NECESIDAD DEL SACERDOCIO
El Jueves es el día tradicionalmente dedicado a recordar a los sagrados ministros de Dios, a los sacerdotes, al haber Nuestro Señor Jesucristo instituido el Jueves Santo el Sacerdocio, juntamente con la Sagrada Eucaristía. Práctica particularmente laudable es la de los Primeros Jueves de Mes, en el que se hacen especiales ejercicios de piedad para pedir por los sacerdotes y religiosos, así como por las vocaciones, para que el Señor envíe operarios a su mies y extiendan Su Reino en el mundo entero.
El Sacerdocio está en función del Santo Sacrificio de la Misa, culmen de la vida espiritual del católico. De la Sagrada Eucaristía dimana la eficacia de todos los demás sacramentos, por lo cual se la llama “Magnum Mysterium” o “Mysterium Fidei”, es decir, el Gran Sacramento, el Sacramento o Misterio de la Fe.
Los sacerdotes, quiere San Pablo, que sean considerados como: “Ministros Christi et dispensatores mysteriorum Dei”. El sacerdote católico es, en razón de ello, sacrificador y santificador: ofrece la Santa Misa como sacrificio propiciatorio por vivos y difuntos y administra los Sacramentos, que son los medios ordinarios y seguros de la salvación.
EL SACERDOTE NO ES UN HOMBRE COMO LOS DEMÁS
El sacerdote tiene la gracia unitiva, que es la particular del sacramento del orden. Éste imprime en él un carácter indeleble y lo configura con Nuestro Señor Jesucristo para que actúe en Su Nombre y Persona. Cuando el sacerdote ofrece su Misa es Cristo mismo quien ofrece; cuando absuelve de los pecados en la confesión, es Cristo mismo el que perdona. Ese carácter sacramental y esa configuración con Jesucristo hacen que el sacerdote no sea “un hombre como todos los demás”, sino que tenga un plus ontológico que lo distingue del resto de los hombres. Tras recibir la ordenación presbiteral, el nuevo sacerdote ya no es simplemente hombre, sino que es hombre-sacerdote.
De aquí se deduce que el sacerdocio ministerial es esencialmente distinto del sacerdocio común de todos los bautizados. No es una diferencia de grado, sino cualitativa y substancial. Y, como el sacerdote ordenado tiene un carácter indeleble que lo hace ontológicamente hombre-sacerdote, su ministerio implica una forma y estado de vida y no un ejercicio transitorio.
No se puede ser, como hoy en día se pretende, una suerte de “sacerdote a tiempo parcial”, un simple funcionario de lo sagrado sujeto a nómina y a horarios. El sacerdote lo es las veinticuatro horas de cada día de su existencia aunque no se encuentre ejerciendo su sacerdocio. Y seguirá siendo sacerdote por toda la eternidad, ya sea que se salve o que tenga la desgracia de condenarse.
SANTIDAD EN LOS SACERDOTES
Sin los sacerdotes estaríamos desamparados espiritualmente. No tendríamos la Misa ni los sacramentos, es decir que no dispondríamos de los medios ordinarios para salvarnos. La vida católica no podría desarrollarse normalmente sin ellos. Allí donde han faltado o faltan por diversas circunstancias (por falta de clero, por persecución, por abandono) los fieles sufren y languidecen espiritualmente, aunque ciertamente Dios no abandona a sus hijos. Por eso es tan importante rezar por las vocaciones y por la santificación y perseverancia del clero. Para que haya muchos sacerdotes que santifiquen al pueblo de Dios y lleven las almas al Cielo.
La santidad no es indispensable para que el sacerdote católico ejerza eficazmente su ministerio, ¡afortunadamente! Nuestra salvación no depende de la bondad o maldad de los sacerdotes, que no son sino los instrumentos a través de los cuales Nuestro Señor Jesucristo actúa: ya darán cuenta a Dios de su vida personal. Pero qué duda cabe que un sacerdote santo edifica, consuela y llama a la santidad.
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