domingo, 9 de agosto de 2020
ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DEL OBISPO FLORENTINO ASENSIO BARROSO
Nace en Villasexmir, provincia de Valladolid, el 16 de Octubre de 1877. Hijo de Jacinto Asensio, ejerció de vendedor ambulante y su madre Gabina Barroso, atendía una pequeña tienda de pueblo. Tuvieron nueve hijos.
Siendo todavía muy niño, sus padres regresaron al lugar de su procedencia, Villavieja del Cerro, donde transcurrid su infancia. Sintió siendo joven la llamada de Dios a la vida sacerdotal, ingresando en el Seminario de Valladolid. Ordenado Sacerdote el 1 de Junio de I901, fue destinado de Párroco a Villaverde de Medina. A los dos años, pasa a la capital, Valladolid, como Capellán de las Hermanitas de los Pobres al mismo tiempo que se hace cargo de Archivero del Palacio Episcopal, y muy pronto es nombrado Mayordomo del Arzobispo José Mª Cos y Macho.
Por algún tiempo, ejerció de Profesor de Teología en la Universidad de Valladolid, dejando de ejercer como profesor; por haber sido nombrado párroco de la Catedral Metropolitana, en la cual despeñó su apostolado, predicando durante 10 años, todos los domingos en las dos misas principales. Su celo pastoral se extendía por toda la ciudad. Fue Confesor del Seminario Conciliar largos años.
La fama de su celo sacerdotal desarrollado por el Siervo de Dios, llega a la Nunciatura Apostólica en Madrid. El Nuncio, Mons. Federico Tedeschini, convocó a D. Florentino a la ciudad de Avila, para comunicarle la voluntad del Papa Pío XI de nombrarle Obispo de Barbastro, vacante por el traslado de Mons. Nicanor Mutiloa, a la sede de Tarazona. La propuesta, sumid al Siervo de Dios en confusión interna. Existen las cartas autógrafas en las que D. Florentino, intenta convencer al Nuncio de su incapacidad, rogándole que le envie de monaguillo a cualquier iglesia, antes que nombrarle Obispo. Forzado por su sentido de la obediencia, se plegó a la voluntad del Papa.
Fue consagrado Obispo en la Catedral de Valladolid por el Arzobispo Mons. Gandásegui, el 26 de Enero de 1936. Tomó posesión de la Sede de Barbastro por procurador el 8 de Marzo de aquel año. Estaba en Zaragoza dispuesto para hacer su entrada solemne en Barbastro el Domingo día 15, cuando recibió noticia del sabotaje que se preparaba en la Ciudad del Vero, para desbaratar la manifestación de acogida organizada. Suspendió la marcha aquel día y llegó al día siguiente, en forma privada, a las mismas puertas de la Catedral sin boato externo, limitando la solemnidad de su entrada a los Ritos Litúrgicos prescritos, dentro de la Catedral.
Los 4 meses y 23 días, que duró su Episcopado en la Diócesis, fueron a la vez, intensos y trágicos. Impulsó la pastoral diocesana, predicando él mismo todos los Domingos en la misa de 12 en la Catedral; alenta y patrocina la implantación de la CESO (Confederación Española de Sindicatos Obreros), organización promovida por Ángel Herrera Oria, desde su periódico “El Debate”. El paro obrero, gran azote de la sociedad española de aquellos días, encontró en el Obispo Don Florentino, acogida generosa pobres y enfermos, tanto en Barbastro como en Valladolid, tuvieron en el Obispo recursos en sus necesidades.
El 18 de Julio de 1936, estallaba la Guerra Civil y a los dos días siguientes, fue confinado en su Palacio. El día 22, fue formalmente detenido y llevado al colegio de los Padres Escolapios, habilitado para prisión del clero y religiosos. Desde las ventanas, que dan a la Plaza del Ayuntamiento, pudo ver y oír la barbarie de aquellos funestos días.
Al atardecer del día 8 de Agosto, fue trasladado a una celda solitaria de la cárcel del Ayuntamiento, en la misma plaza. En los interrogatorios a que fue sometido, le ocasionaron toda suerte de vejaciones, impropias de seres humanos, hasta el punto de cortarle los genitales en medio de todos los allí reunidos, que entre zarandeos y empujones le decían “no tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al Cielo”, a lo que el Siervo de Dios, les contestó “sí, y allí rezaré por vosotros”.
A la madrugada le llevaron, junto con otros detenidos, al Cementerio en un camión, donde fueron fusilados, arrojando su cadáver a una fosa común. Al terminar la Guerra Civil, se efectuó un proceso de identificación de los allí enterrados; en el caso del Obispo Don Florentino fue fácilmente identificado por las iniciales que marcaban su ropa interior. Exhumados los restos fueron trasladados a la Catedral y depositados en uno de los nichos de la cripta, bajo el Presbiterio, destinados a los Obispos de la Diócesis.
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