Leamos el relato completo:
"Un día, en el fervor de su oración, Catalina dijo con el Profeta: «-Crea en mí, Señor, un corazón nuevo, etc.», y rogó a Dios que tuviese a bien sacarle el corazón y la voluntad. Parece ser que entonces su divino esposo se le presentó, abrió el costado izquierdo de la Santa, tomó su corazón y se lo arrancó. A partir de ese momento dejó de sentirlo en el pecho.
Esta visión fue extraordinaria y tan de acuerdo con la realidad que, cuando habló de ella a su Confesor, le aseguró que no tenía corazón. El Confesor se echó a reír al oírla y la reprendió por hacer una afirmación de esta naturaleza, pero ella insistió en lo que acababa de decir. «-Realmente, Padre -afirmó-, a juzgar por lo que siento dentro de mí misma, me parece que no tengo corazón. El Señor se me apareció, abrió mi costado izquierdo, me sacó el corazón y se lo llevó». Y como insistiese el Confesor en que era imposible vivir sin corazón, ella le contestó que para Dios no hay imposibles, afirmando de nuevo que ella no tenía corazón.
Algunos días más tarde se encontraba Catalina en la Capilla de la Iglesia de los Frailes Predicadores, donde solían reunirse las Hermanas de Penitencia. Habiendo quedado sola para proseguir sus oraciones, se disponía a volver a casa, cuando repentinamente se vio envuelta en una luz que venía del Cielo y el Salvador se le apareció teniendo en Sus Sagradas Manos un Corazón intensamente rojo, del que brotaba un fuego radiante. Hondamente impresionada por esta visión, se prosternó en el suelo. Entonces Nuestro Señor se acercó, le abrió el costado izquierdo y le colocó el Corazón que llevaba en la mano, diciéndole: «-Hija, el otro día me llevé tu corazón; hoy te entrego el Mío y de aquí en adelante lo tendrás para siempre». Dichas estas palabras le cerró el pecho, pero, como prueba del milagro, dejó en aquel lugar una cicatriz que sus compañeras me aseguraron más de una vez haber visto. Cuando yo la interrogué con respecto a este punto, ella me confesó que el incidente había ocurrido en realidad y que desde entonces había adoptado la siguiente manera de decir: «-Señor, te recomiendo mi corazón».
Cuando Catalina hubo conseguido ese Corazón de una manera tan dulce y maravillosa, la abundancia de gracia que poseyó su alma hizo que sus actos externos fuesen más y más perfectos y que se multiplicasen las revelaciones divinas en su interior. Nunca se acercaba al Altar sin ver alguna visión superior a los sentidos, especialmente cuando recibía la Sagrada Comunión. Veía entonces con frecuencia en las manos del Sacerdote a un Infante recién nacido o a un joven de extraordinaria hermosura y muchas veces un horno de candente fuego en el que parecía penetrar el Sacerdote al consumir la Sagrada Forma. Por lo general percibía un aroma tan delicioso y penetrante cuando comulgaba que estuvo más de una vez a punto de perder los sentidos.
En el momento que Catalina se acercaba al Altar se producía en su alma una inefable alegría y su corazón latía con tanta violencia que las personas que se encontraban cerca podían percibir sus latidos. El ruido producido por los latidos de su corazón no tenía parecido alguno con los sonidos que pudiera ocasionar un órgano, sino que era algo singular y completamente sobrenatural, obrando tan sólo por el poder del Creador. ¿No dijo acaso el Profeta: «Mi corazón y mi carne exultarán en el Señor»? Cor meum met caro mea exultabunt in Deum vivum (Salmo 73, vers. 3). El Profeta se refiere y menciona al Dios vivo, porque la agitación, el temblor que proviene de él purifica al hombre en lugar de producirle la muerte.
Después del maravilloso cambio de corazones anteriormente mencionado, Catalina dio muestras de haber sufrido un cambio extraordinario. «-Padre -le dijo a su Confesor-, ¿no se da Usted cuenta de que ya no soy la misma? Estoy completamente cambiada. ¡Oh, si Usted supiese lo que siento dentro de mí! Todo lo que yo experimento está fuera de la realidad y por consiguiente es incomprensible». Sin embargo trató de dar una idea acerca de ello. «-Mi alma -dijo- está tan embriagada de delicias y alegrías, que estoy asombrada de que todavía permanezca en el cuerpo. Su ardor es tan grande que el fuego exterior no puede compararse con él y estoy convencida de que ese fuego me refrescaría. Y este ardor obra en mí tal renovación de pureza y de humildad que pienso haber vuelto a la edad de cuatro años. El amor al prójimo ha aumentado en mí de tal modo que sería un gran placer para mí el morir por alguien». Esto se lo decía siempre en secreto a su Confesor, ocultándoselo a los demás tanto como le era posible..."