Es una de las oraciones más antiguas que la Santa Iglesia Católica dedica a la Virgen Nuestra Señora; su origen se pierde en la Edad Media si bien se le atribuyen a San Bernardo de Claraval las últimas súplicas "¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh Dulce Virgen María!".
En las guerras de los albigenses en el sur de Francia, la repetían los dominicos como el mejor antídoto contra las doctrinas disolventes de aquéllos. La Orden Dominicana acostumbra a despedir a sus hijos e hijas en su partida a la eternidad con esta antífona cantada en la celda mortuoria.
El rezo de la Salve en las cruzadas españolas contra la morisma resonó siempre en los campos de batalla. Colón y sus gentes repitieron diariamente la Salve en sus viajes de exploración. Su difusión en todo el mundo católico en nuestros días es bien conocida; es costumbre rezarla especialmente los sábados, y al final del rezo del Santo Rosario.
Versión en Latín
Salve Regína, Mater Misericórdiae,
Vita, dulcedo et spes nostra, sálve.
Ad te clamámus éxules fílii Hévae.
Ad te suspirámus geméntes et flentes
in hac lacrimárum válle.
Eia ergo, Advocáta nostra,
illos túos misericórdes óculos ad nos convérte.
Et Iésum, benedíctum fructum véntris tui,
nobis post hoc exílium osténde.
O clemens, O pía,
O dulcis Vírgo María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.