sábado, 19 de octubre de 2019
SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Reformador y Penitente
EL HIJODALGO QUE QUISO SER FRANCISCANO
Nació en 1499 en Alcántara, provincia de Cáceres, España y se le bautizó con el nombre de Juan. Su padre era Alfonso Garavito, gobernador de la región y su madre, María Vilela de Sanabria, destacados Hijodalgos. Ambos se distinguían por su gran piedad y su excelente comportamiento cristiano.
Estando estudiando en la Universidad de Salamanca, con apenas 16 años, se entusiasmó por la vida de los franciscanos y pidió ser admitido como franciscano, para irse a vivir al convento donde estaban los religiosos más observantes y estrictos de esa comunidad. Al entrar en la vida religiosa cambió su nombre por el Fray Pedro.
En el Noviciado de los Franciscanos lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído.
Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía sobre un duro cuero en el puro suelo. Pasaba horas y horas de rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Caminaba siempre descalzo y para los grandes desplazamientos usaba un pollino, como Nuestro Señor en Su entrada a Jerusalén. Pasaba noches enteras sin dormir ni un minuto, rezando y meditando.
Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para todos sus hermanos religiosos en cuanto al cumplimiento exacto de la Regla de la Comunidad. Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse.
En Diciembre de 1532 pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de San Onofre de La Lapa, en Badajoz, en terrenos deshabitados. Allí escribió "Tratado de la oración y la meditación", inspirado en Fray Luis de Granada, un hermoso libro acerca de la oración.
En 1537, el Rey Juan III de Portugal lo llamó a la corte lusa para tener su consejo sobre distintas materias, pero el Santo, en cuanto pudo abandonó la vida del palacio y volvió a su habitual eremo.
REFORMA DE LOS FRANCISCANOS
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos franciscanos fueran más mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de "estricta observancia" (o "Alcantarinos"). El Sumo Pontífice Paulo IV aprobó dicha Congregación en 1559 y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran penitencia. El Santo fue atacado muy fuertemente por esta nueva fundación, pero a pesar de tantos ataques, su nueva comunidad progresó notablemente. Su amistad con el entonces Virrey de Cataluña, Francisco de Borja y Aragón, le valió numerosas adhesiones a la causa de los frailes alcantarinos por parte de la Nobleza española.
En 1560, San Pedro Alcántara se encontró con Santa Teresa de Jesús, la cual estaba muy angustiada porque algunas personas le decían que las visiones que tenía eran engaños del demonio. Guiado por su propia experiencia en materia de visiones, San Pedro entendió perfectamente el caso de la Santa y le dijo que sus visiones venían de Dios y habló en favor de ella con otros sacerdotes que la dirigían. Santa Teresa en su autobiografía cuenta así algunos datos que el gran penitente le contó a ella. Dice así:
"Me dijo que en los últimos años no había dormido sino unas poquísimas horas cada noche. Que al principio su mayor mortificación consistía en vencer el sueño, por lo cual tenía que pasar la noche de rodillas o de pie. Que en estos 40 años jamás se cubrió la cabeza en los viajes aunque el sol o la lluvia fueran muy fuertes. Siempre iba descalzo y su único vestido era un túnica de tela muy ordinaria. Me dijo que cuando el frío era muy intenso, entonces se quitaba el manto y abría la puerta y la ventana de su habitación, para que luego al cerrarlas y ponerse otra vez el manto lograra sentir un poquito más de calor. Estaba acostumbrado a comer sólo cada tres días y se extrañó de que yo me maravillase por eso, pues decía, que eso era cuestión de acostumbrarse uno a no comer. Un compañero suyo me contó que a veces pasaba una semana sin comer, y esto sucedía cuando le llegaba los éxtasis y los días de oración más profunda pues entonces sus sentidos no se daban cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Cuando yo lo conocí ya era muy viejo y su cuerpo estaba tan flaco que parecía más bien hecho de raíces y de cortezas de árbol, que de carne. Era un hombre muy amable, pero sólo hablaba cuando le preguntaban algo. Respondía con pocas palabras, pero valía la pena oírlo, porque lo que decía hacía mucho bien"...
Los últimos años de su vida los dedicó San Pedro de Alcántara en gran parte a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la Comunidad de Hermanas Carmelitas que ella había fundado, y dicen que buena parte de los éxitos que la santa logró en la extensión de su nueva comunidad se debió a que este gran penitente se valió de toda su influencia para ganar amigos en favor de la comunidad de las Carmelitas.
Cuenta también Santa Teresa de Jesús que San Pedro de Alcántara se le apareció después de morir y le dijo: "Felices sufrimientos y penitencias en la tierra, que me consiguieron tan grandes premios en el Cielo".
En Arenas, provincia de Ávila (hoy día llamada Arenas de San Pedro) entregó su alma al Todopoderoso el 18 de Octubre de 1562, en posición de rodillas, mientras recitaba el Salmo "Miserere" para terminar con las palabras de otro Salmo, "¡Que alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor!". Tenía 63 años de vida de los cuales casi 50, los entregó a la vida religiosa.
Santa Teresa dejó su testimonio escrito "Lo he visto varias veces en la Gloria y me ha conseguido enormes favores de Dios".
Fue canonizado por el Papa Clemente IX en 1669; en 1674 es nombrado Patrono de la Diócesis y Ciudad de Coria.
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